Reducto literario y quién sabe si algo más... usando la libertad de internet para compartir poesía, textos, pensamientos, y por qué no videos, música o lo que sea que se nos pase por el alma agrietada de penares y alegrías.
domingo, 10 de noviembre de 2013
Lanata: suicidio ideológico
Lanata estuvo toda la semana pensando y repensando las ironías con las que fascina a su público en el programa de cada fin de semana. Las ironías, vacías de contenidos, llenas de omisiones, chorrean por su boca y remiten a la Ley de Medios. Cada ironía resbala, como una gota, por sus labios y va decantando, poco a poco la dignidad de Lanata. Cada una, como una tortura china, va socavando gota a gota, la dignidad del periodista que olvidó. Olvido y traición: el periodista que proclamó: "Cualquier país en serio no permitiría un monopolio de los medios de comunicación", o mejor aún "Yo no sería tan obtuso de oponerme a una ley solamente porque la proponga Kirchner", está agobiado y demacrado internamente. Nadie sale incólume de despojarse de las ideas que lo hacen identidad; nadie traiciona a su público sin traicionarse a sí mismo. Nadie traiciona sus ideas, sin suicidarse en el intento. Quién sabe si está enterado de que es cadáver exquisito; si le comentaron, que es muñeco de ventrílocuo.
jueves, 7 de noviembre de 2013
Devenir de propuestas
Camina, por un cerrito.
Por la cornisa, del cerrito.
Al borde, el precipicio;
al otro borde, más bordes.
El viento sí que está ahí.
Camina, despacito.
Y no desgarrado. Solo despacio.
Viento llano, de ahí, de ambos.
Lugares
que son
memorias
de todos nosotros, iracundos, salitre de ojos
de iris: desierto.
La arena es cal. La cornisa es materia y presente.
El vacío está lleno de aire. Aire pegajoso y enloquecedor.
Salitre.
Sal y agua. Y arena y desierto.
Y reflejo, oasis. No. Espejismo, eso sí.
Lo caído, cornisa, es lo caminado, lo precipitado, decantado, lloviznado, pluvial llanto, lágrima, gota, pedazo de agua sólida de sal, de cloruros escapados, de esencias químicas y choques físicos e imaginarios. La fosa está, no tanto alrededor, si no más bien adentro. ¿Cómo me explico? No estamos en la fosa; la fosa la llevamos nosotros, y ahí estamos, enterrados. Y la fosa se cierra, pero no nos encierra, porque está dentro nuestro. Se cierra, lo cual significa que se ensancha, mucho, mucho. Hasta que somos fosa.
¿Y la cornisa? ¿Ya te hizo? ¿Ya lo sos? Fosa y cornisa. Funeral fúnebre de buenos recuerdos. Resplandor y artificio, gran jugada, estratégicos movimientos. Admirable. Inútil.
Por la cornisa, del cerrito.
Al borde, el precipicio;
al otro borde, más bordes.
El viento sí que está ahí.
Camina, despacito.
Y no desgarrado. Solo despacio.
Viento llano, de ahí, de ambos.
Lugares
que son
memorias
de todos nosotros, iracundos, salitre de ojos
de iris: desierto.
La arena es cal. La cornisa es materia y presente.
El vacío está lleno de aire. Aire pegajoso y enloquecedor.
Salitre.
Sal y agua. Y arena y desierto.
Y reflejo, oasis. No. Espejismo, eso sí.
Lo caído, cornisa, es lo caminado, lo precipitado, decantado, lloviznado, pluvial llanto, lágrima, gota, pedazo de agua sólida de sal, de cloruros escapados, de esencias químicas y choques físicos e imaginarios. La fosa está, no tanto alrededor, si no más bien adentro. ¿Cómo me explico? No estamos en la fosa; la fosa la llevamos nosotros, y ahí estamos, enterrados. Y la fosa se cierra, pero no nos encierra, porque está dentro nuestro. Se cierra, lo cual significa que se ensancha, mucho, mucho. Hasta que somos fosa.
¿Y la cornisa? ¿Ya te hizo? ¿Ya lo sos? Fosa y cornisa. Funeral fúnebre de buenos recuerdos. Resplandor y artificio, gran jugada, estratégicos movimientos. Admirable. Inútil.
domingo, 3 de noviembre de 2013
Alegato
Voy; me voy: me voy yéndome. Siempre estoy yéndome. De todo, de todos. Me voy, yéndome de los lugares, de las personas, de mí. Yéndome levito y alejo mi masa corpórea. Mi resto etéreo, la levedad de mi ser (la insoportable levedad de mi ser) no sé si se va, o se queda. Si se queda yéndose, o se va quedándose. Gravita alrededor de preguntas. Pero yo, yo me voy yéndome.
Despavorido, quizás.
En defensa de viejos valores o ideas que se han ido, yo me voy.
Me pregunto y me repregunto, ¿dónde estoy?, ¿a dónde estoy yéndome, ahora? Dudo, metódicamente. Me hallo, pero cuando lo hago, ya me estoy yendo a algún otro lugar. Aplico el método cartesiano y soy éter que piensa, por tanto es. ¿Corporeidad? Tal vez, qué importa.
Yo siempre estoy marchándome. Ojo, marcharse de un lugar es irse, indefectiblemente, a otro... se podría decir que estoy siempre llegando. Sin embargo siento la necesidad de recalcar que no, no siento que siempre llegue, pero sí que siempre estoy yéndome. Y ojo ahí también, Yo no me voy siempre, no: yo estoy yéndome siempre, lo cual suena a acción jamás consumada, a anochecer amanecido.
Puede ser que así sea, no sé.
La única seguridad que tengo es que camino, levito, gravito.
Insisto, pregunto, simulo, dudo, respondo, suspiro, escribo, soy ambiguo o decisivo, determino y retrocedo. Canto truco y retruco (aunque no sea mi turno). Hablo, callo parpadeo indicando algo, asiento y niego, discuto a muerte, o mejor, discuto a vida, que es más bello. Siembro, replanteo, me revuelvo inquieto, me nado y me buceo, me entrometo, escupo mis dientes con barro, con sangre; me desprendo largas tiras de piel a arañazos, pateo el suelo, enfurruñado.
Me obsesiono, me exijo, me vuelvo loco rozando la perfección de un algo, me estremezco de placer o dolor, o dulce recuerdo. Goteo humanidad y siento lo que otros. Descanso en el discurso y empleo la retórica: me dejo acunar por lo tripartito y al instante lo rechazo. Me detengo, me observo. Enmudezco. Y me voy, yéndome.
Despavorido, quizás.
En defensa de viejos valores o ideas que se han ido, yo me voy.
Me pregunto y me repregunto, ¿dónde estoy?, ¿a dónde estoy yéndome, ahora? Dudo, metódicamente. Me hallo, pero cuando lo hago, ya me estoy yendo a algún otro lugar. Aplico el método cartesiano y soy éter que piensa, por tanto es. ¿Corporeidad? Tal vez, qué importa.
Yo siempre estoy marchándome. Ojo, marcharse de un lugar es irse, indefectiblemente, a otro... se podría decir que estoy siempre llegando. Sin embargo siento la necesidad de recalcar que no, no siento que siempre llegue, pero sí que siempre estoy yéndome. Y ojo ahí también, Yo no me voy siempre, no: yo estoy yéndome siempre, lo cual suena a acción jamás consumada, a anochecer amanecido.
Puede ser que así sea, no sé.
La única seguridad que tengo es que camino, levito, gravito.
Insisto, pregunto, simulo, dudo, respondo, suspiro, escribo, soy ambiguo o decisivo, determino y retrocedo. Canto truco y retruco (aunque no sea mi turno). Hablo, callo parpadeo indicando algo, asiento y niego, discuto a muerte, o mejor, discuto a vida, que es más bello. Siembro, replanteo, me revuelvo inquieto, me nado y me buceo, me entrometo, escupo mis dientes con barro, con sangre; me desprendo largas tiras de piel a arañazos, pateo el suelo, enfurruñado.
Me obsesiono, me exijo, me vuelvo loco rozando la perfección de un algo, me estremezco de placer o dolor, o dulce recuerdo. Goteo humanidad y siento lo que otros. Descanso en el discurso y empleo la retórica: me dejo acunar por lo tripartito y al instante lo rechazo. Me detengo, me observo. Enmudezco. Y me voy, yéndome.
viernes, 1 de noviembre de 2013
Graffiti - Julio Cortázar
A Antoni Tàpies
Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar un dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y sólo la segunda vez te diste cuenta que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, acercarse con indiferencia y nunca mirar los grafitti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote en seguida.
Tu propio juego había empezado por aburrimiento, no era en verdad una protesta contra el estado de cosas en la ciudad, el toque de queda, la prohibición amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente te divertía hacer dibujos con tizas de colores (no te gustaba el término grafitti, tan de crítico de arte) y de cuando en cuando venir a verlos y hasta con un poco de suerte asistir a la llegada del camión municipal y a los insultos inútiles de los empleados mientras borraban los dibujos. Poco les importaba que no fueran dibujos políticos, la prohibición abarcaba cualquier cosa, y si algún niño se hubiera atrevido a dibujar una casa o un perro, lo mismo lo hubieran borrado entre palabrotas y amenazas. En la ciudad ya no se sabía demasiado de que lado estaba verdaderamente el miedo; quizás por eso te divertía dominar el tuyo y cada tanto elegir el lugar y la hora propicios para hacer un dibujo.
Nunca habías corrido peligro porque sabías elegir bien, y en el tiempo que transcurría hasta que llegaban los camiones de limpieza se abría para vos algo como un espacio más limpio donde casi cabía la esperanza. Mirando desde lejos tu dibujo podías ver a la gente que le echaba una ojeada al pasar, nadie se detenía por supuesto pero nadie dejaba de mirar el dibujo, a veces una rápida composición abstracta en dos colores, un perfil de pájaro o dos figuras enlazadas. Una sola vez escribiste una frase, con tiza negra: A mí también me duele. No duró dos horas, y esta vez la policía en persona la hizo desaparecer. Después solamente seguiste haciendo dibujos.
Cuando el otro apareció al lado del tuyo casi tuviste miedo, de golpe el peligro se volvía doble, alguien se animaba como vos a divertirse al borde de la cárcel o algo peor, y ese alguien como si fuera poco era una mujer. Vos mismo no podías probártelo, había algo diferente y mejor que las pruebas más rotundas: un trazo, una predilección por las tizas cálidas, un aura. A lo mejor como andabas solo te imaginaste por compensación; la admiraste, tuviste miedo por ella, esperaste que fuera la única vez, casi te delataste cuando ella volvió a dibujar al lado de otro dibujo tuyo, unas ganas de reír, de quedarte ahí delante como si los policías fueran ciegos o idiotas.
Empezó un tiempo diferente, más sigiloso, más bello y amenazante a la vez. Descuidando tu empleo salías en cualquier momento con la esperanza de sorprenderla, elegiste para tus dibujos esas calles que podías recorrer de un solo rápido itinerario; volviste al alba, al anochecer, a las tres de la mañana. Fue un tiempo de contradicción insoportable, la decepción de encontrar un nuevo dibujo de ella junto a alguno de los tuyos y la calle vacía, y la de no encontrar nada y sentir la calle aún más vacía. Una noche viste su primer dibujo solo; lo había hecho con tizas rojas y azules en una puerta de garage, aprovechando la textura de las maderas carcomidas y las cabezas de los clavos. Era más que nunca ella, el trazo, los colores, pero además sentiste que ese dibujo valía como un pedido o una interrogación, una manera de llamarte. Volviste al alba, después que las patrullas relegaron en su sordo drenaje, y en el resto de la puerta dibujaste un rápido paisaje con velas y tajamares; de no mirarlo bien se hubiera dicho un juego de líneas al azar, pero ella sabría mirarlo. Esa noche escapaste por poco de una pareja de policías, en tu departamento bebiste ginebra tras ginebra y le hablaste, le dijiste todo lo que te venía a la boca como otro dibujo sonoro, otro puerto con velas, la imaginaste morena y silenciosa, le elegiste labios y senos, la quisiste un poco.
Casi en seguida se te ocurrió que ella buscaría una respuesta, que volvería a su dibujo como vos volvías ahora a los tuyos, y aunque el peligro era cada vez mayor después de los atentados en el mercado te atreviste a acercarte al garage, a rondar la manzana, a tomar interminables cervezas en el café de la esquina. Era absurdo porque ella no se detendría después de ver tu dibujo, cualquiera de las muchas mujeres que iban y venían podía ser ella. Al amanecer del segundo día elegiste un paredón gris y dibujaste un triángulo blanco rodeado de manchas como hojas de roble; desde el mismo café de la esquina podías ver el paredón (ya habían limpiado la puerta del garage y una patrulla volvía y volvía rabiosa), al anochecer te alejaste un poco pero eligiendo diferentes puntos de mira, desplazándote de un sitio a otro, comprando mínimas cosas en las tiendas para no llamar demasiado la atención. Ya era noche cerrada cuando oíste la sirena y los proyectores te barrieron los ojos. Había un confuso amontonamiento junto al paredón, corriste contra toda sensatez y sólo te ayudó el azar de un auto dando vuelta a la esquina y frenando al ver el carro celular, su bulto te protegió y viste la lucha, un pelo negro tironeado por manos enguantadas, los puntapiés y los alaridos, la visión entrecortada de unos pantalones azules antes de que la tiraran en el carro y se la llevaran.
Mucho después (era horrible temblar así, era horrible pensar que eso pasaba por culpa de tu dibujo en el paredón gris) te mezclaste con otras gentes y alcanzaste a ver un esbozo en azul, los trazos de ese naranja que era como su nombre o su boca, ella así en ese dibujo truncado que los policías habían borroneado antes de llevársela; quedaba lo bastante como para comprender que había querido responder a tu triángulo con otra figura, un círculo o acaso un espiral, una forma llena y hermosa, algo como un sí o un siempre o un ahora.
Lo sabías muy bien, te sobraría tiempo para imaginar los detalles de lo que estaría sucediendo en el cuartel central; en la ciudad todo eso rezumaba poco a poco, la gente estaba al tanto del destino de los prisioneros, y si a veces volvían a ver a uno que otro, hubieran preferido no verlos y que al igual que la mayoría se perdieran en ese silencio que nadie se atrevía a quebrar. Lo sabías de sobra, esa noche la ginebra no te ayudaría más a morderte las manos, a pisotear tizas de colores antes de perderte en la borrachera y en el llanto.
Sí, pero los días pasaban y ya no sabías vivir de otra manera. Volviste a abandonar tu trabajo para dar vueltas por las calles, mirar fugitivamente las paredes y las puertas donde ella y vos habían dibujado. Todo limpio, todo claro; nada, ni siquiera una flor dibujada por la inocencia de un colegial que roba una tiza en la clase y no resiste el placer de usarla. Tampoco vos pudiste resistir, y un mes después te levantaste al amanecer y volviste a la calle del garage. No había patrullas, las paredes estaban perfectamente limpias; un gato te miró cauteloso desde un portal cuando sacaste las tizas y en el mismo lugar, allí donde ella había dejado su dibujo, llenaste las maderas con un grito verde, una roja llamarada de reconocimiento y de amor, envolviste tu dibujo con un óvalo que era también tu boca y la suya y la esperanza. Los pasos en la esquina te lanzaron a una carrera afelpada, al refugio de una pila de cajones vacíos; un borracho vacilante se acercó canturreando, quiso patear al gato y cayó boca abajo a los pies del dibujo. Te fuiste lentamente, ya seguro, y con el primer sol dormiste como no habías dormido en mucho tiempo.
Esa misma mañana miraste desde lejos: no lo habían borrado todavía. Volviste al mediodía: casi inconcebiblemente seguía ahí. La agitación en los suburbios (habías escuchado los noticiosos) alejaban a la patrulla de su rutina; al anochecer volviste a verlo como tanta gente lo había visto a lo largo del día. Esperaste hasta las tres de la mañana para regresar, la calle estaba vacía y negra. Desde lejos descubriste otro dibujo, sólo vos podrías haberlo distinguido tan pequeño en lo alto y a la izquierda del tuyo. Te acercaste con algo que era sed y horror al mismo tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas violetas de donde parecía saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a puñetazos. Ya sé, ya sé ¿pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tenía que decirte adiós y a la vez pedirte que siguieras. Algo tenía que dejarte antes de volverme a mi refugio donde ya no había ningún espejo, solamente un hueco para esconderme hasta el fin en la más completa oscuridad, recordando tantas cosas y a veces, así como había imaginado tu vida, imaginando que hacías otros dibujos, que salías por la noche para hacer otros dibujos.
Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar un dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y sólo la segunda vez te diste cuenta que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, acercarse con indiferencia y nunca mirar los grafitti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote en seguida.
Tu propio juego había empezado por aburrimiento, no era en verdad una protesta contra el estado de cosas en la ciudad, el toque de queda, la prohibición amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente te divertía hacer dibujos con tizas de colores (no te gustaba el término grafitti, tan de crítico de arte) y de cuando en cuando venir a verlos y hasta con un poco de suerte asistir a la llegada del camión municipal y a los insultos inútiles de los empleados mientras borraban los dibujos. Poco les importaba que no fueran dibujos políticos, la prohibición abarcaba cualquier cosa, y si algún niño se hubiera atrevido a dibujar una casa o un perro, lo mismo lo hubieran borrado entre palabrotas y amenazas. En la ciudad ya no se sabía demasiado de que lado estaba verdaderamente el miedo; quizás por eso te divertía dominar el tuyo y cada tanto elegir el lugar y la hora propicios para hacer un dibujo.
Nunca habías corrido peligro porque sabías elegir bien, y en el tiempo que transcurría hasta que llegaban los camiones de limpieza se abría para vos algo como un espacio más limpio donde casi cabía la esperanza. Mirando desde lejos tu dibujo podías ver a la gente que le echaba una ojeada al pasar, nadie se detenía por supuesto pero nadie dejaba de mirar el dibujo, a veces una rápida composición abstracta en dos colores, un perfil de pájaro o dos figuras enlazadas. Una sola vez escribiste una frase, con tiza negra: A mí también me duele. No duró dos horas, y esta vez la policía en persona la hizo desaparecer. Después solamente seguiste haciendo dibujos.
Cuando el otro apareció al lado del tuyo casi tuviste miedo, de golpe el peligro se volvía doble, alguien se animaba como vos a divertirse al borde de la cárcel o algo peor, y ese alguien como si fuera poco era una mujer. Vos mismo no podías probártelo, había algo diferente y mejor que las pruebas más rotundas: un trazo, una predilección por las tizas cálidas, un aura. A lo mejor como andabas solo te imaginaste por compensación; la admiraste, tuviste miedo por ella, esperaste que fuera la única vez, casi te delataste cuando ella volvió a dibujar al lado de otro dibujo tuyo, unas ganas de reír, de quedarte ahí delante como si los policías fueran ciegos o idiotas.
Empezó un tiempo diferente, más sigiloso, más bello y amenazante a la vez. Descuidando tu empleo salías en cualquier momento con la esperanza de sorprenderla, elegiste para tus dibujos esas calles que podías recorrer de un solo rápido itinerario; volviste al alba, al anochecer, a las tres de la mañana. Fue un tiempo de contradicción insoportable, la decepción de encontrar un nuevo dibujo de ella junto a alguno de los tuyos y la calle vacía, y la de no encontrar nada y sentir la calle aún más vacía. Una noche viste su primer dibujo solo; lo había hecho con tizas rojas y azules en una puerta de garage, aprovechando la textura de las maderas carcomidas y las cabezas de los clavos. Era más que nunca ella, el trazo, los colores, pero además sentiste que ese dibujo valía como un pedido o una interrogación, una manera de llamarte. Volviste al alba, después que las patrullas relegaron en su sordo drenaje, y en el resto de la puerta dibujaste un rápido paisaje con velas y tajamares; de no mirarlo bien se hubiera dicho un juego de líneas al azar, pero ella sabría mirarlo. Esa noche escapaste por poco de una pareja de policías, en tu departamento bebiste ginebra tras ginebra y le hablaste, le dijiste todo lo que te venía a la boca como otro dibujo sonoro, otro puerto con velas, la imaginaste morena y silenciosa, le elegiste labios y senos, la quisiste un poco.
Casi en seguida se te ocurrió que ella buscaría una respuesta, que volvería a su dibujo como vos volvías ahora a los tuyos, y aunque el peligro era cada vez mayor después de los atentados en el mercado te atreviste a acercarte al garage, a rondar la manzana, a tomar interminables cervezas en el café de la esquina. Era absurdo porque ella no se detendría después de ver tu dibujo, cualquiera de las muchas mujeres que iban y venían podía ser ella. Al amanecer del segundo día elegiste un paredón gris y dibujaste un triángulo blanco rodeado de manchas como hojas de roble; desde el mismo café de la esquina podías ver el paredón (ya habían limpiado la puerta del garage y una patrulla volvía y volvía rabiosa), al anochecer te alejaste un poco pero eligiendo diferentes puntos de mira, desplazándote de un sitio a otro, comprando mínimas cosas en las tiendas para no llamar demasiado la atención. Ya era noche cerrada cuando oíste la sirena y los proyectores te barrieron los ojos. Había un confuso amontonamiento junto al paredón, corriste contra toda sensatez y sólo te ayudó el azar de un auto dando vuelta a la esquina y frenando al ver el carro celular, su bulto te protegió y viste la lucha, un pelo negro tironeado por manos enguantadas, los puntapiés y los alaridos, la visión entrecortada de unos pantalones azules antes de que la tiraran en el carro y se la llevaran.
Mucho después (era horrible temblar así, era horrible pensar que eso pasaba por culpa de tu dibujo en el paredón gris) te mezclaste con otras gentes y alcanzaste a ver un esbozo en azul, los trazos de ese naranja que era como su nombre o su boca, ella así en ese dibujo truncado que los policías habían borroneado antes de llevársela; quedaba lo bastante como para comprender que había querido responder a tu triángulo con otra figura, un círculo o acaso un espiral, una forma llena y hermosa, algo como un sí o un siempre o un ahora.
Lo sabías muy bien, te sobraría tiempo para imaginar los detalles de lo que estaría sucediendo en el cuartel central; en la ciudad todo eso rezumaba poco a poco, la gente estaba al tanto del destino de los prisioneros, y si a veces volvían a ver a uno que otro, hubieran preferido no verlos y que al igual que la mayoría se perdieran en ese silencio que nadie se atrevía a quebrar. Lo sabías de sobra, esa noche la ginebra no te ayudaría más a morderte las manos, a pisotear tizas de colores antes de perderte en la borrachera y en el llanto.
Sí, pero los días pasaban y ya no sabías vivir de otra manera. Volviste a abandonar tu trabajo para dar vueltas por las calles, mirar fugitivamente las paredes y las puertas donde ella y vos habían dibujado. Todo limpio, todo claro; nada, ni siquiera una flor dibujada por la inocencia de un colegial que roba una tiza en la clase y no resiste el placer de usarla. Tampoco vos pudiste resistir, y un mes después te levantaste al amanecer y volviste a la calle del garage. No había patrullas, las paredes estaban perfectamente limpias; un gato te miró cauteloso desde un portal cuando sacaste las tizas y en el mismo lugar, allí donde ella había dejado su dibujo, llenaste las maderas con un grito verde, una roja llamarada de reconocimiento y de amor, envolviste tu dibujo con un óvalo que era también tu boca y la suya y la esperanza. Los pasos en la esquina te lanzaron a una carrera afelpada, al refugio de una pila de cajones vacíos; un borracho vacilante se acercó canturreando, quiso patear al gato y cayó boca abajo a los pies del dibujo. Te fuiste lentamente, ya seguro, y con el primer sol dormiste como no habías dormido en mucho tiempo.
Esa misma mañana miraste desde lejos: no lo habían borrado todavía. Volviste al mediodía: casi inconcebiblemente seguía ahí. La agitación en los suburbios (habías escuchado los noticiosos) alejaban a la patrulla de su rutina; al anochecer volviste a verlo como tanta gente lo había visto a lo largo del día. Esperaste hasta las tres de la mañana para regresar, la calle estaba vacía y negra. Desde lejos descubriste otro dibujo, sólo vos podrías haberlo distinguido tan pequeño en lo alto y a la izquierda del tuyo. Te acercaste con algo que era sed y horror al mismo tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas violetas de donde parecía saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a puñetazos. Ya sé, ya sé ¿pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tenía que decirte adiós y a la vez pedirte que siguieras. Algo tenía que dejarte antes de volverme a mi refugio donde ya no había ningún espejo, solamente un hueco para esconderme hasta el fin en la más completa oscuridad, recordando tantas cosas y a veces, así como había imaginado tu vida, imaginando que hacías otros dibujos, que salías por la noche para hacer otros dibujos.
martes, 1 de octubre de 2013
Filosofía o existencialismo
Me
dedico a hacerme preguntas que no se pueden responder. Es la pura
pasión por la pregunta ingeniosa, o inusual, o inesperada, no por la
respuesta. La pregunta por sí sola es la que despierta el asombro y
la risa por lo obvia y, al mismo tiempo, tan imposible de contestar.
El hallazgo en sí de una respuesta, la culminación de la duda
conjugada en solución, no es atractiva: se acaba el juego. Fin.
No,
de ninguna manera. Lo infinito reside en lo incontestable, en la
pregunta que aparenta ser inútil; no porque no aporte conocimiento,
sino porque no es ése
su objetivo. Su fin es su comienzo. La pregunta resulta hermosa y
divina por sí misma, y autojustifica su existencia. No importa la
consecuencia. Importa la pregunta que deslumbra, la que no sirve para
nada, más que para entretener la mente con
la constatación de que existen
más preguntas que respuestas.
O no. Pero no importa, su juego es ése: el de la pregunta más allá
de la respuesta. Ojo, tampoco es que desdeñe respuestas, incluso
hasta las más delirantes serán debatidas, serán analizadas y
tomadas en consideración. Es,
quizás, mi aspecto
menos déspota. La pura existencia no resiste dudas de ningún tipo,
y sin embargo es lo más etéreo que tenemos, lo menos comprobable y
lo que pincha a nuestro ser mas inquisitivo. El juego no tiene fin
porque parte de la base que ninguna respuesta podrá ser confirmada
enteramente, ni ninguna rechazada de plano. La consigna será que
nadie puede acceder a una verdad única y absoluta e irrefutable. Que
no tiene sentido buscarla, porque siempre se podría estar tomando
por cierto algo que es falso. Y ahí volvemos. Lo importante es la
pregunta, no la respuesta porque esta no existe sino en función de
la verdad. Propone una verdad. En cambio, la pregunta solo pregunta,
solo abre la discordia entre dos visiones, o solo deslumbra por su
ocurrencia. La pregunta solo hace posible la imaginación.
Es
por eso, y nada más que por eso que la pregunta seduce tanto. Y
entretiene. Y nadie se confunda: no es inútil la pregunta que no
tiene respuesta certera o científica, o la que directamente no tiene
respuesta. No, la pregunta jamás será inútil, pregunte lo que
pregunte. Porque es por la pregunta, quizás -y ahora déjenme
divagar un poco- es por la pregunta, que el primer hombre, o la
primera mujer, o ambos, con el ceño fruncido por la pregunta anclada
entre las cejas y la duda anidada en los ojos, se pararon en dos
patas, se olieron los olores y se tocaron por primera vez.
viernes, 27 de septiembre de 2013
Tratado precario sobre la Música
En el universo paralelo de nuestras mentes, una línea se
posa dividiendo los bocinazos de los trenes y las multitudes arremolinadas
alrededor. Discurre entre ellos con el incendio voraz de una sinfonía,
excitando los oídos, alterando los cansancios. Hoy están, mañana (que es
ayer),
no.
La mente juguetea inquieta: poco importan los matices cuando
todo es de un único color. Sin embargo, no te confundas y creas que tu
policromatismo es muy especial, porque no es así. Las disminuciones o
modulaciones se hacen presentes tanto en tu obra como en la de muchos otros. Y
el crescendo las abarca a todas, como
el dramatismo. Son irreductibles a una sola, como vos o yo somos irreductibles
a una sola célula. Todo, interconectado, respira al unísono toda su vida en
gotas de aire, y cuando la tensión es dramática, magnífica e insosteniblemente
dramática, es ahí en ese arrasador segundo (eterno, infinito) que todos parecen
comprender al fin el sentido, el juego, el por qué y el para qué y el cómo de
la obra; y estallan en un espasmo de
inesperado apaciguamiento. Se demoran en un pasaje que poco tiene que ver con
el sentido general de la música, pero solo para impulsarse y llenar los vacíos
con delicioso suspenso. A continuación, una ligera inclinación de la cabeza; un
llamamiento silencioso; una arenga apenas perceptible y el acoplamiento
generalizado, la copulación de los componentes: la unión de los vientos y las
cuerdas. La percusión proponiendo un nuevo crescendo
que estalla en sus, en tus, en mis oídos.
La explosión final que determina todo el significado de la
obra, donde cada uno de sus significantes deja de ser evidente y pasa a ser
mera interpretación, pura subjetividad. Y justo antes de comprenderla, justo
cuando se acerca el instante de claridad, de lucidez, en el cenit de la euforia
musical (instrumental y melódica y armónica y rítmica y compositiva); justo
cuando todo indica que caerá de maduro, por el peso de su propia obviedad,
cuando es insoportablemente hermosa la conjunción de esa fuerza con la música y
todo parece explicarse por sí mismo, entrelazarse y difuminarse con el universo
(o quizás pienso ahora cuando el éxtasis llega a su fin, que todo eso es la
idea de Dios o de Universo o Unidad, o Todo, porque es tan increíblemente gigantesco, fuerte, luminoso, dramático, hermoso), justo
cuando creés abarcarlo y aprehenderlo, el director (artista silencioso) con un
relampagueo de su batuta y una elegante señal displicente, da por terminada la
resurrección del compositor, por años muerto, y hasta recién, hasta hace apenas
un segundo, un diminuto segundito, tan arrolladoramente vivo.
lunes, 9 de septiembre de 2013
El Tiempo de Afuera
Tengo un dado de cinco caras, de cinco colores. Violeta, azul oscuro, bordó, verde claro y amarillo girasol. Para tirarlo tengo adelante todo este campo de tierra. El problema es el eco. El problema son los cristales. Cuando el dado caiga, al tocarlos producirá el sonido, y no hay un centímetro de tierra que no los contenga. Y ya sabemos que producirá la reverberación estrepitosa: que se despierten los gigantes. Claro, dormidos son como montañas. Grises, silenciosas. Y sí, están a kilómetros de mí. Pero yo se que con un buen trote me alcanzan en cuestión de segundos. A los gigantes no les gusta que los moleste. Y el castigo lo sé también: colgarme del Árbol de los Brazos en Punta. Está a la vuelta del Enorme Zancudo.
El problema es que ya no me queda mucho tiempo. El aire me está apretando cada vez más, y ya se ciernen los eclipses sobre los horizontes. Debo elegir un color. Así podré regresar al Tiempo de Afuera. Así podré atravesar la pared del supuesto infinito.
En el Tiempo de Afuera es todo calmo. Claro que el color que el azar elija será quien defina los planos y sectores. Ah, pero qué desorden tan hermoso es el de el otro lado de la pared. Ya oigo las melodías encriptadas. Se descifrarán al llegar a mi oído. Vibraciones tan sutiles adentro. Yunque, martillo, e impulso eléctrico y la paz al llegar a mi cerebelo.
Ya es tarde, se están despertando de la siesta. Este es el momento. Tiro el dado.
Como había anticipado, los cristales hacen lo suyo. Este sonido es en cambio tan asqueroso. Me dan arcadas. La alarma empieza a correr. Todavía no se define el destino. Las cinco posibilidades están en duelo.
Finalmente: bordó.
Los gigantes me intentan aferrar pero ya me desvanezco. Me voy, me voy. Hacia allá, del otro lado del infinito. En el Tiempo de Afuera.
viernes, 6 de septiembre de 2013
Paisajes: la Vía Láctea
Adentro de la casa estaba cálido; acá afuera con la
temperatura bajo cero, cae el hielo invisible en esta noche al sur del mundo.
La calle de tierra está dura de frío y la respiración escapa en forma de voluta
etérea. No hay luna y el camino no tiene iluminación. Tengo un trecho hasta mi
destino y disfruto la caminata bajo un cielo conmovedor. Se despliegan mil
estrellas, increíblemente nítidas y luminosas sobre mis ojos. El bosque y las
nieves eternas tienen un tinte plateado que le da un toque surrealista al
cuadro.
Tal es la perfección del cielo, que se ve la plateada estela
de la mismísima vía láctea atravesando el océano de azul noche. Ubico las
constelaciones conocidas; todas ellas se ven, no hay ni una sola nube: la Cruz
del Sur, Los 7 Cabritos, Las 3 Marías, Orión y muchas más que no conozco, o que
quizás nunca fueron nombradas. Pienso en los primeros pueblos, en los que
emigraron kilómetros y kilómetros siguiendo direcciones celestes, guiados por
la Vía Láctea, por ese asombroso manchón de claridad resplandeciente salpicada
de soles diminutos.
Pienso en esto de vivir en ciudades que no dejan ver las
estrellas. La visión es hipnótica, resulta imposible sustraerse. Las cuento,
las recuento. Jamás termino, pero siempre empiezo. Las contemplo mudo de asombro,
inundado de la tranquilidad que me transmite su belleza casi incomprensible.
Las montañas contrastan con esas pinceladas estrelladas de plata. Más allá, el
lago juega a ser cielo, y desafía a cualquiera a que distinga cuál es cuál. Las ramas, apenas movidas en su sueño por unas pocas gotas
de viento, regalan un murmullo suave.
De pronto tengo la certeza de cruzar mi mirada húmeda de
contemplación con algún otro observador perdido en la inmensidad del Universo.
Le sonrío, por las dudas.miércoles, 4 de septiembre de 2013
Y, y, y.
Y será, será que de tanto andar entre altos edificios, el horizonte se aburrió de que nadie lo mire y se fue borrando. Borrando, de a poco: su estela primero, su contorno después, su color a lo último. Y tal vez, tal vez de tanto difuminarse, fue que los edificios no pudieron llenar el vacío que llenó los cuerpos de los hombres y mujeres... el vacío del horizonte nunca contemplado y siempre ignorado. Y primero fue un loco, el que salió a la vereda. Y dos. Y tres. Y mil. Todos los locos. Y cada uno llevaba en las manos un pedacito de horizonte, de su recuerdo. Uno con engrudo pegó su recuerdo de las pampas cuando el sol se pone; una nena agregó un retazo de las montañas nevadas, enchastrándose toda con el pegamento; otro sumó una delgada línea de la selva tucumana; uno tenía una memoria del mar en invierno; y otra un suspiro del horizonte del desierto. Y todos, todos los miles que fueron, unieron los pedazos, a puro engrudo, eh. Y mientras el estrépito de los edificios en caída libre ocupaba todo el sonido, el horizonte, parche de acá, parche de allá, remiendo por ahí, collage de recuerdos muchos, se fue renaciendo a sí mismo, a través de todos los locos.
Al final del día ahí quedaron ellos, los locos, alucinados de tanto horizonte incoherente, libres de tantos cementos y desnudos, de tanta libertad.
Al final del día ahí quedaron ellos, los locos, alucinados de tanto horizonte incoherente, libres de tantos cementos y desnudos, de tanta libertad.
martes, 3 de septiembre de 2013
Lista de tareas
Sentir el tacto.
Mirar la vista.
Oler el olfato.
Saborear el gusto.
Escuchar al oído.
Pensar a los pensamientos e idear a las ideas.
Charlarle a las palabras.
Cantarle a las músicas.
Besar a los besos.
Cabalgar a los cabellos.
Amar al mismísimo amor, mirándolo a sus ojos, quemándolo en su fuego.
Ser sumiso solo al incendiario deseo de ser indómito.
Ser indómito ante el asfixiante mandato de ser sumiso.
Enloquecer al raciocinio.
Y teorizar la demencia.
Amarrar las amarras, navegar los navíos y morir la vida para vivir la muerte.
Mirar la vista.
Oler el olfato.
Saborear el gusto.
Escuchar al oído.
Pensar a los pensamientos e idear a las ideas.
Charlarle a las palabras.
Cantarle a las músicas.
Besar a los besos.
Cabalgar a los cabellos.
Amar al mismísimo amor, mirándolo a sus ojos, quemándolo en su fuego.
Ser sumiso solo al incendiario deseo de ser indómito.
Ser indómito ante el asfixiante mandato de ser sumiso.
Enloquecer al raciocinio.
Y teorizar la demencia.
Amarrar las amarras, navegar los navíos y morir la vida para vivir la muerte.
viernes, 30 de agosto de 2013
Mi propio brujo
Hoy saqué el candado de la Gran Puerta. Lo transformé en líquido, denso, negro, frente a mis ojos. Del otro lado me encuentro con una habitación. Siete puertas blancas me dividen del futuro, ya que la decisión será tomada después del presente. No hay alternativa: no la hay. Elijo la cuarta. Me detengo. El camino no continúa del otro lado, no. Se detiene en dos baldosas púrpuras. Y la jungla me asfixia en todos los costados. Tengo que trepar, pero ¿a dónde? Adelante mío veo mis ojos. Gigantescos. Terribles. Son los míos, mis propios ojos. Y lloro. Lloro de forma tan fuerte y dolorosa.
No puedo mirarme a mi mismo. La imagen me resulta tan grotesca, insoportable. Quiero clavar una estaca en mi iris. Pero no llego. Sin embargo imagino que lo hago.
Qué fácil que es imaginar. Pero es tan asqueroso. Repudio el aire que me rodea. Es denso, como olor a muerto. Como un cadáver en mi mismo. Soy un cadáver. Una calavera. ¡Ah, pero tengo todas las respuestas! Desde aquí, sí. En la cima de la montaña.
Por suerte ya se disiparon los huesos. Ahora la nieve. Y me hundo. ¿Abajo del cerro esta el lago? ¿o acaso estoy nadando en mi propio líquido amniótico? Soy la creación. Soy el universo. Soy esa leyenda que nunca se contó. Soy barro. Pero barro con sangre. Soy pus. Soy piel quemada. Ardiendo. Soy el infierno. Soy un dios asesino. Me desgarro mi propia piel. Escarbo en mí. Nado en mi vientre, soy mi propio bebé. Soy mi hijo. Me veo desde mi mente, pero tan puro ¡ay!, tan hermoso, que me rozo apenas y me transformo en toda la luz del infinito. Esa como amarilla clara. Eterna. Nunca para.
Y me trago mis palabras. Una a una. Liebre, libertad, librería, libra. Continúo con la H. Me rasco un poco la pera y noto un lunar. Lo abro. Adentro está mi guitarra. ¡Qué buen momento para acariciarla! Pero ya no es ella: es lodo. Mi guitarra está hecha de lodo. Salen gotas disparadas en el rasguido. Notas disipadas en el rugido. Y todo calla. Calma. Calma al fin. Todo para. Soy mi propio brujo.
No puedo mirarme a mi mismo. La imagen me resulta tan grotesca, insoportable. Quiero clavar una estaca en mi iris. Pero no llego. Sin embargo imagino que lo hago.
Qué fácil que es imaginar. Pero es tan asqueroso. Repudio el aire que me rodea. Es denso, como olor a muerto. Como un cadáver en mi mismo. Soy un cadáver. Una calavera. ¡Ah, pero tengo todas las respuestas! Desde aquí, sí. En la cima de la montaña.
Por suerte ya se disiparon los huesos. Ahora la nieve. Y me hundo. ¿Abajo del cerro esta el lago? ¿o acaso estoy nadando en mi propio líquido amniótico? Soy la creación. Soy el universo. Soy esa leyenda que nunca se contó. Soy barro. Pero barro con sangre. Soy pus. Soy piel quemada. Ardiendo. Soy el infierno. Soy un dios asesino. Me desgarro mi propia piel. Escarbo en mí. Nado en mi vientre, soy mi propio bebé. Soy mi hijo. Me veo desde mi mente, pero tan puro ¡ay!, tan hermoso, que me rozo apenas y me transformo en toda la luz del infinito. Esa como amarilla clara. Eterna. Nunca para.
Y me trago mis palabras. Una a una. Liebre, libertad, librería, libra. Continúo con la H. Me rasco un poco la pera y noto un lunar. Lo abro. Adentro está mi guitarra. ¡Qué buen momento para acariciarla! Pero ya no es ella: es lodo. Mi guitarra está hecha de lodo. Salen gotas disparadas en el rasguido. Notas disipadas en el rugido. Y todo calla. Calma. Calma al fin. Todo para. Soy mi propio brujo.
jueves, 29 de agosto de 2013
El que es viendo
Me veo siendo y soy viendo. Viendo, miro y me hago: me doy a luz, me nazco. Naciéndome veo dándome a luz; mirando al veedor soy observador. Solo veo. Y miro. Y soy. Y no al revés, no de otro modo.
Y esto es así porque en mis ojos vive el ser que ve y que mira, el que yo hice la primera vez que vi. El más innato de todos mis seres. El que ve mirando. El que es viendo.
Y esto es así porque en mis ojos vive el ser que ve y que mira, el que yo hice la primera vez que vi. El más innato de todos mis seres. El que ve mirando. El que es viendo.
miércoles, 28 de agosto de 2013
Diálogos
Jeredeve: ¡Ah! Finalmente llegué hasta arriba. La noche se disipa densa entre mis venas. Todo se ve tan mínimo desde acá. Si me tiro, ¿la gravedad me tragará? Y si es un sueño, ¿podré volar?
Tupac: Y si la gravedad no te traga, al menos lo hará el recuerdo, o el olvido. Y si es un sueño, volarás solo si en el sueño eso vale.
Jeredeve: Entonces voy a transformar de ensueño mi realidad. Quiero volar y que el viento me roce frío los pies.
Tupac: Y de paso, desmentir a quienes piensen que del aire no se puede vivir.
Jeredeve: Ah, y ser aire y noche. Que lindo ser noche.
Tupac: Lo mas terrible de ser noche es tener pavor de convertirte en día.
Jeredeve: ¿Cuál es mas hermoso?, ¿El día o la noche?
Tupac: ¿Qué es la hermosura? ¿La diurna o la nocturna? Es más hermoso aquel que no se piense a sí mismo como el más hermoso.
Jeredeve: La una con la otra.
Tupac: Sin la otra, no existe la primera. Es la simbiosis perfecta del día-noche noche-día.
Jeredeve: Luz y oscuridad, ¿no? Pero la oscuridad es bella también.
Tupac: Sí, lo es... absolutamente. Solamente en la oscuridad podés ver el cielo estrellado, la vía láctea y la luna llena. ¿Existen los grises?
Jeredeve: Sí claro, cuando todavía no salió el sol, pero ya esta aclarando el día.
Tupac: El eterno resplandor.
Jeredeve: ¡Qué bueno! Que nos alimente la luz, que nos abrace la oscuridad.
Tupac: ¿Se puede tener algo etéreo, como el sueño?
Jeredeve: ¡Sí! Seamos etéreos para que el día no nos agarre desprevenidos, acurrucados en la noche.
Tupac: Que nos podamos deslizar entre amaneceres y ocasos.
Jeredeve: Inhertes.
Tupac: Exacerbados.
Jeredeve: Plenos.
Tupac: Sumidos en la vorágine de nuestro devenir. Sin poder salir a caminar entre campos y arroyos.
Jeredeve: Como en equilibrio en un cometa, y al costado, ¡ay!... la caída.
Tupac: Y la muerte final. Tragado por la gravedad y el olvido. Y sin recordar siquiera cómo se volaba.
Tupac: Y si la gravedad no te traga, al menos lo hará el recuerdo, o el olvido. Y si es un sueño, volarás solo si en el sueño eso vale.
Jeredeve: Entonces voy a transformar de ensueño mi realidad. Quiero volar y que el viento me roce frío los pies.
Tupac: Y de paso, desmentir a quienes piensen que del aire no se puede vivir.
Jeredeve: Ah, y ser aire y noche. Que lindo ser noche.
Tupac: Lo mas terrible de ser noche es tener pavor de convertirte en día.
Jeredeve: ¿Cuál es mas hermoso?, ¿El día o la noche?
Tupac: ¿Qué es la hermosura? ¿La diurna o la nocturna? Es más hermoso aquel que no se piense a sí mismo como el más hermoso.
Jeredeve: La una con la otra.
Tupac: Sin la otra, no existe la primera. Es la simbiosis perfecta del día-noche noche-día.
Jeredeve: Luz y oscuridad, ¿no? Pero la oscuridad es bella también.
Tupac: Sí, lo es... absolutamente. Solamente en la oscuridad podés ver el cielo estrellado, la vía láctea y la luna llena. ¿Existen los grises?
Jeredeve: Sí claro, cuando todavía no salió el sol, pero ya esta aclarando el día.
Tupac: El eterno resplandor.
Jeredeve: ¡Qué bueno! Que nos alimente la luz, que nos abrace la oscuridad.
Tupac: ¿Se puede tener algo etéreo, como el sueño?
Jeredeve: ¡Sí! Seamos etéreos para que el día no nos agarre desprevenidos, acurrucados en la noche.
Tupac: Que nos podamos deslizar entre amaneceres y ocasos.
Jeredeve: Inhertes.
Tupac: Exacerbados.
Jeredeve: Plenos.
Tupac: Sumidos en la vorágine de nuestro devenir. Sin poder salir a caminar entre campos y arroyos.
Jeredeve: Como en equilibrio en un cometa, y al costado, ¡ay!... la caída.
Tupac: Y la muerte final. Tragado por la gravedad y el olvido. Y sin recordar siquiera cómo se volaba.
martes, 27 de agosto de 2013
Voy a ver si puedo correr*
Tengo que aprender a volar entre tanta gente de pie. Quiero aprender a volar. No dejen que deje de volar. Quiero poder elevarme. Tengo, amo, debo, necesito aprender a volar. Mi panza es una reja que filtra las penas hechas nudo, las amasija y pesa toneladas: y quiero volar. Quiero despegar, quiero que las caras se asombren, se perfilen, se asusten. Que los gritos sean llamados a otros vientos, que la brisa se ría de la lluvia en nuestras caras y que la espuma nos hinche de placer. Quiero aprender a volar entre tanto caminante, tanto traseunte, tanto hombre olvidadizo de volar, de salir volando como un loco, como un violinista, como una guirnalda, como un duende que regresa, que nuca calla, él solo se desprende y sólo se asemeja a las guirnaldas, que en Fa sostenido menor te escupen todo su cifrado en las mejillas. No tengo el respiro, no lo necesito, solamente me pesan los hilos de los nombres, los que suenan como mi guitarra. Para poder aprender a volar he de tener más tiempo, aprender a ser luz entre tanta gente detrás. Y digo detrás porque las sombras confunden cuando desde frente no brotan. Solo el aire que me eleva, el de las plumas ligeras, el de la azul suavidad, el que se abrió y tiene corazón y de lata y mantel y guiños de verdad. El aire me eleva y yo aprendo a volar entre esta gente de pie, que solo se adormece. Y es que nunca callo, solo me desprendo y soy igual a esas guirnaldas.
*basado en la letra 'Canción para los días de la vida' (L. A. Spinetta)
*basado en la letra 'Canción para los días de la vida' (L. A. Spinetta)
miércoles, 21 de agosto de 2013
Palabras
Me decidí a escribir. ¿Se puede escribir la música? Con partituras, claro. ¿Pero se puede escribir con palabras? ¿Se puede dibujar? Yo creo que sí. ¿Y se puede escribir el amor? ¿Se puede plasmar en palabras, letras, espacios, comas, signos, el amor? Si yo digo yo te amo, estoy diciendo algo. O yo te adoro, o me encantás, o te admiro, o me hacés bien (como redujo de forma tan simple Drexler). Pero, ¿Dice algo realmente? ¿Cómo es que una expresión tan coloquial puede definir algo tan único, elevado y abstracto como un sentimiento? ¿Cómo es que nos aferramos a las palabras? Es lo único que tenemos, claro. Palabras. Enojado, denota una situación. Frustrado ya es más denso. ¡Pero es todo tan relativo! Jaja... Es imposible. Las palabras, nuestros fieles luceros en el horizonte, guías; nuestros anclas, nuestra piedra sobresaliente del acantilado, son nuestro delirio. Las palabras son un delirio. No son nada. Son letras apenas. Me dan asco las palabras dijo Sancamaleón, y lo entiendo. Son ruines y traicioneras. Son tan poderosas que inclinan imperios, socavan desiertos, resucitan cadáveres putrefactos. Putrefacto; una palabra tan asquerosa. ¿Pero lo es la palabra, o la imagen que tenemos de su significado? El rojo no es rojo, es una ilusión. Podríamos llamar rojo al amarillo y nadie se lo cuestionaría. ¿O qué, la palabra rojo es más cálida? ¿Y la palabra infinito? ¿Abarca el infinito? Eso quisiéramos Ni siquiera la palabra lago abarca un lago. Sólo una idea, etérea. Es repugnante. No tenemos nada. Nos desintegramos en palabras que son tan pasajeras. Sin embargo marcan la vida y sí: las palabras son todo lo que tenemos para mostrar lo que somos. Parecería triste, pero triste es tan solo una palabra.
martes, 13 de agosto de 2013
Asociación cerebral: (un) Salto imprevisto.
Un salto. Una caída. Un choque, estallido. Bomba atómica. Hongo nuclear. Una voz: auxilio, ¡Auxilio!, ayuda. Perdón. Perdón por nada, por lo que no fue.
Cítaras. Unas melodías. Respiraciones agitadas, esforzadas. Lucha de día a día: el no morir y el sí vivir. La imposibilidad del ser desnudo más allá de las limitaciones gramaticales. El cómo por pregunta, el no por respuesta y el porque sí por explicación. Un absurdo. Un ridículo.
Improbable; un suceso. Incomprensible, inalterable en su dureza pétrea.
Una pregunta, un vacío existencial. Una añoranza. Dos, tres, cuatro recuerdos.
Un pasado. Un aullido interminable; una proclama (¡Mañana es mejor, mañana es mejor, ah!). Un desafío y una constatación. Una pluma ligera caída del sol. La luna y la marea. Una simbiosis. Una mesa de madera rústica y añeja. Una bebida alcohólica. Una adicción. Un laberinto subterráneo de pasajes breves como pestañas de invierno.
Una pena y un lamento.
Un cadáver exquisito. Un plagio. Seis venas, nena boba. Dos amantes, un abrir y cerrar de ojos. Tristeza, rencor. Asombro y un llanto; desilusión. Alguien toca el contrabajo: pizzicato. Escuchen.
Un canto agobiado, un desierto caluroso. Un paraje, una estela de ondas surcando las agua. Un navío anclado en un mar helado. Sus velas son fuego. Una crisis. Nubes de algodón, melodías tristes, acordes menores. Jazz. Zambas y carnavalitos. Nueva Trova Cubana, dulce, hermosa.
Un trozo de tierra y mil batallas.
Un detalle: uno imprevisto.
sábado, 10 de agosto de 2013
La Anónima (revista de alumnos de la EMPA)
Les dejo un enlace para que lean esta revista en Internet, muy buena, que hacen alumnos de la Escuela de Música Popular de Avellaneda. Está excelente, tiene poesías, reflexiones, relatos, cuentos, algunos dibujos y algunos números hasta tienen partituras de autoría de los diferentes chicos y chicas que mandan sus cosas para colaborar con la revista y hacerla cada número más gordita. Este es el número 3 y si buscan pueden leer los anteriores. Además de que está muy buena, la comparto porque entre los relatos que salieron está 'El descubrimiento de un filósofo (o la pregunta sin respuesta)', uno de los textos que subí antes a este blog. Eeeeeen fin, que degusten y gusten. Salutes.
Revista
http://issuu.com/sersurediciones/docs/la_an__nima_n__mero_3_digital?e=7945675%2F4327020
Revista
http://issuu.com/sersurediciones/docs/la_an__nima_n__mero_3_digital?e=7945675%2F4327020
domingo, 4 de agosto de 2013
Encuentro en el Estudio: Divididos
Les dejo un buen documental para ver con música. Encuentro en el estudio, con Divididos. Muy buen programa este realmente. Que disfruten.
sábado, 3 de agosto de 2013
Más feo que
Más feo que pisar mierda descalzo. Más feo que patada en los huevos. Más feo que que te corten el agua caliente en medio de la ducha; o más feo que final de álgebra. Más feo que beso de vieja con dentadura postiza. Más feo que laburo de 18 horas... más feo tener fiebre en tu cumpleaños. Más feo que torta de chocolate sin el dulce de leche. Más feo que resaca con un viaje de 5 o más horas por delante; más feo que perderse fumado y más feo todavía que llegar a tu casa con bajón y que no haya nada para lastrar. Peor: más feo que llegar cagado de hambre y solo haya arroz o milanesa de soja. Más feo que tequilazo sin limón ni sal; más feo que Cordera sin la Bersuit. Más feo que viajar en el subte con 40°C en hora pico; o sino, más feo que no saber en qué carajo gastaste tanta guita la noche anterior; más feo que que te digan: "¡cómo te vi anoche!" y ni te acuerdes que viste a esa persona. Peor que ver algo que no quisieras ver, y sin embargo está ahi, delante tuyo, mostrándote y demostrándote toda su evidente existencia, demoledoramente real.
viernes, 26 de julio de 2013
Perros de nadie - Esteban Valentino
Subo un libro muy pero muy bueno, de un escritor argentino que se llama Esteban Valentino. Es uno de los escritores que más me gustan, porque tiene un estilo muy particular, una cuestión de variar en muchas de sus obras de tercera persona a primera, y volver y generar cierto caos que va aumentando la tensión... además es muy profundo en su mensaje y elije palabras que pueden introducirse en nuestros ojos, nuestros seres, rozando las partes más suaves, las más sensibles. Perros de Nadie es un libro que describe dos historias básicamente, que en realidad son las historias de miles: pibes de la villa, de barrios olvidados por gran parte de la sociedad, donde los niños son hombres desde muy pendejitos. Estas historias, donde tienen que sobrevivir como puedan al avasallamiento de un sistema entero que los quiere marginar. Muy bello, por momentos duro (si se logra entrelazarse con la historia) y con un final increíble. Otros libros del mismo autor que recomiendo mucho son: Todos los soles mienten, Un desierto lleno de gente (cuentos) y La soga. Que disfruten, locos-locas.
Link*: http://www.mediafire.com/view/x19d2v6ljl6blbr/Perros_de_Nadie.pdf
*Se puede leer en internet o descargar.
Link*: http://www.mediafire.com/view/x19d2v6ljl6blbr/Perros_de_Nadie.pdf
*Se puede leer en internet o descargar.
martes, 23 de julio de 2013
Live at Pompey - Pink Floyd
Les comparto una excelente película recital/documental de Pink Floyd, que fue grabada en Pompeya en 1972 y presentada en 1974 (si no me equivoco). Está genial, recomiendo ver con las luces apagadas y buen volumen, y no sigo agregando sugerencias porque dirán que hago apología a las cositas ilegales.
Sin más, Vivo en Pompeya de Pink Floyd.
El mapache de rama
El era un
mapache hecho de rama. Se topaba con la chispa y temblaba; se topaba con los
suyos y se avergonzaba. Era único. No tenía igual; no tenía par. Y por eso
lloraba solo. Pero no muy fuerte, para no humedecerse.
De repente
la tierra quería tragarlo. Otro día una liebre lo masticaba, y él se desprendía
gritando: “¡No soy una rama!, solo soy distinto”. Solo era distinto. Pero a la
noche le costaba raíces, y de día cortezas. Tenía fuertes sueños en que se
lamía sus ligeros pelos marrón claro. Ahí todo era hermoso y se podía bañar en
el agua transparente. Pero luego se volvía pesadilla y se quedaba clavado
convertido en tronco en un desierto eternamente.
Paso que un
día, mientras se rascaba una lombriz que anidaba en él, vislumbró una pequeña
lenga que descansaba en una colina. Se acercó para olerla de cerca. Era frágil
y fuerte al mismo tiempo, y la savia corría dulce en ella como una cascada en
enero. Se enamoró. Entonces se lamentó de su condición de rama putrefacta en un
cuerpo condenado a perecer. El sol se apuraba a hundirse a lo lejos, entre los
últimos resquicios de unos sauces viejos.
De repente
pasó una libélula y el correr del tiempo descansó por un momento. Entonces el
mapache se dio cuenta que era cortezas y raíces, y no pelaje marrón. Se dio
cuenta que era rama y no mapache. Pero se dijo a sí que podía pelear por ser la
rama más vigorosa y clara del valle.
miércoles, 17 de julio de 2013
De cómo el viento se fue al sur
¿No ves aquella estrella? - muchacha pregunta, descalza, y acaricia el vano de la puerta.
No, no la veo. La respiro - muchacho que es puerta, recibe la caricia y la deposita en un recuerdo. La madera cruje.
Convidame su olor, hombre-niño - pide ella, anhelante.
El hombre-niño se inclina y agita el aire en las pupilas hermosas de la mujer. Luego las toca con la punta de la yema de sus dedos, siente el agua de los ojos y condensa toda la humedad de su ser en una sola gota. La gota no se ve por ningún lado.
¿Y, te gusta el olor? - pregunta, pensativo. Algo lo preocupa, o lo ocupa. Está un poco lejos, flotando.
Ajam, sí, me gusta. Se parece a vos, el olor de la estrella. No a tu olor, sino a vos. Se ve que respiraste un poquito de vos cuando me respiraste el olor de la estrella. Se te escapó una gota de tu esencia - sugiere la muchacha ojos de papel.
Ya sé... sí, te regalo esa gota de mi esencia. Bebela, o depositala en aquel arroyo. Tiene un poquitito de luz de estrella, también - explica el niño, el joven, el anciano. El ser sin tiempo. Estridencias se escapan de los brotes psicodélicos de las plantas que observan, las estrellas se dilatan y multiplican y son solo constelaciones infinitas que se ciernen sobre ellos: los inmortales dos.
Abrazame - piden juntos. Se ríen y se abrazan; tal vez también se besan. Los amaneceres se suceden, sin transcurrir.
Ahora me voy - se excusa él. La mirada de ella es de acusación. A él le duele, pero no deja de hacer lo que está haciendo. Cuelga unas sogas de su barca y la empuja aguas adentro, sobre aquel cielo líquido, reflejo de un cielo intangible, que no saben si existe o si lo están soñando. Los remos se sumergen con rumores profundos y las ondas de agua expiran antes de tocar la mano de la mujer, que ha envejecido de pronto. Sus dedos arrugados rozan la superficie del lago-cielo y cuentan estrellas. Odia las despedidas; de hecho no las comprende. El hombre, ahora anciano, lo sabe, pero no puede hacer nada. Solo remar entre esos hilos de plata suaves. La luna deja caer un halo de neblina sobre los amantes, para que sea más rápida la separación. La muchacha que recién era vieja, al instante siguiente es niña frágil y abandonada. Derrama lágrimas de bronca, de miedo, de amor o no sé de qué. Entre ellas, se escurre la gota que el hombre-niño le había regalado.
La gota apenas besa la superficie del lago-cielo y se congela, tanto es el hielo que emana de la tristeza de la barca: la barca-vida que se lleva al hombre-niño lejos de su amor-odio, que yace casi desvanecido en la playa-pasado.
No, no la veo. La respiro - muchacho que es puerta, recibe la caricia y la deposita en un recuerdo. La madera cruje.
Convidame su olor, hombre-niño - pide ella, anhelante.
El hombre-niño se inclina y agita el aire en las pupilas hermosas de la mujer. Luego las toca con la punta de la yema de sus dedos, siente el agua de los ojos y condensa toda la humedad de su ser en una sola gota. La gota no se ve por ningún lado.
¿Y, te gusta el olor? - pregunta, pensativo. Algo lo preocupa, o lo ocupa. Está un poco lejos, flotando.
Ajam, sí, me gusta. Se parece a vos, el olor de la estrella. No a tu olor, sino a vos. Se ve que respiraste un poquito de vos cuando me respiraste el olor de la estrella. Se te escapó una gota de tu esencia - sugiere la muchacha ojos de papel.
Ya sé... sí, te regalo esa gota de mi esencia. Bebela, o depositala en aquel arroyo. Tiene un poquitito de luz de estrella, también - explica el niño, el joven, el anciano. El ser sin tiempo. Estridencias se escapan de los brotes psicodélicos de las plantas que observan, las estrellas se dilatan y multiplican y son solo constelaciones infinitas que se ciernen sobre ellos: los inmortales dos.
Abrazame - piden juntos. Se ríen y se abrazan; tal vez también se besan. Los amaneceres se suceden, sin transcurrir.
Ahora me voy - se excusa él. La mirada de ella es de acusación. A él le duele, pero no deja de hacer lo que está haciendo. Cuelga unas sogas de su barca y la empuja aguas adentro, sobre aquel cielo líquido, reflejo de un cielo intangible, que no saben si existe o si lo están soñando. Los remos se sumergen con rumores profundos y las ondas de agua expiran antes de tocar la mano de la mujer, que ha envejecido de pronto. Sus dedos arrugados rozan la superficie del lago-cielo y cuentan estrellas. Odia las despedidas; de hecho no las comprende. El hombre, ahora anciano, lo sabe, pero no puede hacer nada. Solo remar entre esos hilos de plata suaves. La luna deja caer un halo de neblina sobre los amantes, para que sea más rápida la separación. La muchacha que recién era vieja, al instante siguiente es niña frágil y abandonada. Derrama lágrimas de bronca, de miedo, de amor o no sé de qué. Entre ellas, se escurre la gota que el hombre-niño le había regalado.
La gota apenas besa la superficie del lago-cielo y se congela, tanto es el hielo que emana de la tristeza de la barca: la barca-vida que se lleva al hombre-niño lejos de su amor-odio, que yace casi desvanecido en la playa-pasado.
sábado, 13 de julio de 2013
Paisajes: Las vías del tren
Tocata al atardecer. Este lugar es especial, completamente distinto. En las vías del tren, a los lados, el pasto está cortado y huele fresco y terroso. Unos buenos árboles regalan sombras y sus hojas se hamacan suaves. El promontorio de las vías se eleva perfecto y como no hay grandes edificios cerca, se crea la ilusión de estar en el campo.
Disfruto de unos mates: el calor subiéndome por el cuerpo, el vapor, la hermosa visión del mate humeante y la yerba seca amontonada en una prolija pila. Mi amigo y sus cabellos locos, bañados por una mezcla de luz rosa, naranja y amarilla, cálida y dorada. El hombre-niño desliza los acordes por entre briznas de pasto. Llegan en olas marinas de música a mis oídos, y yo los recojo, los acuno y los acaricio. Las dulces notas, la bella música y la dorada luz de un atardecer que se escurre. Uno más, de tantos.
Nos ponemos viejos, pero no nos importa.
Disfruto de unos mates: el calor subiéndome por el cuerpo, el vapor, la hermosa visión del mate humeante y la yerba seca amontonada en una prolija pila. Mi amigo y sus cabellos locos, bañados por una mezcla de luz rosa, naranja y amarilla, cálida y dorada. El hombre-niño desliza los acordes por entre briznas de pasto. Llegan en olas marinas de música a mis oídos, y yo los recojo, los acuno y los acaricio. Las dulces notas, la bella música y la dorada luz de un atardecer que se escurre. Uno más, de tantos.
Nos ponemos viejos, pero no nos importa.
Paisajes: Desde este Café
Desde este café la calle se ve distinta. Afuera, el invierno; adentro, esta suerte de primavera otoñal, cálida y leñosa. El café espera espumoso y arroja esos vapores que prometen incendiar mi congelada garganta. Las facturas ruegan por conocer mi dentadura, y mi estómago pide otro tanto.
Lindo rito, este de tomarse algo caliente, observar la calle gris invernal y escribir algo en las páginas amarillentas de viajes. Lindo rito.
Tiene un no-sé-qué muy atractivo observar las caras coloradas de frío de la gente, acurrucada entre sus ropas, con los cuellos ceñidos y apresurando el paso.
También tiene un no-sé-qué atractivo mirar el cielo lleno de nubes anochecerse y dejar caer esas minúsculas lágrimas de rocío iridiscente. Dulce toque nocturno: las luces de los autos corren veloces y acompasadas; comparten su color con lo oscuro.
domingo, 7 de julio de 2013
Dicen, a veces dicen.
Y es que no todos pueden ver la escultura, la música o la pintura que es la desnudez. Solo el que sienta al amor como un arte, (no importa si es amor entendido como enamoramiento, o como simple pasión por la danza de los cuerpos) solo el que sea un artista de las caricias, de los besos y los cuerpos desnudos, los suspiros y también la piel incendiada; solo aquel que disfrute conociendo los secretos que el cuerpo exuda, y entienda que como todo en la vida, el amor también es un arte; dicen que solo el ser humano que logre eso será inmortal por unos pocos segundos.
sábado, 6 de julio de 2013
Sueño con artistas
Tuve el sueño más hermoso de cuantos tuve, o al menos, de cuantos recuerdo. Amanecía o atardecía en mi casa de las montañas. La luz entraba dorada por la ventana e iluminaba todo, dándole un aire de perfecta armonía a la habitación. Yo, detrás de un sillón, observaba a las personas que estaban sentadas en ronda, sobre otros sillones o sillas.
Primero fijé la atención en el que estaba más próximo a mí: David Lebón tocaba su guitarra, improvisaba, jugaba con los sonidos y con su voz tan fascinante. Giro mi cabeza y miro al que se sienta a su lado. Spinetta, dorado, lleno de vida y de música. Luis Alberto, con una guitarra gastada, de color bronce con óxido, como herrumbrada, de un sonido único, divino. Sonreía feliz el Flaco y disfrutaba del arte. La luz lo envolvía y lo iluminaba de una manera distinta a los demás en la habitación. Más allá y con un piano eléctrico, Charly García, el de ahorita, pero sano, fresco: sonriente y ágil, como los viejos tiempos. Los dedos flacos danzando entre las teclas y soleando sobre una base de jazz que los compañeros le ofrecían. Daba cátedra de solos de piano, era pura música, puro arte indómito y todos reían felices de verlo bien al loco Charly.
Yo iba rodeando el sillón de David y Luis, y veía a Rodolfo García, el batero de Almendra, tocando suavemente una base exquisita. A su lado, intercambiando miradas de complicidad, Pedro Aznar y su bajo, extensión de los brazos y dedos. También estaba León Gieco, con su armónica y su presencia inevitablemente llamativa. Todos emanaban felicidad, gozo, arte y música. Todos estaban sonrientes de verlo al Flaco vivito y coleando, tocando con ellos, y a Charly tan sano y tan virtuoso como en sus mejores años. Todos tocaban para ellos dos, y para mí, que había terminado de rodear el sillón y, sentado en el piso de frente a Lebón y Spinetta, me limitaba simplemente a mirarlos embobado, tratando de entender por qué me visitaba el Flaco Luis, y por qué estaban todos en mi casa, disfrutando plenamente del encuentro.
La verdad es que muchos dirán que fue un sueño. Pero no, es vida… yo ahora ya sé qué se siente escucharlos a centímetros de distancia, al alcance de la mano. Sé que se siente contarles los dientes de la sonrisa, y sé cómo se ven los artistas cuando retornan de la muerte para la última canción. La melodía nunca acaba; la melodía sigue.
viernes, 5 de julio de 2013
Sentidos
Cada vez que vuelvo a mi pueblo es distinto. En cada oportunidad, mis sentidos tuvieron distinto contacto con el mundo que es mi pueblito, la comarca, la región.
Recuerdo la primera vez que volví después de estar varios meses afuera. Se me llenaron los ojos de belleza, de amor por los árboles y de pasión por el agua corriendo helada en los arroyos de deshielo. Recuerdo mirar hacia el atardecer rosado, las nubes pintando plumas de colores entre las pinceladas de nieve de las altas cumbres, todo colorido por el Sol que se acunaba en el anochecer. Me acuerdo de levantar los ojos al cielo nocturno y contar las estrellas mil veces, porque era lo que más extrañaba de la cordillera: la abundancia de estrellas con las que yo simplemente me pierdo, quedo absorto en su contemplación. Las pupilas recogían su luz, la acunaban y yo contaba y contaba estrellas, constelaciones y planetas. Siento ahora mismo, mientras escribo, la sensación de intentar atrapar para siempre el hermoso recuerdo del cielo estrellado en mi mente, para cuando volviera a la ciudad.
La segunda vez... en verano. Fue el tacto. Sentir con la yema de los dedos todas las cosas, intentar descubrir su esencia con tan solo acariciarlas, frotarlas entre mis dedos y pulirlas. Estaba en el lago y todo mi cuerpo se centraba en sentir por el tacto. No es algo que decidiera, simplemente ocurría así: primero la vista, ahora el tacto. Hundía mis manos en la arena y la dejaba deslizarse por entre los dedos, sintiendo la aspereza de cada grano. Mis pies absorbían el calor que se desprendía de las piedras, y cuando me sumergía en el agua fresca del río o de lago, jugaba a sentir en cada mínimo centímetro de mi piel, en cada cabello, las ondas húmedas recorriéndome, refrescándome. Tocaba las cortezas de los árboles e intentaba reconocer las vetas y las grietas; pulsaba mi guitarra para hacer música. Acariciando y recorriendo con los dedos, con la piel entera, reconocí el mundo.
La tercera vez, y la última por ahora, fue el olor. Apenas entré en mi casa me invadió un olor agradable, exquisito. La nariz rió fascinada, contenta de los perfumes. Después, mientras charlaba con mis viejos, también: de la ventana entraba una mezcla de aroma a leña, tierra húmeda y pasto cortado. Caminando las calles de mi tierra, dejaba arrastrarme por el sentido del olfato. Divisaba lugares y personas, sintiendo su perfume, su aroma. El olor a escuela, tan único; el olor a auto propio; el olor de mi almohada; el de mis amigos, cada uno con su propio aroma, único entre mil aromas. Los muebles de madera, perfumados de esencia viva, los que se desprendían de las hojas mojadas de los bosques cordilleranos. Mi olfato no descansa en esta visita de sentir los aromas de esta parte del mundo.
No sé que sentido tocará la próxima vez, solo espero que cuando termine con el gusto y el oído, descubra nuevos sentidos, para que cada retorno sea distinto en el sentir de mis pasiones.
Recuerdo la primera vez que volví después de estar varios meses afuera. Se me llenaron los ojos de belleza, de amor por los árboles y de pasión por el agua corriendo helada en los arroyos de deshielo. Recuerdo mirar hacia el atardecer rosado, las nubes pintando plumas de colores entre las pinceladas de nieve de las altas cumbres, todo colorido por el Sol que se acunaba en el anochecer. Me acuerdo de levantar los ojos al cielo nocturno y contar las estrellas mil veces, porque era lo que más extrañaba de la cordillera: la abundancia de estrellas con las que yo simplemente me pierdo, quedo absorto en su contemplación. Las pupilas recogían su luz, la acunaban y yo contaba y contaba estrellas, constelaciones y planetas. Siento ahora mismo, mientras escribo, la sensación de intentar atrapar para siempre el hermoso recuerdo del cielo estrellado en mi mente, para cuando volviera a la ciudad.
La segunda vez... en verano. Fue el tacto. Sentir con la yema de los dedos todas las cosas, intentar descubrir su esencia con tan solo acariciarlas, frotarlas entre mis dedos y pulirlas. Estaba en el lago y todo mi cuerpo se centraba en sentir por el tacto. No es algo que decidiera, simplemente ocurría así: primero la vista, ahora el tacto. Hundía mis manos en la arena y la dejaba deslizarse por entre los dedos, sintiendo la aspereza de cada grano. Mis pies absorbían el calor que se desprendía de las piedras, y cuando me sumergía en el agua fresca del río o de lago, jugaba a sentir en cada mínimo centímetro de mi piel, en cada cabello, las ondas húmedas recorriéndome, refrescándome. Tocaba las cortezas de los árboles e intentaba reconocer las vetas y las grietas; pulsaba mi guitarra para hacer música. Acariciando y recorriendo con los dedos, con la piel entera, reconocí el mundo.
La tercera vez, y la última por ahora, fue el olor. Apenas entré en mi casa me invadió un olor agradable, exquisito. La nariz rió fascinada, contenta de los perfumes. Después, mientras charlaba con mis viejos, también: de la ventana entraba una mezcla de aroma a leña, tierra húmeda y pasto cortado. Caminando las calles de mi tierra, dejaba arrastrarme por el sentido del olfato. Divisaba lugares y personas, sintiendo su perfume, su aroma. El olor a escuela, tan único; el olor a auto propio; el olor de mi almohada; el de mis amigos, cada uno con su propio aroma, único entre mil aromas. Los muebles de madera, perfumados de esencia viva, los que se desprendían de las hojas mojadas de los bosques cordilleranos. Mi olfato no descansa en esta visita de sentir los aromas de esta parte del mundo.
No sé que sentido tocará la próxima vez, solo espero que cuando termine con el gusto y el oído, descubra nuevos sentidos, para que cada retorno sea distinto en el sentir de mis pasiones.
El principito (Antoine de Saint-Exupéry)
Acá va un libro, un clásico de la literatura, quizás uno de los libros más dulces y bellos. Dejo un link para que lo puedan descargar; los que no lo hayan leído, estaría genial que lo hagan, y los que lo leyeron, está bueno tenerlo siempre a mano para cada tanto dar una miradita y llenarse de esas líneas.
Link de descarga
http://www.mediafire.com/view/j9f6390vkjgzu3m/principito.pdf
Link de descarga
http://www.mediafire.com/view/j9f6390vkjgzu3m/principito.pdf
martes, 2 de julio de 2013
Bobby McFerrin & Richard Bona
Aquí les dejo un increíble video de Bobby McFerrin con Richard Bona, dos de mis ídolos. Tiene una calidad buena, lo único son dos videos. Una joyita en resumen. Disfrutad!
Diálogos de guerrilla
Ernesto: ¿Y? ¿Y
ahora qué hacemos?
Ramón: Tranquilo,
no hay nada qué hacer. Cálmate chico, espera.
Ernesto: Bueno,
pero no te entiendo. Che, alcanzame mi botiquín. Yo confío en vos, ¿no? Pero no
sé qué hacemos ahora. Estamos esperando, no hay nada que hacer, decís vos. No
sé. Por más que miro en profundo, no logro sacar toda la represalia dentro. La
tengo grabada en la piel, ¿entendés? Está ahí, aguijonándome los pulmones. No
la soporto más, quiero cagarla a tiros.
Ramón: Eh,
compadre, mira que tienes cosas pa' cagar a tiros. Yo no desperdiciaría municiones con una enfermedad, poco harán las
balas… escucha, hombre. Allí en la espesura, un rumor como de hojarasca
pisoteada. ¿Y tú que crees, será de los nuestros?
Ernesto: Qué se
yo. Vos sos el que sabe distinguir esas cosas. Yo soy un médico, nada más.
Igual si tuviera que arriesgar, no me esperanzaría. Qué bello el día, qué
hermosos los aires. Mucha transparencia se respira hoy. El rumor sigue… no me
gusta nada.
Ramón: Sigue y aumenta.
Ven chico, carguemos los fusiles y tengámoslos a mano. Que te ha sentado bien
el aire caribeño, ¿eh, Ernesto?
Ernesto: No puedo
creer tu buen humor. ¿Qué te pasa estás de joda, Ramón? Pásame mi fusil.
Estamos rodeados, lo confirmo aun siendo médico y sin saber nada de rebeliones.
Sin saber nada de tácticas y focos.
Ramón: y eso está
muy bien, Ernesto. Pero yo ya lo sabía hace un buen rato. Chico, mira. Es en
estos momentos que solo quiero tocar tu mano y fundirme en ti. Somos dos, pero
uno. Y no importa que tan fuerte suena la hojarasca pisoteada por este ejército.
Quiero fundirme contigo, Ernesto, y que recordemos todo.
domingo, 30 de junio de 2013
Machuca
Les dejo una película chilena, que me gustó mucho. Está situada entre el gobierno de Salvador Allende y el golpe y derrocamiento perpetrado por Pinochet y demás amiguitos, en 1973, y se basa en una medida que se llevó a cabo en el gobierno de Allende. Esta medida era becar a chicos de las villas y barrios humildes para que pudieran asistir a clases en los mejores colegios, los cuales eran privados. La película trata sobre el intercambio cultural que se produce entre dos chicos, uno de un barrio muy pobre y otro de una familia llena de guita, todo esto en el contexto histórico que ya expliqué, muy tenso, cargado de discriminación y de fachismo. Es un peliculón, aunque un poco fuerte y conmovedor. La calidad zafa bastante bien. Espero que les guste y que disfruten la peli, gente, les mando un abrazo.
Película:
sábado, 29 de junio de 2013
Mojado de luz
Amanecido estoy, el sol me moja con su luz.
Ay, recuerdo el temor, pero no tanto, no me llena
todavía.
Así me voy armando: agarro colores, bordes y
melodías.
Así voy recordando, lindos días soleados, bellos los
de lluvia.
Y aún todavía no alcanza. Agarro ramas, silencios,
senderos.
Allá a lo lejos me esperan, e iré caminando con la
frente sincera, con las piernas serenas.
jueves, 27 de junio de 2013
Libro del Pie - Diego Seoane
Bueno, gente, les dejamo' un libro muy pero muy lindo, de un escritor que conocimos en El Bolsón. Un artesano de las letras y las ideas. Es un libro muy especial, fuera de lo común. No sé si encasillarlo en un género, sería imposible, trata sobre lo que uno quiera o pueda entender... Tiene mucha poesía en sus pequeños textos, muchas preguntas geniales que te dejan pensando o te hacen reír, en fin, un libro hermoso. A mi me hace bien leerlo siempre, porque me hace acordar a la persona que me lo regaló, una persona muy linda, como este libro...
Link del PDF
http://es.scribd.com/doc/146930878/Libro-Del-Pie-PDF
Le agradecemos a Diego Seoane, el escritor, por dejarnos compartir su libro y por hacer que el arte sea libre.
Link del PDF
http://es.scribd.com/doc/146930878/Libro-Del-Pie-PDF
Le agradecemos a Diego Seoane, el escritor, por dejarnos compartir su libro y por hacer que el arte sea libre.
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