
Disfruto de unos mates: el calor subiéndome por el cuerpo, el vapor, la hermosa visión del mate humeante y la yerba seca amontonada en una prolija pila. Mi amigo y sus cabellos locos, bañados por una mezcla de luz rosa, naranja y amarilla, cálida y dorada. El hombre-niño desliza los acordes por entre briznas de pasto. Llegan en olas marinas de música a mis oídos, y yo los recojo, los acuno y los acaricio. Las dulces notas, la bella música y la dorada luz de un atardecer que se escurre. Uno más, de tantos.
Nos ponemos viejos, pero no nos importa.
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