Ah... es que sí me derramo. Por otros sitios. Mi ser líquido puro, una esencia diluida se filtra entre los poros de las pieles. Me detengo en la terraza y observo a los barcos anclados en los puertos. Los maderos, las velas izadas y los capitanes vociferando órdenes. Se van a cazar serpientes marinas. Vamos, que eso bien podría ser catalogado de asesinato. Yo no sé si soy serpiente marina; tranquilamente podría serlo y no saberlo.
Después de todo, me sigo preguntando, segundo a segundo, qué soy.
¿Idea? ¿Pensamiento? ¿Número de las estadísticas? ¿Nombre y apellido y número de documento en un padrón electoral? ¿Hombre diminuto entre millones del planeta? O soy un piojo... ¿Y si somos piojos y la Tierra una cabeza?
¿O impulso eléctrico? ¿Y si soy impulso eléctrico en la transmisión de una idea de una neurona a otra?

Si pienso que soy una idea, bien, veamos. El que me piensa es algo así como un Dios. Un ser superior, ya que solo soy un pensamiento de una sola de sus millones de neuronas (suponiendo existan las neuronas, y suponiendo que en el caso de existir, los dioses tengan) Pero, ¿por qué no creo que él sea un Dios? Yo tampoco lo soy, y siento que es circular. O quizás todos somos dioses. Pero no. Yo soy idea, y al mismo tiempo, tengo ideas. He dado vida y nombre a personajes imaginarios, historias sin fin. Soy pensado y pensador; un circulo vicioso creador que se retroalimenta para siempre, eso somos tal vez.
Y soy 78% de agua, soy una gelatina. De kiwi.
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