sábado, 22 de junio de 2013

Les digo, nos decimos

Cada tanto me gusta apuñalar un poco las hojas del otoño pasado, que aún se deshojan, se deshacen, dentro mío; me brotan y yo las nazco, olvidándome de ser árbol. Quizás así pueda el invierno de este año congelar el resto de frutos rojos que persisten, que insistentes intentan reproducirse. Pero el árbol que soy no los deja (no me dejo, no nos dejo) y les dice (les digo, nos decimos): eso está muerto. Bien muerto: acostúmbrense, frutos rojos. Ustedes están muertos. Todos lo estamos. 
Y es entonces cuando las puñaladas ya no tienen sentido. Uno pensaría que si mata a la muerte, nace vida. Pero no. Solo mata a la muerte; ni más, ni menos que eso.

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