jueves, 30 de noviembre de 2017

Aspas de nube

Aquí ando una vez más. Expresando lo que siento. Diciendole al mundo que no, que no voy a empezar. Empezar a salir. A hacerme de incienso. De fuego que quema suave y te deja explorar. Y explotar el monte si acaso. Tenés razón al verme sombrío. Que lo que pesa no es la nada. Sino que nada tenga peso. Y el temor acaso es eso. Seno de la noche que me arropa único. Vuelto sombra de delirio. Hecho de pasto o terror al menos.
Baguala de los desanimados. Vengador de los tiempos remotos. En que un ave tenía escamas. Y los rostros al fin eran otros. Te veían pero no preguntaban. No decían que no, no decían si quiera. Que el tiempo se vuelve fugaz, cuando lo atraviesa una quimera.

La respuesta venerada hecha trizas. La pregunta dando rienda suelta al fango. En el que se mueven los grandes cimientos. De este basto hechizo de daño. Tengo tiempo pero no tengo viento, para mover mis aspas de nube. Entre tanto el cielo se vuelva gris; voy a seguir sacandole chispa al querube.  

martes, 28 de noviembre de 2017

Clave de todo para ver el sol

Un campo de algodón
una duna evaporada
la lagarta no conoció a su hijo
tuvo que parirlo a ponchazos nomás
y dale que dale

Ver venir, decir aquel
aquel que no tiene nombre
aquellos que conocen sus colores

Dame los vientos
date los centros de gravedad
el ir y venir no deja
entrever que estás buscando otra fugacidad

Desde los riscos cantarán
“aquel que tuvo hombros,
para nacerse y ver el mundo
se detiene y deja nuestra.
Clave de todo para ser el sol”

Escultor

El creador tuvo que hacer
de su obra la misma incierta
inacabada expresión

Era madera y nada tenía
que hacerse en esos montes
en donde la lluvia
llace inherte esperando que la enciendan

El obrador tuvo que verla
su escultura en el roble
y hacerle su mueca
y ponerle un cómo te llames
decirle “Duende”

Esculpe el tronco y
con guvia en mano sabe.
Sabe los aromas a sur
y de cómo tener que hacer
para mostrar un niño en un árbol

jueves, 23 de noviembre de 2017

De los tres nacimientos

“Cómo decirle al campo que si no estaba hoy, no estará ayer”, se dijo la niña de los cien ojos. Transformó su cencerro, armó su capucha y se hechó a la fuga. Hacía días que le picaba la idea en la cabeza. Pero hoy, más que nadie, supo que tenía que buscar el sendero azul.
Picó por una enredadera buscando sus cardos embelezados. Y empezó uno a uno a contar los astros. Sabía que eso la llevaría al nutriente extra. La tradición de todos los brujos ancestrales. Empezó a recorrer el camino como quien busca algo acelerado. Una piedra luminosa debajo de un musgo. Una bellota arriba de una montaña diminuta. Buscaba y buscaba y creía encontrar y se nadaba a sí misma en la nada que es el aire. Pero que no toca ningún rincón y ningún recoveco.
Y de repente allí vio de golpe, como a lo lejos. Con golpe y con lejos. Y vio y toco e hilvanó un hermoso espejo. Supo que era el espejo de su herrumbrado andar, y que al atravesarlo, la ansiedad la iba a hacer palpitar en el flujo de su mente de sublimación. Y sublimar su libido en una panacea de oráculos y camaleones criptonita. Atravesó el mismo. Se dijo: “aquí voy, y aquí estoy yendo. Aquí he ido e aquí iré”.

Cuando no supo más de hermosura, se tembĺó en un alcornoque. Y de a ratitos se respiró ya que tenía branquialgas. Pero por suerte estaba al otro lado del espejo. En su campo líquido y en su color inhumano. Datóse de inverosímiles cuestiones que no venían al caso para ir a comer. Es decir: compró un chori más pan, pero no era el mismo, sino que eran unas especies porosas de arena y juncos acuáticos. Buscó una bebida, un brebaje, pero el vendedor de los siete brazos no le ofreció más que líquido amniótico. Y se dijo: “algo tiene que haber con todo esto; ¿quién tiene que ver a todo esto?”.
La mamá le dijo que se porte bien y ella solo quiere cortarse las uñas y parecer una damisela. Ahora que los carros son llevados por enormes orangutanes alados, puede parecer extraño que no tenga sentido el contar. Mas de su lente salen las tentaciones.
Sublimar era hacer arte, y el arte no era cagarse de frío como habían dicho. Ella con cada uno de su centenar ojo, había ordenado el capítulo de su vida. Quiso cortarse y no supo cómo, porque entre tema y tema (que lógicamente era el tiempo que ella tenía para hacerse daño), las cuchillas se volvían amorfas y sin filo. Casi como anacondas vírgenes.
Cuando hubo juntado suficientes estrellas o piedras brillantes como ellas, se tuvo que acordar que nació en otro lugar que no era “Yo”. Y a esto sí paso a explicar:
Hay tres lugares de nacimiento: el lugar “Era Yo”, el lugar “Fui acaso”, y el lugar “Tampoco estuve”. Según cada lugar de nacimiento, mi niña de cien ojos hubiera sido una criatura distinta, pero el hilo de la conversación hubiera sido otro y cada dato hubiera cambiado, para finalmente no nacer. Entonces:

En “Era Yo” existen los seres que se bañan en lúmines de luna. Aquellos que saben atravesar espejos y recorrer sendas. No sabría si ellos son los imprescindibles, pero sí se por demás que de menos que ellos no se puede prescindir.

En “Fui acaso” habitan hombres sin luna. No tienen nombre y saben hacer cosas que otros no quieren, como afeitarse y verse la punta de los pies. Visten con pieles de horizonte y siempre llevan reloj. También llevan una dieta multibiótica.

Por último en “Tampoco estuve”, no se nacieron nadies. Es decir están. Por eso se nombra el lugar, pero no existen. Y es una diferencia clave en pensar que no son invisibles. Sí son invencibles porque no son. Y sí existen porque su lugar existe. Y no existen porque desde nuestro plano no hacen nada palpable ni nada asible. Si nuestra niña hubiera nacido en este plano cósmico estaría destinada a converger en un agujero negro. Ni más ni menos. De los verdaderos que tragan luz.

En fin. Habiendo detallado los tres posibles nacimientos, podemos continuar con nuestra historia. Que más que historia, cuelga memoria.
Las centellas iban haciendole correr el costado de paisaje. Dentro de un espejo que se puede nadar, y con un vuelo de un orangután, fácil es correr un paisaje. Agarró un costado de árbol, pasto y roca y lo corrió. Así como enrollando una lona. Lamió sus heridas para que el pus no la hiciera ver violeta, y al sacarlo, al correr el paisaje, al transformar todo lo herido y visto y amado o conocido en otra cosa, supo que tenía gritos de alcornoque. El viejito verde seguía ahí. Pero ahora todo el mundo había cambiado.
Camas grises y señores enojados. Humo de auto encapsulado en frascos para dormir a chiquillos llorosos. Jabón líquido que tomaban doñas Josefas en un bar pobre en una esquina que nunca se tocaba con una manzana. Nieve de azufre que nevaba para arriba y hombres hechos de axila que pica. Todo esto vió mi niña al correr el campo de paisaje. Se quería hacer la de ver violeta, pero debía seguir lamiendo sus heridas, y no tragar el pus. Pues desde el pus se volvía inverosímil su escencia. Cada palabra que dijo y que nombró, ya no supo más de hermosura, para darle a sí misma conciencia concienzuda de que tenía el horror clavado en la garganta. Y entre uno y otro espejo, podía valerse de nado en agua. Pero nunca había corrido el marco de paisaje así, no. Nunca antes lo había hecho.
Empezó de a poco a sospechar que se hallaba en “Fui acaso”. Sospechaba desde que se nació de nuevo en aquel muestrario de gigantosaurios de esqueleto y relojes dando siempre las siete y media am. Un muestrario de garabatos y suricatas de pelaje plomizo y ojo rojizo durmiendo con las manos en la nuca y con los pies haciendo una letra p. Estaba segura nuestra gran miradora que estaba en aquel lugar. Y supo que no. No era ese el suyo. Sí que era el primero, pero solo quería investigar. Por lo cual se metió en un frasco gigante de azucar de mascabo y cuando tuvo el ímpetu de saltar lo hizo y de repente.. Paf!


Cada molecula de azúcar está hecha de una gigantesca roca en diminuto fractal. En cada gránulo mínimo se haya toda la existencia. Y en el medio de dos átomos hay una nada. Una nada tan hermosa y viscosa que pocos se atreven a datar. A contar. Y menos que menos a contabilizar.

Nuestra niña del color del venado estaba en el lugar del no yo. Algunos lo nombraban como un limbo. Otros como el espacio entre una palabra y el pensamiento de su significado. Y otros simplemente como “Tampoco estuve”. El patinaje de su coxis haciendo esfuerzo por no nacerse y por sí hacerse. El comenzar a comentar. Y comentar el comienzo de la palabra fue el más dificil de todos los sápiles. Mi resguardo está en no decirles qué fue de ella en este lugar. Sólo sabemos que no estaba. Y que sí existió por el tiempo en que se llamó niña. Y de cien ojos.


Cuando una oruga sabe que va a nacer tiene el tiempo de preguntarse en dónde le conviene, y cómo será el vuelo de su hermosa mariposa. Ahora cuando este ser no lo sabe, no puede decidirlo y no puede elegirlo, debe quedarse con su opción menos pesada. Con su carga más simple y de égloga. Debe abatirse y batir sus intenciones en un sensato: yo creo.

La niña volvió a “Era Yo”. Tuvo que remar en un río de imanes de cardo y crear un sendero de ciegos de tantra. Pero volvió a su primer lugar. En la búsqueda de su nacimiento y siguiendo el através de un nado de aire. Siguiendo el a través de un espejo. Tuvo que intervenir su centro. Y mirar con cada mirada como quien no quiere parar de decir: “Aquí estoy, estuve y estaré; me vengo viniendo, remo mi aire porque aquí desde aquí, por mi acá, en este lugar, me quedaré”.

martes, 21 de noviembre de 2017

El Destino

¿Está abierto el destino? ¿qué está escrito?
El destino es como esa daga que nos mete el cuello hasta las narices y nos obliga a dar y dar, a actuar sin responder. El destino está estático, pero “todo pasa por algo” también tiene reminiscencias de un escrito.
Detallado. Dicho. Pautado.
Escrito en el mismo limbo de la polaridad. Antes que eso también. Cada palabra, cada gesto; voy a decir esto, voy a actuar aquello. Me moveré mas para aquí o más para allá, pero cada pestañeo está del todo datado en un lugar intangible para la mente humana. Y digo intangible para la mente. Y eso lo hace inimaginable para el cuerpo.
El destino nos marca la cruz de los días, y que cada uno la cargue. No hay dudas en enfrentar el cambio de lo estático.
No hay día en que algo esté librado a una desición impersonal, transformadora, inadecuada. No se puede romper con lo estático. La libertad perece en la parsimoneidad de los efímeros sucesos. Toda pregunta tiene ya respuesta y la discusión se vuelve estoica para algunos que no quieren ver que no hay desición. Eso es el destino.
Críptico de mi memoria en que una idea tenía ya la misma idiosincracia. Volvía a ver el reflejo de sus ojos una y otra vez. Volvía a esquivarlo. Fue el destino quien quiso que esté aquí y por algo será. Toda la inmutabilidad se vuelve irrefutable, al punto de hacer cada día lo que dijo el anterior. Poesía para carroñeros es esta. Poema de la línea inalterable.
El mismo sentir se reparte en partes iguales. Primero me ducho. Después me lavo los dientes. Después me baño. Después me cepillo la boca.
El color de la canción se va divagando en un repetir y repetir y el solcito estuvo bien pero hoy ya no me data nada. Como si fueramos computadoras. Ese es el destino.
Qué importante, único, valedero, inequívocamente necesario romperlo.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Vapor

Vapor me vino a la cara. Estaba en una habitación herrumbrada como con telarañas de mentira. Me pasaba la mano para limpiarme los cubículos visuales, esos que algunos llaman ojos. Y me daba cuenta que, o no podía discernir el habitáculo o no podía aferrar el cencerro frente a mí. Me dije: tienes que ir, dar la vuelta y volver a ver. Debes hacer de cuenta que en este espacio nunca hubo muertos engañosos pegados a cada pared. Cuadros que se vuelan a una dimensión oculta, me abren paso y paso y voy a un prado verde y centollas y avellanos. Salir de ese espacio muerto me costó la vida. Y ahora en la muerte hermosa estoy tan vivo. Ahora sí, veo un río de sirenas, peces con bigotes y gatos con escamas. Un arroyuelo en la brisa de mi mismo, dandome aliento desde un globo aerostático. Renacuajos con tres ojos y hojas con cara de rana me dicen una danza que no puedo dejar de imitar. Es la dulce canción de la vida límbica, el mundo panaceo. Unas notas escritas en la corteza de un antiguo cohiue inmenso me dan la impresión de que está canción ya fue tocada. Y el arpa cuelga de su rama; tentador, animoso. Cada nota que hiero en si mismo me grava profunda su verdad. Este vestíbulo de la gracia me amaina pero me daña. Aún así hago todo por acariciarlo. Un gigantesco perro lanudo vuelve a mi y me meto en su panza y me arropo entre sus coágulos. Otra vez en la vereda del puño caliente torturante. Agradable sangre caliente, mirándome en sus costillas extrañas. Debo salirme otra vez. Entro salgo, entro salgo. Pero afuera me dan mil voces aclamantes. Pero adentro no hay nadie y debo remarla solo. Pero adentro me bebo la sangre de su panza. Pero afuera me respiro un aire espinoso y unos pinos oreados.
Ni muy ni tan. Darle sentido a esta bataola me lleva la vida y llevo la vida en ello. Voy como creando los cardos que nunca se pudieron meter en mi. Gracias a la verja que me ha abierto tanto, tanto, tanto. Tanta libertad, que inútil fue la creación de mi muro. Tanta soledad, que mil compañías me resultaron débiles. Y débil estoy en compañía.
Pero hay algo que escapa a mi reflexión. Cuando nado en una balsa camino a la jungla del sol. Y es que en el color descrito, se mimetiza el sencillo acto de vida. Aunque encripto, pero virtuoso al fin. Y que en la virtuosidad, humana solitaria, dionisíaca amorfa; en ella misma está el credo del universo.
Y si escribo como un loco es necedad de viejo claro. Y si me enamoro como un soñador, es sueño de niño humano.
El vapor me da la verdad. No es nube, no es nublosidad. Es limpieza de mi retina que no para de buscar y buscar. Es querer tener un cretino sesgo de verdad. Aunque sea un amague. Es tener un poco los ojos llorosos para poder aferrar el bosque tan añorado. Y amarlo y amasarlo y hundirlo y revivirlo. Es andar en ese catamarán por en medio de la tormenta océanica, y darle todo a mi proa a mi babor, y decirle a mis látigos que no más tengo que ser un gato escamado. Meterme en ese océano, salir de esa tormenta y ver desde abajo todo un abanico de cangrejos dorados, águilas acuáticas, búfalos marinos.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Vida de plastilina

¿Como detallar el nombre de una rosa?
Doy lo que no se dar, nombro todos los nombres distintos,
Digo otros coros que no se oyeron

Hambre de servicio a mi mismo
Conocer la pregunta que nunca tuve

Si el dimetrodon pudiera volver, trazaría esta ruta:
Primero una senda de helechos
Luego un camino circumbalante
Finalmente una ruta a la trituradora

Todos los que dijeron conocer el por qué
Ahora se hayan muertos
En fosas de nadie

Calles que me llevan a ver
Que al final no sirve de nada enajenarse en la mención
En la mentira
Porque estaba dicho que no iba
A ver el verde de cerca

Cambienme de collar
Hoy fuí a ver una ánguila mentirosa
Y todo el tiempo me dijo lo mismo, la misma cosa:
“Vienes a callar, vienes a no hablar”

Casi sin darme cuenta, me volví a mi sombra
Entre tanto un lémur
Grisáceo de viejo fue
A tejer con sus barbas el mañana de miedos o encierros

Cada uno diciendo lo mismo pero en todos
La misma sensación ensimismada:
Creo en la vida de plastilina

En el Limboraclo

Datos de no decir lo embelezaban como abierto a toda posibilidad. Nunca encontró su núcleo, pero cantaba y guitarreaba como el mejor. Todas las luces lo nombran y lo tienen arropado en un susurro intangible. Dando de cerca la mejor opción, la mejor respuesta. Mi navegación no me encontró paralizado sino abierto, dándolo todo; sacando todo. Como la vida me pasa por un costado, voy a costearle una vida al pase. Pase a otro mundo, inframundo más allá. Datos de nada. Toda la creatividad vuelta palabra y enajenación al suceso. Me aferro a no creer en los datos tangibles, no son color, no son amor. Son solo eso: herrumbres que despilfarran el saber acrecentado. Mi lógica no es lógica si no tiene amor. Absorto a una palabra tan efímera y fútil. Tan socavada e histérica. Mi pensar no tiene conexión si no hay A.M.O.R.
Démosle todo al árbitro y digamos las cosas como son: nunca creí en nada de lo que me han dicho. Empiezo hilvanando un explorador de carretas y se atrapan los carros en la misma boca del túnel. ¿Hacia dónde iban? No tienen rumbo en el futuro de autopista. Todo daño es un paño inmaterial. Frases y no frases hechas, de cúmulos al verse que le dicen.
¿Cómo clarificar toda esta inclaridad, si desde el principio que me nací como salido de “El Medio”? ¿Cuándo hay respuesta cuando nada tiene el sentido previsto? Me nací como por afuera del medio y en más enfrentarlo, en más buscarlo, a más irlo, traírlo, enduirlo; más más más se cierra la claridad. No es un claro lleno de pastizales pinchundos y cardos nucleicos y cómo esquivarlos; no. Es un paisaje laberíntico que me muestra la salida al rincón de un muro frenado.
“Andá por allá, vos seguí por ahí tranquilo, total, nadie te va a decir nada, todo lo que digas va a ser usado en tu contra, quieras o no”. “Vos relajá y no te oprimas” - total el botón de opresión lo tiene un dios callado y oculto hace mucho tiempo allá atrás.
¿Vamos a ver el cine? ¿Leemos una librería? ¿Comemos un bar de esos de las esquinas de Corrientes? ¿Buscamos una “Guía T”?
No te duermas en el nostradamus que los linces saben de vos mucho antes que los nombraras.
Ayer me comí una banana que sabía igual que la banana de hoy que sabrá igual que la banana de mañana que sabrá igual que puede cambiar. Y sabrá igual que puede cambiar. Y saldrán igual. Todos los duendes saldrán igual. Aunque el arte no valga nada y lo efímero sea la ley. Los duendes saldran igual.
Y si el arte es la excusa, los muertos datarán igual. Mimbre de hoja infante, los cadáveres te notarán igual. Color vuelto oscuro por un suceso de invierno, las lápidas saldrán igual.
Me da risa pensar que el pasaje de invernadero fue todo una gran excusa. Me transformaron en bolita nomás, me dataron de cencerro en la cabeza y a bancársela a la vida. Mi otro yo me tiene atrapado en el contexto de repetir. ¡Cómo no sabría que nada vale! Se lo dije pero no me escuchó y ahora aparentan sólo incoherencias y el paisaje de la selva colmada con frutos se desdibujó.

¿Qué pasa si muestro esto a mi orácula? ¿Qué me dirá aquella que todo sabe de mí? Seguramente: “tú todo lo sabes de tú”. Y ¿Qué le digo al otro monstruo que me estalla en el oído encapsulando el tiempo muerto y más muerto? “Trágatelo y no le digas a nadie”.