lunes, 22 de septiembre de 2014

De pasados y brotes

El pasado es así: no tiene sentido echarle tierra encima. Al contrario, es contraproducente; mientras más tierras le tires, más probabilidades de prolongación en el presente y en el futuro le estás dando. Porque es así el pasado. Vos le tirás, le tirás tierra. Pero apenas te descuidaste mirando un rayito de sol, o viendo un pez nadar en la corriente, apenas lo perdiste un segundito de vista, te creció un brote en toda la tierra que le tiraste encima. Es que sí, uno tira tierra, pero siempre queda alguna semilla que uno no se percata. Te distrajiste y creció un brote. Hasta ahí todo bien, qué se yo. Un brote, piensa uno, no es muy fuerte. Se lo deshierba y chau pasado. Pero no. Porque de golpe cuando estás tirando del tierno tallo del brote, te das cuenta que tiene una raíz muy honda, muy zigzagueante que se afirma a toda la tierra esa que tiraste antes. Y ahí sí te quiero ver.
Por eso, no está bueno tirarle tierra al pasado encima; enterrarlo no sirve, solamente hace que después cuando pensás que te lo olvidaste, tengas una plaga de brotecitos ahí, naciendo y negándose a ser desmalezados. Porque es así, el pasado. Le gusta ser terco y resistirse a ser olvidado.

martes, 9 de septiembre de 2014

Hoy te sentís así: catapultado

Hoy te sentís así: catapultado. Catapultado a otro infinito que no es este tuyo, tan tuyo. Así: catapultado, como volando a gran velocidad, como estallando en las capas de la atmósfera hacia estrellas varias. Como si se te hubiera metido una bandada de pájaros y sus trinos estuvieran empujando por salir. A empellones, a correntadas que cosquillean. Catapultándote, hacia ese infinito, el otro. El que no es tuyo, tan tuyo, sino simplemente ése. El que se ve cuando abrís los ojos a la mañanita, cuando bostezas con gusto a desayuno imaginario ya en la boca y olorcito a tostada haciéndose despacito en la nariz. ¿Viste que es así, sentirse catapultado? Así: sentirse catapultado es como amanecer y sentir el desayuno que te vas a preparar. Como saber que tenés un día claro y tibio esperándote, con el sol así, acunador y transparente, lleno de luz, de deliciosa luz luminosa. Como saber que la lluvia llega hasta aquí y solo basta con limitarse a vivir; como nevizca en el claro de un bosque de montaña; como la luz en primavera, así es sentirse catapultado. Sabe bien, sentirse catapultado: es como una tensión que te obliga a sonreír, que crispa apenas la columna, como sin querer hacerte doler, apenas como para arquear la espalda y de pronto quebrarse y empujarte hacia adelante. Adelante, siempre adelante, como una corrida de caballos salvajes cortando el río, una navaja helada de suspiros. Eso: sentirse catapultado es una exhalación, un simple respiro que apenas entró en tus pulmones ya salió girando en briznas de pastito verde, tierno y limpio.
Así es catapultarse: respirar y sentir el aire azulado y fresco; la luz clarita y el sol tibio; el olor del desayuno y el sabor del mate amargo, la aspereza de las hojas viejas de un libro amarillento y el sonido de las notas derramándose por la gastada fricción de un vinilo color verde Artaud en funcionamiento; la suavidad de las gotas estrellandosé contra la ventana-balcón y el color de la noche en la ciudad cuando se diluyen las luces con las aguas que caen del cielo tormentoso; todo eso. Y también el rumor de los arroyos de montaña, la caminata entre los árboles, el impulso ese, loco, de seguir y seguir, no importa el paso que sea, siempre adelante, porque sentirse catapultado es inmensamente motivador, porque tiene el olor, el color, el sabor, la textura y el sonido de todo aquello que es hermosamente dulce y hermosamente rico, hermosamente equilibrado, pacífico, así, como simplemente bello. Por eso hoy te levantaste y te sentiste así: catapultado. Qué bueno, amigo. Que aproveches el impulso.