miércoles, 3 de abril de 2019

Un fuego

Me armé un fuego que empezó con unas pequeñas ramitas. Soplando día a día fue creciendo y tomando forma. Hubo momentos de intensos vientos, de gruesas lluvias, y parecía que el fuego flaqueaba. Pero se mantuvo. Siguió firme iluminando, irradiando calor. Lo fascinante de este fuego es que cada día es distinto. Y por más que a veces me quema; es mi fuente de calor, me arropa con su luz.
A veces de tanto soplar y agregar ramas parece que lo asfixio. Y tengo que alejarme y verlo de lejos. Dejarlo ser. Pero no quiero alejarme mucho, porque gracias a él puedo saber lo que es la luz y observar las estrellas.
Y aunque mañana solo queden de él las brasas, las cenizas, aún así elijo estar hoy a su lado, y poder entender el valor de su existencia de fuego, de su escencia luminiscente
.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

El cielo es naranja

El cielo es naranja. Y cae y cae el agua. Miro para un costado, saco lo del otro. Me doy tiempo a respirar, y decir que todo lo que quiero es este cielo naranja. Esta cosa de utopía. Este canto que se forma. Veo una chimenea, veo una torre de ajedrez que quedó estática arriba de un techo. Y todo se moja húmedo y cálido. Hoy llueve y hay un rayo de sol que baña más que el agua, que acompaña con su crepitar tranquilo. Veo unos árboles que acarician las casas. Veo un marco de mi ventana, que es la entrada a un mundo donde se puede volar entre cada gota y aún hacerse de espacio entre las mismas. Dar un salto en una. Volverse líquido. O darse un baño de miniatura, en cada uno de esos lagos gigantes diminutos que caen de arriba y chocan y explotan en mil chorros imperceptibles hacia el todo. Vuelvo a verme hecho caricia, pero caricia de mundo. De mundo que llueve y que me da una noticia de que puede ser bello y claro, cuando todo lo moja y canta con un susurro el tiempo; y cuenta una leyenda en que se volvían agua los poetas. Veo el mundo y huelo la tierra húmeda y me convierto en espera de una vuelta más al campo de ideas.

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lunes, 11 de diciembre de 2017

¿Palíndromos?

Mi mente es un palíndromo. A mi casa vas a cima. Y no empiezo a recortar las flores porque de otras nacerán los soles. Y los does. Bemoles o si becuadro. Pero todo tiene sentido en un mundo vertical. También en el transversal, pero ese es de los que caminan acostados.

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jueves, 30 de noviembre de 2017

Aspas de nube

Aquí ando una vez más. Expresando lo que siento. Diciendole al mundo que no, que no voy a empezar. Empezar a salir. A hacerme de incienso. De fuego que quema suave y te deja explorar. Y explotar el monte si acaso. Tenés razón al verme sombrío. Que lo que pesa no es la nada. Sino que nada tenga peso. Y el temor acaso es eso. Seno de la noche que me arropa único. Vuelto sombra de delirio. Hecho de pasto o terror al menos.
Baguala de los desanimados. Vengador de los tiempos remotos. En que un ave tenía escamas. Y los rostros al fin eran otros. Te veían pero no preguntaban. No decían que no, no decían si quiera. Que el tiempo se vuelve fugaz, cuando lo atraviesa una quimera.

La respuesta venerada hecha trizas. La pregunta dando rienda suelta al fango. En el que se mueven los grandes cimientos. De este basto hechizo de daño. Tengo tiempo pero no tengo viento, para mover mis aspas de nube. Entre tanto el cielo se vuelva gris; voy a seguir sacandole chispa al querube.  

martes, 28 de noviembre de 2017

Clave de todo para ver el sol

Un campo de algodón
una duna evaporada
la lagarta no conoció a su hijo
tuvo que parirlo a ponchazos nomás
y dale que dale

Ver venir, decir aquel
aquel que no tiene nombre
aquellos que conocen sus colores

Dame los vientos
date los centros de gravedad
el ir y venir no deja
entrever que estás buscando otra fugacidad

Desde los riscos cantarán
“aquel que tuvo hombros,
para nacerse y ver el mundo
se detiene y deja nuestra.
Clave de todo para ser el sol”

Escultor

El creador tuvo que hacer
de su obra la misma incierta
inacabada expresión

Era madera y nada tenía
que hacerse en esos montes
en donde la lluvia
llace inherte esperando que la enciendan

El obrador tuvo que verla
su escultura en el roble
y hacerle su mueca
y ponerle un cómo te llames
decirle “Duende”

Esculpe el tronco y
con guvia en mano sabe.
Sabe los aromas a sur
y de cómo tener que hacer
para mostrar un niño en un árbol

jueves, 23 de noviembre de 2017

De los tres nacimientos

“Cómo decirle al campo que si no estaba hoy, no estará ayer”, se dijo la niña de los cien ojos. Transformó su cencerro, armó su capucha y se hechó a la fuga. Hacía días que le picaba la idea en la cabeza. Pero hoy, más que nadie, supo que tenía que buscar el sendero azul.
Picó por una enredadera buscando sus cardos embelezados. Y empezó uno a uno a contar los astros. Sabía que eso la llevaría al nutriente extra. La tradición de todos los brujos ancestrales. Empezó a recorrer el camino como quien busca algo acelerado. Una piedra luminosa debajo de un musgo. Una bellota arriba de una montaña diminuta. Buscaba y buscaba y creía encontrar y se nadaba a sí misma en la nada que es el aire. Pero que no toca ningún rincón y ningún recoveco.
Y de repente allí vio de golpe, como a lo lejos. Con golpe y con lejos. Y vio y toco e hilvanó un hermoso espejo. Supo que era el espejo de su herrumbrado andar, y que al atravesarlo, la ansiedad la iba a hacer palpitar en el flujo de su mente de sublimación. Y sublimar su libido en una panacea de oráculos y camaleones criptonita. Atravesó el mismo. Se dijo: “aquí voy, y aquí estoy yendo. Aquí he ido e aquí iré”.

Cuando no supo más de hermosura, se tembĺó en un alcornoque. Y de a ratitos se respiró ya que tenía branquialgas. Pero por suerte estaba al otro lado del espejo. En su campo líquido y en su color inhumano. Datóse de inverosímiles cuestiones que no venían al caso para ir a comer. Es decir: compró un chori más pan, pero no era el mismo, sino que eran unas especies porosas de arena y juncos acuáticos. Buscó una bebida, un brebaje, pero el vendedor de los siete brazos no le ofreció más que líquido amniótico. Y se dijo: “algo tiene que haber con todo esto; ¿quién tiene que ver a todo esto?”.
La mamá le dijo que se porte bien y ella solo quiere cortarse las uñas y parecer una damisela. Ahora que los carros son llevados por enormes orangutanes alados, puede parecer extraño que no tenga sentido el contar. Mas de su lente salen las tentaciones.
Sublimar era hacer arte, y el arte no era cagarse de frío como habían dicho. Ella con cada uno de su centenar ojo, había ordenado el capítulo de su vida. Quiso cortarse y no supo cómo, porque entre tema y tema (que lógicamente era el tiempo que ella tenía para hacerse daño), las cuchillas se volvían amorfas y sin filo. Casi como anacondas vírgenes.
Cuando hubo juntado suficientes estrellas o piedras brillantes como ellas, se tuvo que acordar que nació en otro lugar que no era “Yo”. Y a esto sí paso a explicar:
Hay tres lugares de nacimiento: el lugar “Era Yo”, el lugar “Fui acaso”, y el lugar “Tampoco estuve”. Según cada lugar de nacimiento, mi niña de cien ojos hubiera sido una criatura distinta, pero el hilo de la conversación hubiera sido otro y cada dato hubiera cambiado, para finalmente no nacer. Entonces:

En “Era Yo” existen los seres que se bañan en lúmines de luna. Aquellos que saben atravesar espejos y recorrer sendas. No sabría si ellos son los imprescindibles, pero sí se por demás que de menos que ellos no se puede prescindir.

En “Fui acaso” habitan hombres sin luna. No tienen nombre y saben hacer cosas que otros no quieren, como afeitarse y verse la punta de los pies. Visten con pieles de horizonte y siempre llevan reloj. También llevan una dieta multibiótica.

Por último en “Tampoco estuve”, no se nacieron nadies. Es decir están. Por eso se nombra el lugar, pero no existen. Y es una diferencia clave en pensar que no son invisibles. Sí son invencibles porque no son. Y sí existen porque su lugar existe. Y no existen porque desde nuestro plano no hacen nada palpable ni nada asible. Si nuestra niña hubiera nacido en este plano cósmico estaría destinada a converger en un agujero negro. Ni más ni menos. De los verdaderos que tragan luz.

En fin. Habiendo detallado los tres posibles nacimientos, podemos continuar con nuestra historia. Que más que historia, cuelga memoria.
Las centellas iban haciendole correr el costado de paisaje. Dentro de un espejo que se puede nadar, y con un vuelo de un orangután, fácil es correr un paisaje. Agarró un costado de árbol, pasto y roca y lo corrió. Así como enrollando una lona. Lamió sus heridas para que el pus no la hiciera ver violeta, y al sacarlo, al correr el paisaje, al transformar todo lo herido y visto y amado o conocido en otra cosa, supo que tenía gritos de alcornoque. El viejito verde seguía ahí. Pero ahora todo el mundo había cambiado.
Camas grises y señores enojados. Humo de auto encapsulado en frascos para dormir a chiquillos llorosos. Jabón líquido que tomaban doñas Josefas en un bar pobre en una esquina que nunca se tocaba con una manzana. Nieve de azufre que nevaba para arriba y hombres hechos de axila que pica. Todo esto vió mi niña al correr el campo de paisaje. Se quería hacer la de ver violeta, pero debía seguir lamiendo sus heridas, y no tragar el pus. Pues desde el pus se volvía inverosímil su escencia. Cada palabra que dijo y que nombró, ya no supo más de hermosura, para darle a sí misma conciencia concienzuda de que tenía el horror clavado en la garganta. Y entre uno y otro espejo, podía valerse de nado en agua. Pero nunca había corrido el marco de paisaje así, no. Nunca antes lo había hecho.
Empezó de a poco a sospechar que se hallaba en “Fui acaso”. Sospechaba desde que se nació de nuevo en aquel muestrario de gigantosaurios de esqueleto y relojes dando siempre las siete y media am. Un muestrario de garabatos y suricatas de pelaje plomizo y ojo rojizo durmiendo con las manos en la nuca y con los pies haciendo una letra p. Estaba segura nuestra gran miradora que estaba en aquel lugar. Y supo que no. No era ese el suyo. Sí que era el primero, pero solo quería investigar. Por lo cual se metió en un frasco gigante de azucar de mascabo y cuando tuvo el ímpetu de saltar lo hizo y de repente.. Paf!


Cada molecula de azúcar está hecha de una gigantesca roca en diminuto fractal. En cada gránulo mínimo se haya toda la existencia. Y en el medio de dos átomos hay una nada. Una nada tan hermosa y viscosa que pocos se atreven a datar. A contar. Y menos que menos a contabilizar.

Nuestra niña del color del venado estaba en el lugar del no yo. Algunos lo nombraban como un limbo. Otros como el espacio entre una palabra y el pensamiento de su significado. Y otros simplemente como “Tampoco estuve”. El patinaje de su coxis haciendo esfuerzo por no nacerse y por sí hacerse. El comenzar a comentar. Y comentar el comienzo de la palabra fue el más dificil de todos los sápiles. Mi resguardo está en no decirles qué fue de ella en este lugar. Sólo sabemos que no estaba. Y que sí existió por el tiempo en que se llamó niña. Y de cien ojos.


Cuando una oruga sabe que va a nacer tiene el tiempo de preguntarse en dónde le conviene, y cómo será el vuelo de su hermosa mariposa. Ahora cuando este ser no lo sabe, no puede decidirlo y no puede elegirlo, debe quedarse con su opción menos pesada. Con su carga más simple y de égloga. Debe abatirse y batir sus intenciones en un sensato: yo creo.

La niña volvió a “Era Yo”. Tuvo que remar en un río de imanes de cardo y crear un sendero de ciegos de tantra. Pero volvió a su primer lugar. En la búsqueda de su nacimiento y siguiendo el através de un nado de aire. Siguiendo el a través de un espejo. Tuvo que intervenir su centro. Y mirar con cada mirada como quien no quiere parar de decir: “Aquí estoy, estuve y estaré; me vengo viniendo, remo mi aire porque aquí desde aquí, por mi acá, en este lugar, me quedaré”.

martes, 21 de noviembre de 2017

El Destino

¿Está abierto el destino? ¿qué está escrito?
El destino es como esa daga que nos mete el cuello hasta las narices y nos obliga a dar y dar, a actuar sin responder. El destino está estático, pero “todo pasa por algo” también tiene reminiscencias de un escrito.
Detallado. Dicho. Pautado.
Escrito en el mismo limbo de la polaridad. Antes que eso también. Cada palabra, cada gesto; voy a decir esto, voy a actuar aquello. Me moveré mas para aquí o más para allá, pero cada pestañeo está del todo datado en un lugar intangible para la mente humana. Y digo intangible para la mente. Y eso lo hace inimaginable para el cuerpo.
El destino nos marca la cruz de los días, y que cada uno la cargue. No hay dudas en enfrentar el cambio de lo estático.
No hay día en que algo esté librado a una desición impersonal, transformadora, inadecuada. No se puede romper con lo estático. La libertad perece en la parsimoneidad de los efímeros sucesos. Toda pregunta tiene ya respuesta y la discusión se vuelve estoica para algunos que no quieren ver que no hay desición. Eso es el destino.
Críptico de mi memoria en que una idea tenía ya la misma idiosincracia. Volvía a ver el reflejo de sus ojos una y otra vez. Volvía a esquivarlo. Fue el destino quien quiso que esté aquí y por algo será. Toda la inmutabilidad se vuelve irrefutable, al punto de hacer cada día lo que dijo el anterior. Poesía para carroñeros es esta. Poema de la línea inalterable.
El mismo sentir se reparte en partes iguales. Primero me ducho. Después me lavo los dientes. Después me baño. Después me cepillo la boca.
El color de la canción se va divagando en un repetir y repetir y el solcito estuvo bien pero hoy ya no me data nada. Como si fueramos computadoras. Ese es el destino.
Qué importante, único, valedero, inequívocamente necesario romperlo.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Vapor

Vapor me vino a la cara. Estaba en una habitación herrumbrada como con telarañas de mentira. Me pasaba la mano para limpiarme los cubículos visuales, esos que algunos llaman ojos. Y me daba cuenta que, o no podía discernir el habitáculo o no podía aferrar el cencerro frente a mí. Me dije: tienes que ir, dar la vuelta y volver a ver. Debes hacer de cuenta que en este espacio nunca hubo muertos engañosos pegados a cada pared. Cuadros que se vuelan a una dimensión oculta, me abren paso y paso y voy a un prado verde y centollas y avellanos. Salir de ese espacio muerto me costó la vida. Y ahora en la muerte hermosa estoy tan vivo. Ahora sí, veo un río de sirenas, peces con bigotes y gatos con escamas. Un arroyuelo en la brisa de mi mismo, dandome aliento desde un globo aerostático. Renacuajos con tres ojos y hojas con cara de rana me dicen una danza que no puedo dejar de imitar. Es la dulce canción de la vida límbica, el mundo panaceo. Unas notas escritas en la corteza de un antiguo cohiue inmenso me dan la impresión de que está canción ya fue tocada. Y el arpa cuelga de su rama; tentador, animoso. Cada nota que hiero en si mismo me grava profunda su verdad. Este vestíbulo de la gracia me amaina pero me daña. Aún así hago todo por acariciarlo. Un gigantesco perro lanudo vuelve a mi y me meto en su panza y me arropo entre sus coágulos. Otra vez en la vereda del puño caliente torturante. Agradable sangre caliente, mirándome en sus costillas extrañas. Debo salirme otra vez. Entro salgo, entro salgo. Pero afuera me dan mil voces aclamantes. Pero adentro no hay nadie y debo remarla solo. Pero adentro me bebo la sangre de su panza. Pero afuera me respiro un aire espinoso y unos pinos oreados.
Ni muy ni tan. Darle sentido a esta bataola me lleva la vida y llevo la vida en ello. Voy como creando los cardos que nunca se pudieron meter en mi. Gracias a la verja que me ha abierto tanto, tanto, tanto. Tanta libertad, que inútil fue la creación de mi muro. Tanta soledad, que mil compañías me resultaron débiles. Y débil estoy en compañía.
Pero hay algo que escapa a mi reflexión. Cuando nado en una balsa camino a la jungla del sol. Y es que en el color descrito, se mimetiza el sencillo acto de vida. Aunque encripto, pero virtuoso al fin. Y que en la virtuosidad, humana solitaria, dionisíaca amorfa; en ella misma está el credo del universo.
Y si escribo como un loco es necedad de viejo claro. Y si me enamoro como un soñador, es sueño de niño humano.
El vapor me da la verdad. No es nube, no es nublosidad. Es limpieza de mi retina que no para de buscar y buscar. Es querer tener un cretino sesgo de verdad. Aunque sea un amague. Es tener un poco los ojos llorosos para poder aferrar el bosque tan añorado. Y amarlo y amasarlo y hundirlo y revivirlo. Es andar en ese catamarán por en medio de la tormenta océanica, y darle todo a mi proa a mi babor, y decirle a mis látigos que no más tengo que ser un gato escamado. Meterme en ese océano, salir de esa tormenta y ver desde abajo todo un abanico de cangrejos dorados, águilas acuáticas, búfalos marinos.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Vida de plastilina

¿Como detallar el nombre de una rosa?
Doy lo que no se dar, nombro todos los nombres distintos,
Digo otros coros que no se oyeron

Hambre de servicio a mi mismo
Conocer la pregunta que nunca tuve

Si el dimetrodon pudiera volver, trazaría esta ruta:
Primero una senda de helechos
Luego un camino circumbalante
Finalmente una ruta a la trituradora

Todos los que dijeron conocer el por qué
Ahora se hayan muertos
En fosas de nadie

Calles que me llevan a ver
Que al final no sirve de nada enajenarse en la mención
En la mentira
Porque estaba dicho que no iba
A ver el verde de cerca

Cambienme de collar
Hoy fuí a ver una ánguila mentirosa
Y todo el tiempo me dijo lo mismo, la misma cosa:
“Vienes a callar, vienes a no hablar”

Casi sin darme cuenta, me volví a mi sombra
Entre tanto un lémur
Grisáceo de viejo fue
A tejer con sus barbas el mañana de miedos o encierros

Cada uno diciendo lo mismo pero en todos
La misma sensación ensimismada:
Creo en la vida de plastilina

En el Limboraclo

Datos de no decir lo embelezaban como abierto a toda posibilidad. Nunca encontró su núcleo, pero cantaba y guitarreaba como el mejor. Todas las luces lo nombran y lo tienen arropado en un susurro intangible. Dando de cerca la mejor opción, la mejor respuesta. Mi navegación no me encontró paralizado sino abierto, dándolo todo; sacando todo. Como la vida me pasa por un costado, voy a costearle una vida al pase. Pase a otro mundo, inframundo más allá. Datos de nada. Toda la creatividad vuelta palabra y enajenación al suceso. Me aferro a no creer en los datos tangibles, no son color, no son amor. Son solo eso: herrumbres que despilfarran el saber acrecentado. Mi lógica no es lógica si no tiene amor. Absorto a una palabra tan efímera y fútil. Tan socavada e histérica. Mi pensar no tiene conexión si no hay A.M.O.R.
Démosle todo al árbitro y digamos las cosas como son: nunca creí en nada de lo que me han dicho. Empiezo hilvanando un explorador de carretas y se atrapan los carros en la misma boca del túnel. ¿Hacia dónde iban? No tienen rumbo en el futuro de autopista. Todo daño es un paño inmaterial. Frases y no frases hechas, de cúmulos al verse que le dicen.
¿Cómo clarificar toda esta inclaridad, si desde el principio que me nací como salido de “El Medio”? ¿Cuándo hay respuesta cuando nada tiene el sentido previsto? Me nací como por afuera del medio y en más enfrentarlo, en más buscarlo, a más irlo, traírlo, enduirlo; más más más se cierra la claridad. No es un claro lleno de pastizales pinchundos y cardos nucleicos y cómo esquivarlos; no. Es un paisaje laberíntico que me muestra la salida al rincón de un muro frenado.
“Andá por allá, vos seguí por ahí tranquilo, total, nadie te va a decir nada, todo lo que digas va a ser usado en tu contra, quieras o no”. “Vos relajá y no te oprimas” - total el botón de opresión lo tiene un dios callado y oculto hace mucho tiempo allá atrás.
¿Vamos a ver el cine? ¿Leemos una librería? ¿Comemos un bar de esos de las esquinas de Corrientes? ¿Buscamos una “Guía T”?
No te duermas en el nostradamus que los linces saben de vos mucho antes que los nombraras.
Ayer me comí una banana que sabía igual que la banana de hoy que sabrá igual que la banana de mañana que sabrá igual que puede cambiar. Y sabrá igual que puede cambiar. Y saldrán igual. Todos los duendes saldrán igual. Aunque el arte no valga nada y lo efímero sea la ley. Los duendes saldran igual.
Y si el arte es la excusa, los muertos datarán igual. Mimbre de hoja infante, los cadáveres te notarán igual. Color vuelto oscuro por un suceso de invierno, las lápidas saldrán igual.
Me da risa pensar que el pasaje de invernadero fue todo una gran excusa. Me transformaron en bolita nomás, me dataron de cencerro en la cabeza y a bancársela a la vida. Mi otro yo me tiene atrapado en el contexto de repetir. ¡Cómo no sabría que nada vale! Se lo dije pero no me escuchó y ahora aparentan sólo incoherencias y el paisaje de la selva colmada con frutos se desdibujó.

¿Qué pasa si muestro esto a mi orácula? ¿Qué me dirá aquella que todo sabe de mí? Seguramente: “tú todo lo sabes de tú”. Y ¿Qué le digo al otro monstruo que me estalla en el oído encapsulando el tiempo muerto y más muerto? “Trágatelo y no le digas a nadie”.

viernes, 13 de octubre de 2017

Una cerca

Alta charla. Le esperaba en el tren con su vagón vacío de respuestas. Todo lo que damos se transforma en un incienso nomás; en una colonización. Sabe que en ese tren detallan cada pregunta como obteniendo el retrato del sujeto. Y recuerda: ayer encontraron un cadáver en una fosa y quisieron ocultar su nombre. Fueron unos jesuitas, masones o algún tipo de congregación oscura. Nadie quería decir quién era, pero yo sabía hermosamente que el cuerpo era mi yo. Al borde de la fosa corrían unas anacondas envueltas de una especie de líquido amniótico, su propia tela salida de sus cuerpos.

Yo veo la escena y me pregunto: ¿por qué busco creer que el cuerpo soy yo? ¿Por qué me hallo en el medio de una escena de ocultismo, cuando afuera, exactamente afuera, estaba tan soleado y la brisa corría tranquila por entre los árboles? ¿Acaso no se dan cuenta todos los malditos juzgadores y los asquerosos críticos de la realidad que la escena fue pintada para cercar un escape? Como si todo fuera eso: un cuadro encerrado con un cuerpo en una fosa y masones y pus al borde de las serpientes. Pero afuera, bien afuera, data la noción de una cerca abierta, un paisaje que se llena de piedras y troncos, pero que se puede recorrer. Afuera ríe mi niña hermosa y poderosa. Fuera del tiempo, dentro de cada susurro. Y cerquita acá soplandole a mi corazón, me arrulla con sus ganas de vida, y me canta suave al oído: “tenés que parar Pá, podés frenar, vení, acompañame”.

domingo, 24 de septiembre de 2017

La niña con ojos de luz

Caras sin norte desatan la luna
Manos que aferran la feria del sur
Tiempo sin nada delante de un fuego
Y el color vestido

Me trepo a un zurco que emana la risa
La de una niña con ojos de luz
Barcos y flores colmaban su espacio
Y el color vestido

¿Cómo nadar para estar un día más
Con su sonrisa hecha de papel?
¿Cómo contar que su vientre no la nació aquí?

Oh que razón vendrá mirando
Oh viene a retratar mi llanto

Viene a mostrarme su juego de brujas
Quiere volverse un inmenso dragón
Nada y me muestra las algas marinas
Y el color vestido

¿Cómo dejar de senitr que allí está el amor
En cada muestra de simple virtud?
¿por qué negar que hay un sol tan puro azul?

Oh sensación vendrá mirando
Oh viene a constatar que estoy acá
Buceando en una inmensidad de arrullos

Y caricias que nada reemplazará

Fractal de bosques extintos

¿Es todo mentira, las palabras los encantos?
¿Nada data de detener el presagio sin mal?
Corres como desesperada tallando tus rasguños
Viejas piezas que te hacían acordar a algo que no eras

Nubes y nubes de cristal
Y al fondo una anciana recita cuentos de terror

Cómo anclarme en tu suspiro, mundo inacabable
Cómo retratar esa foresta, y pintarla suave
Verde oscuro, amarillento,
Azul y grises
Y divulgar que todos me han dicho que no es un mundo oscuro
Que debo ir ahí

Metanme en un clavo entero
Arránquenme de cuajo el vidrio transparente de respuestas
No me sirven nada los artificios
De esta jungla inconcreta

Despilfarrados los asuntos que miden palabras
Si al final
Nadie huyó por la escalera al sótano
Nadie tropezó en las arrugas y telarañas

Fue solo un imaginario

Fractal de bosques extintos

sábado, 16 de septiembre de 2017

Habrá

¿Habrá un lugar
donde nadie borre sus
huellas y
como destartalados
creemos mudos los perdones
que vienen a enmascarar,
aún a temer,
aún a preguntar?


lunes, 31 de julio de 2017

Ataque de Absoluto

A veces me agarra lo que me gusta denominar “Ataques de Absoluto”. Sucede repentinamente, casi sin previo aviso. Mi pensamiento continuo se detiene y me dedico sólo a percibir. Observo. Es como si todo fuera una obra de teatro. O una película. O una hermosa poesía. Básicamente me paro sobre el absoluto. Como si acabara de nacer; todo me maravilla.
Ese chico pelado de enfrente tan prolijo con sus auriculares y su agenda. Debe estar anotando una rutina de oficina. Y de repente, ¡no! ¡Eran dibujos! Es increíble. Con un portaminas. ¿Y la mujer de al lado suyo? ¡Tan seria! ¿No se da cuenta que al lado suyo está sucediendo arte? Tal vez los dibujos no sean alucinantes, pero el muchacho está completamente absorto en eso. Escucha música con unos grandes auriculares blancos. En el momento en que la mina toca el papel, el arte se crea y dispara absoluto para todo el subte. La mujer sigue con su mirada perdida. ¡Qué desperdicio! Cada tanto da un golpe con su pie al piso del vagón. Me pregunto si será de nervios. O de una canción. La chica al lado suyo sonríe. Mira para arriba y en diagonal, probablemente recuerda algo entretenido. Ella golpea el suelo con los pies de manera acompasada. Me pregunto cuál será la música que oye en su cabeza.
¿Y el muchacho al lado mío? Viste desprolijo como yo, lleva barba y pelo negro. ¿Será músico? De repente, se pasa la mano por el hombro a unos centímetros. ¡Se está haciendo reiki! Mantiene esta postura unos minutos. Es una locura que el resto de las personas cercanas se pierda el evento. ¡Reiki en vivo! ¡Y nadie dice nada!
El viaje termina. Todos nos bajamos en Juan Manuel de Rosas. Pienso: “una lástima, la estaba pasando tan bien observando”. Y luego: “¿por qué desperdicié tantas estaciones sin mirar a la gente?”. Sigo caminando, reflexionando sobre esto. Un chico toca la flauta traversa hermosamente. Cuando estoy en la escalera mecánica una ligerísima llovizna baja del cielo y se posa amarilla sobre mi rostro, mientras un señor algo amargado pero con mirada pícara, reparte unos volantitos celestes que dicen “Sostenes Para Cortita, PATITA”. Ya está, estoy adentro de una película.
Me pongo a observar más personas. Adentro de la heladería una pareja comparte la mesa. La mujer mira su celular. El hombre una revista de viajes. En la otra mesa un señor hace unas anotaciones en un cuaderno y pidió unas tostadas. ¿Hubiera hecho yo lo mismo? ¿Esas anotaciones tendrán información de índole absoluta? ¿Serán un nuevo tipo de teatro? ¿Jeroglíficos? Pasa otra señora con gesto amargo. ¿Le esperará una aburrida experiencia en su casa? ¿Se sentará a doblar ropa, a mirar tele? ¿Comerá un cereal? Otro chico pasa, ¡habíamos compartido el vagón de subte! Es increíble.
Más gente, imagino otras vidas. Un hombre con un cigarrillo se refugia de la llovizna en una esquina y también, como yo, observa. Muchas vidas; ¡son demasiadas para seguirlas a todas!
En el 169 pienso en esto. La luz azul es realmente el soporte de una obra de teatro titulada: “Colectivo”. El colectivero dice: “arriba que nos vamos” ¡Es genial! Estamos en una nave que nos lleva a todos, cada uno con sus efímeras preocupaciones, gestos de aburrimiento, disculpas que duran menos de medio segundo, miradas a celulares que nos transforman en cómicos autómatas. Es un disparate de lo más maravilloso. El colectivero dice a otro que viaja adelante: “¿se pondrá lindo mañana? No puedo evitar sonreír ante la idea de que por más fuerte que piense la maravilla, nadie me va a descubrir mientras lo hago. Por las dudas igual esquivo la mirada para no incomodar a la gente que me tiene cautivo. Una chica sube con los ojos grandes. Le sonrío. ¿Estará parada en el absoluto?

Como siempre dura unos minutos. No más. Así como viene se va. Valió la pena.

sábado, 3 de diciembre de 2016

¿Nunca sentiste que eras una naranja?


Así como que te exprimían. O mejor, te exprimías. No hablo de la media naranja y de toda esa parafernalia estereotipada. No. Una naranja que se exprime a mano (porque sin máquina) y saca el jugo, el juguito y la pulpa, casi cáscara.Abrís la naranja arriba, le hacés un tajo y de adentro sacás todo eso que es tuyo. Lo más rico, lo más puro. Y buscás y buscás, y el jugo ya no sale más, y seguís hurgando entre la cáscara y la pulpa adentro, queriendo sacar lo mejor de vos. Y si no sale bueno, vamo’ a la exprimidora eléctrica, que para eso se inventó, ¿no?Y que pasa si sos toda una naranja. Y adentro no tenés más pulpa que eso. El jugo era sólo eso, y wacho, te está quedando pura cáscara. La esencia. Lo esencial de vos. Tu corteza no marca nada más que el límite con afuera, y de lo tuyo no hay más que el vasito que me tomo, mm qué rico.No te saques más. Sos todo. Jugo, pulpa, cáscara.No escarbes. No hay nada más que conjunto. Lo bueno no está en la exprimidora, ni el la pulpa, ni siquiera en el vaso rico de jugo con hielo. No. Lo bueno está en ser una naranja única y jugosa; más del naranjero es verdad; del cajón de frutas algunas pasadas y vencidas del verdulero de allá de la esquina, es verdad. Pero sos naranja. Y nadie como vos para conocerte en toda tu redondez y exquisitez. Saboreáte y aprovecháte toda.

martes, 27 de septiembre de 2016

Muchas vidas

En otra vida fui una nutria. Por eso me siento tan pleno en el agua. Luego tuve un altercado comiendo pescado. Por eso es que ahora me desagrada tanto.
En otra vida fui mendigo. Andrajoso y desdeñado, olvidado por la sociedad. Es por eso que hoy me importa tan poco cómo me visto. Por eso me siento tan cómodo comiendo en la calle. En el piso. Un sandwche de milanesa y una bebida. ¿Será porque fui mendigo también que simpatizo tanto más con los humildes que con los pudientes? Es probable.
En otra vida fui un orangután de zoológico. La gente pasaba, me miraba, hablaba, reía, y yo todo el día tras cuatro vallas de barrotes. Por eso es que pesa tanto sobre mí hoy la mirada del otro. Las voces. Las palabras, los decires. Es el motivo por el cual me siento observado.
También en otra vida fui un ciprés de montaña. Solo inmerso en el total silencio. Todo el tiempo absoluto de la calma de un viento que roza suave, una llovizna, el rocío y un ave que se posaba en mis ramas. Es el feliz fundamento por el cual tengo hoy mi profundo paisaje y la irrevocable paz interior, en mi bosque de conciencia. Es el causante de esta calma.
En otra vida fui una niña que murió muy pronto. Corría por las vías de su pueblo, jugando persiguiendo una nube. Tropezó repentinamente y fue arrollada por el tren. Es por eso que siempre guardo ese niño en mí, y las ganas eternas de reinventarme en la inocente magia y jugar.
Luego tuve otra vida en la que fui empleado de banco. Monótono, escéptico de milagros, infeliz. Todos los días acariciando el dinero y anhelando un aire de una ciudad ennegrecida por el smog. En esa vida morí viejo de tuberculosis. Es por esta vida que hoy odio tanto todo lo material, encerrarme entre empleados infelices; es por esto que odio el dinero.
Tuve también otra vida en la que fui mimo. Trabajaba en teatros, en casas de cultura. Pocos me admiraban, casi nadie me observaba. Ahí aprendí la condición seráfica e infinita del arte.
En esta vida soy música, y aunque algunos dicen que lo traigo de antes, sé muy bien que la mamé acá, en este mundo-vida. En mi corta vida, viví, vivo y viviré en la música, alimento inmutable, fuente de sentir insaciable.
Lo que soy hoy, ya ves, es lo que viví. Pero sabe bien que tuve muchas vidas, y cada una dejó su marca en mí. Tal vez en ésta, mi existencia, deje postrado el accionar de alguna vida futura. Tal vez haga de mi próxima vida una realidad de entrañables ensoñaciones. Tal vez; no lo sé.
Espero reencarnar en una semilla.

jueves, 18 de febrero de 2016

Devenires

un día creí haber aprendido a escribir
poesía
después, me di cuenta que no;
que no sabía.
ahora pienso que, quizás,
a lo mejor,
no sea importante

lunes, 25 de enero de 2016

Cartero

Buenos días, nene! ¿Qué hacés? - Me gritó don Norberto desde el umbral de su casita, alegremente. Como todo viejo, se conoce la rutina de pe a pa y sabe exactamente a qué hora de qué día de la semana estoy metiendo el sobre en su buzón.
-¿Qué tal, don Norberto?- Apenas fue un murmullo mi saludo. Mi humor era opaco, porque sabía perfectamente que no serían buenos días para don Norberto. Detestaba tomar decisiones como la que había tomado, pero el devenir de los hechos a veces tornaba estas resoluciones, ineludibles. Además, don Norberto era un caso especial, por el cual yo sentía un amor único, quizás porque había sido la piedra angular de mi vida en muchos sentidos. No me daba ni un poco de gracia la carta que le dejaba, con remitente en calle Mitre al mil trescientos, piso tres, departamento “E”, ciudad de Viedma, provincia de Río Negro, señor Norberto Gutiérrez (hijo, el “Beto” para su progenitor). El pobre don Norberto, en cambio, sonreía a más no poder mientras se acercaba al buzón, sabiéndose padre dichoso.
“Me fui al carajo”, pensé. Cada tanto me agarra un sentimiento de culpa, que rápidamente me ocupo de disolver en razones finamente talladas a lo largo de treinta y cuatro años de servicio en el Correo Argentino. Empecé con dieciséis años, gracias a los oportunos contactos que me dispensó mi padrino, prominente doctor local de buenas llegadas institucionales. Hace unos años comprobaron que las llegadas institucionales eran demasiado buenas, y no tardó en caer en desgracia.
Pero volviendo a don Norberto, me repuse de la culpa, como decía. No era el único caso, sino el primero y quizás el fundacional de un hábito que yo había comenzado a disfrutar pero en el cuál me enredé más y más hasta dedicarle tanto de mi vida que ya no sabía quién era yo. Si se me hizo más sencillo, sólo fue porque vivo en un perdido pueblo de apenas trece mil almas –contando perros y gatos- que sólo se refresca cuando cae algún trasnochado buscando la solución a una vida contaminada de los amargos humos de la civilización. Seguro, es la solución a eso, pero no al aburrimiento intrínseco de la falta de historias que hay por acá. Tal vez, pensando, sea esta una razón de por qué me enredé en estos asuntos.
Como decía, empecé con dieciséis años y una imaginación y curiosidad que rayaban la irreverencia. Siempre me gustó ver la expresión de la gente cuando recibe una carta y más de una vez hice horas extras por el único motivo de que me quedaba escondido espiando las reacciones de los rostros ansiosos. Ahora, que ya soy director de esta seccional del Correo, no dudo en ponerme al hombro la cartera y repartir las cartas yo mismo, aunque haya dos muchachos más que se ocupan de la gran parte. Yo me doy el gusto de repartir las más importantes. Como la de don Norberto. En mi tercera semana de trabajo de aquel mayo de 1982, llegó un parte del Ejército. El soldado de Marina, Norberto Gutiérrez (hijo), era una baja más del ejército de niños que combatía en esa difusa maraña de soberanía, abstracciones del imaginario social, y retórica discursiva que era la Guerra de las Malvinas. No recuerdo las circunstancias por las cuales yo leí ese parte que se suponía debía estar cerrado y sellado. El destinatario, desde luego, era don Norberto. No fui capaz de entregar semejante carta, redactada además con una frialdad (quizás no exista otro modo, no lo sé), que rozaba la indiferencia. Tomé la vieja máquina de escribir de la oficina, una Olivetti modelo Lettera, creo que de 1932 -reliquia ya por ese entonces-, color verde cemento, y esbocé la que sería la primera voz de una correspondencia que se mantendría por treinta y cuatro años, casi exactos, hasta hoy, día que yo decidí la muerte de Norberto “Beto” Gutiérrez (hijo). Pobre viejo, se me había obstinado. Y es que yo me vi obligado a inventarle una historia a Norbertito, una vida en Viedma, en la seca y tranquila soledad de la Patagonia extrandina, porque darle el parte de baja al viejo hubiese sido matarlo. Quizás le di treinta y cuatro años más de vida. No sé. Religiosamente, cada dos semanas inventé un nuevo capítulo en la historia de un muerto y lo reviví. No lo hice de maldad, todo lo contrario. Soy consciente -y ya lo era en ese entonces, con apenas dieciséis años- que somos en tanto seres sociales. Es decir, que en gran parte, estamos determinados por nuestras relaciones sociales, y nuestra felicidad acaso sea reflejo de esas relaciones. Y el pueblo no abundaba en personajes como don Norberto, con aquel mameluco azul que se ponía para atender su ferretería, “La Cordillerana”. Bajo ningún punto de vista ni yo, ni ningún coterráneo mío podía darse el lujo de perder a un tipo como él. Ni siquiera, a tenerlo en estado depresivo. Don Norberto era un tipo lleno de energía y sabiduría y me felicité repetidamente por darle el oxígeno afectivo que necesitaba. Pero finalmente fue insostenible. El muy infeliz se había empecinado en que estaba a punto de morir, que no le quedaba mucho tiempo y era un deseo suyo muy profundo el ver a Norbertito una última vez. Que él había entendido que hasta ahora Norbertito no había tenido la plata necesaria, o el tiempo pues se rompía el lomo de sol a sol como un desgraciado en la capital rionegrina, pero que a él ya no le quedaba mucho tiempo y no estaba dispuesto a morir sin despedirse. Luego de semanas de buscar pretextos y persuadir al viejo, Norbertito (es decir, yo) comprobó que era sencillamente imposible. Su última carta fue una de despedida, antes de pegarse un tiro, en la cual comentaba las miserias de la vida y la tristeza que lo embargaba. Ahí estaba, en este momento, la carta abandonando mis dedos. Sumergiéndose en la oscura boca del buzón y don Norberto sonriendo esperanzado, acaso Norbertito en esta carta accedía a su pedido de verlo. Sin lugar a dudas, mi recurso no había sido el mejor, pero por el desarrollo mismo que había ido desenvolviéndose en la correspondencia y daba cuenta de la vida de Norbertito, no existía otro que fuese creíble. Basta con recordar el número pavoroso de ex combatientes que llevaron a la realidad lo que en este caso fue ficción.
El caso de don Norberto había sido mi preferido, pero ni por lejos el único. Simplemente no soportaba, como decía, ver marchitar a la gente. Las malas noticias (irresolubles) pasaban por un filtro, que no niego, tenía un matiz de perversidad, pero sé que las razones que me guiaron siempre fueron nobles, y si tengo que cargar con la culpa de mentir sobre temas tan delicados con tal de ver a esta gente -que conozco de niño y que me vio tropezar, caminar, llorar y reír- feliz, limpia de tristezas agobiantes, entonces que así sea.
Caso similar es el de la vieja Eulalia. Aún sigue esperando a un amante que hace ya rato que la olvidó. Típico caso de película es. Hollywood se pierde una taquillera en serio. La cosa es bien compleja, porque debo mentirle por partida doble. Me ayudan, sin embargo, las pocas luces de la vieja. La historia es más o menos así. Eulalia tiene una melliza, que era en todo igual, excepto el carácter que era mucho más agradable. La vieja siempre fue madera dura y áspera. Lo que no se puede negar es que era mucho más leal que la zorra de su hermana. La muy desgraciada sería de mucho mejor temple, pero se escapó con el amor de su hermana hace unos veinticinco años más o menos. Antes de irse, dejaron en el correo una carta de despedida pidiendo disculpas. Qué soretes. Desde entonces escribí dos cartas, una mensual y la otra semanal. La semanal era de la melliza, María. Le inventé una consagración a Dios, expresado en confinamiento, en un convento de San Ignacio, provincia de Misiones. Todas las semanas puntualmente le escribe a su hermana en la Patagonia, contándole de la tranquila vida con las otras monjas. Cada tanto le recuerda la visión reveladora que la hizo dedicarse al Señor.
Al muy sinvergüenza (se llamaba Horacio, pero evito nombrarlo; una característica mía es que me sumerjo profundamente en las historias y me envuelven al punto en que me siento protagonista y me generan los más genuinos sentimientos, en este caso de reprobación. De hecho, sentí la traición de Horacio y María a la vieja Eulalia como si fuese a mí mismo), decía, al muy sinvergüenza le inventé un problema con la ley. Uno grande. Sin embargo, fui lo suficientemente elegante como para que no fuera motivo de decepción para Eulalia: no olvido nunca, mi objetivo es que esta gente que hubiese sido profundamente infeliz de otro modo, pueda tener un ser allá lejos al cual aferrarse, al cual esperar. Cuestión que el sinvergüenza estaba en cárcel y le quedaban varios años por expiar todavía. Si bien, hay varias inconsistencias (por ejemplo, no hay condenas tan largas como los años que pasaron), y cualquiera con dos dedos de frente notaría que si dos personas desaparecen de un día para el otro, lo más probable es que no sea precisamente por caminos distintos, la escasa agudeza de la mente de Eulalia fue una ayuda inestimable.
Además de don Norberto y la vieja Eulalia, también están Sandra, que es viuda, pero gracias a mi aún figura como casada en el Registro Nacional y ella también así lo cree; y Enrique -el Quique-, huérfano desde hace aproximadamente diez años, entre muchos otros.
Más de una vez estuve a punto de caer en la tentación de contar mi secreto, pero a tiempo siempre comprendí que sería inevitablemente mal interpretado y juzgado. En el fondo, no dudo que tengo razón. Las cartas no son sólo papeles en el viento, no son sólo delgadas líneas negras y estilizadas de mentiras, una bajo la otra que cuentan la historia de muertos, traidores o abandonos. O sí, pero no por eso valen menos. Después de todo, es un papel en el viento con una delgada línea de mentira, el que certifica que yo tengo una identidad, o que estipula que tengo el secundario completo. Es decir, no hablan de verdades irrefutables, sólo las institucionalizan, le dan un marco de veracidad. Mis cartas lograron hacer eso mismo. Con detalles, con pelos y señales, con amor infinito tracé y enhebré delicadamente, atenta, concienzudamente, línea por línea, hilo por hilo, el entramado espeso que configuró la vida de estos personajes. Les concedí otra vida a los que habían muerto, y más honor a los que habían huido cobardemente. No me quedó otra. Estas personas: don Norberto, la vieja Eulalia, Sandra, Quique, etcétera, configuran mi universo de afectos. Le dan sentido a mi monótona vida de pueblo, de cartero, de jefe de seccional. Tengo dos, tres, cuatro, veinte vidas diferentes a las cuales puedo darles el destino que quiera, con el difuso límite de mi imaginación y lo que es verosímil. Lo único que puedo decir, es que el juego me superó. Crucé violentamente los límites de lo moral y lo ético y fue sin querer. Y una vez en el baile, fui incapaz de salirme de semejante adicción. Bailé con todos y cada uno de los destinatarios y les susurré las hermosas vidas que necesitaban escuchar de sus remitentes al oído, quedamente. Sus seres queridos, amados, anhelados, condensaron la humedad de los ojos llorosos en la felicidad. O en el desagravio, porque siendo sinceros, yo no creo que Eulalia no se haya percatado que la engañaron, en un nivel muy profundo de su subconsciente. Pero le di la excusa perfecta para que no se sienta miserable y engañada, para que no vea disminuida su dignidad. O quizás le quité la posibilidad de rehacerse y conocer a un nuevo amante. Quién sabe. De lo único que tengo certeza es que siempre intenté dar lo mejor de mi imaginación y mi gusto literario con un buen fin. Por ese lado mi consciencia está tranquila. Como sea, ya perdí demasiado tiempo en cavilaciones y tengo mucho reparto por hacer aún. La próxima casa es la de Enrique, como mencioné huérfano hace diez años, pero gracias a mí, dichoso hijo cuyo padre aún respira y es un tipo feliz en los acantilados de las Islas Canarias, estado civil casado, esposa de treinta y cinco años contra los setenta y ocho del viejo suertudo, que además goza de un relativo bienestar económico gracias a su barco con el cual hace paseos regularmente para turistas de billetera gorda y propinas generosas.