martes, 1 de octubre de 2013

Filosofía o existencialismo

Me dedico a hacerme preguntas que no se pueden responder. Es la pura pasión por la pregunta ingeniosa, o inusual, o inesperada, no por la respuesta. La pregunta por sí sola es la que despierta el asombro y la risa por lo obvia y, al mismo tiempo, tan imposible de contestar. El hallazgo en sí de una respuesta, la culminación de la duda conjugada en solución, no es atractiva: se acaba el juego. Fin.
No, de ninguna manera. Lo infinito reside en lo incontestable, en la pregunta que aparenta ser inútil; no porque no aporte conocimiento, sino porque no es ése su objetivo. Su fin es su comienzo. La pregunta resulta hermosa y divina por sí misma, y autojustifica su existencia. No importa la consecuencia. Importa la pregunta que deslumbra, la que no sirve para nada, más que para entretener la mente con la constatación de que existen más preguntas que respuestas. O no. Pero no importa, su juego es ése: el de la pregunta más allá de la respuesta. Ojo, tampoco es que desdeñe respuestas, incluso hasta las más delirantes serán debatidas, serán analizadas y tomadas en consideración. Es, quizás, mi aspecto menos déspota. La pura existencia no resiste dudas de ningún tipo, y sin embargo es lo más etéreo que tenemos, lo menos comprobable y lo que pincha a nuestro ser mas inquisitivo. El juego no tiene fin porque parte de la base que ninguna respuesta podrá ser confirmada enteramente, ni ninguna rechazada de plano. La consigna será que nadie puede acceder a una verdad única y absoluta e irrefutable. Que no tiene sentido buscarla, porque siempre se podría estar tomando por cierto algo que es falso. Y ahí volvemos. Lo importante es la pregunta, no la respuesta porque esta no existe sino en función de la verdad. Propone una verdad. En cambio, la pregunta solo pregunta, solo abre la discordia entre dos visiones, o solo deslumbra por su ocurrencia. La pregunta solo hace posible la imaginación.

Es por eso, y nada más que por eso que la pregunta seduce tanto. Y entretiene. Y nadie se confunda: no es inútil la pregunta que no tiene respuesta certera o científica, o la que directamente no tiene respuesta. No, la pregunta jamás será inútil, pregunte lo que pregunte. Porque es por la pregunta, quizás -y ahora déjenme divagar un poco- es por la pregunta, que el primer hombre, o la primera mujer, o ambos, con el ceño fruncido por la pregunta anclada entre las cejas y la duda anidada en los ojos, se pararon en dos patas, se olieron los olores y se tocaron por primera vez.