viernes, 27 de septiembre de 2013

Tratado precario sobre la Música

En el universo paralelo de nuestras mentes, una línea se posa dividiendo los bocinazos de los trenes y las multitudes arremolinadas alrededor. Discurre entre ellos con el incendio voraz de una sinfonía, excitando los oídos, alterando los cansancios. Hoy están, mañana (que es
ayer), no.
La mente juguetea inquieta: poco importan los matices cuando todo es de un único color. Sin embargo, no te confundas y creas que tu policromatismo es muy especial, porque no es así. Las disminuciones o modulaciones se hacen presentes tanto en tu obra como en la de muchos otros. Y el crescendo las abarca a todas, como el dramatismo. Son irreductibles a una sola, como vos o yo somos irreductibles a una sola célula. Todo, interconectado, respira al unísono toda su vida en gotas de aire, y cuando la tensión es dramática, magnífica e insosteniblemente dramática, es ahí en ese arrasador segundo (eterno, infinito) que todos parecen comprender al fin el sentido, el juego, el por qué y el para qué y el cómo de la obra;  y estallan en un espasmo de inesperado apaciguamiento. Se demoran en un pasaje que poco tiene que ver con el sentido general de la música, pero solo para impulsarse y llenar los vacíos con delicioso suspenso. A continuación, una ligera inclinación de la cabeza; un llamamiento silencioso; una arenga apenas perceptible y el acoplamiento generalizado, la copulación de los componentes: la unión de los vientos y las cuerdas. La percusión proponiendo un nuevo crescendo que estalla en sus, en tus, en mis oídos.

La explosión final que determina todo el significado de la obra, donde cada uno de sus significantes deja de ser evidente y pasa a ser mera interpretación, pura subjetividad. Y justo antes de comprenderla, justo cuando se acerca el instante de claridad, de lucidez, en el cenit de la euforia musical (instrumental y melódica y armónica y rítmica y compositiva); justo cuando todo indica que caerá de maduro, por el peso de su propia obviedad, cuando es insoportablemente hermosa la conjunción de esa fuerza con la música y todo parece explicarse por sí mismo, entrelazarse y difuminarse con el universo (o quizás pienso ahora cuando el éxtasis llega a su fin, que todo eso es la idea de Dios o de Universo o Unidad, o Todo, porque es tan increíblemente gigantesco,  fuerte, luminoso, dramático, hermoso), justo cuando creés abarcarlo y aprehenderlo, el director (artista silencioso) con un relampagueo de su batuta y una elegante señal displicente, da por terminada la resurrección del compositor, por años muerto, y hasta recién, hasta hace apenas un segundo, un diminuto segundito, tan arrolladoramente vivo.

lunes, 9 de septiembre de 2013

El Tiempo de Afuera

Tengo un dado de cinco caras, de cinco colores. Violeta, azul oscuro, bordó, verde claro y amarillo girasol. Para tirarlo tengo adelante todo este campo de tierra. El problema es el eco. El problema son los cristales. Cuando el dado caiga, al tocarlos producirá el sonido, y no hay un centímetro de tierra que no los contenga. Y ya sabemos que producirá la reverberación estrepitosa: que se despierten los gigantes. Claro, dormidos son como montañas. Grises, silenciosas. Y sí, están a kilómetros de mí. Pero yo se que con un buen trote me alcanzan en cuestión de segundos. A los gigantes no les gusta que los moleste. Y el castigo lo sé también: colgarme del Árbol de los Brazos en Punta. Está a la vuelta del Enorme Zancudo.
El problema es que ya no me queda mucho tiempo. El aire me está apretando cada vez más, y ya se ciernen los eclipses sobre los horizontes. Debo elegir un color. Así podré regresar al Tiempo de Afuera. Así podré atravesar la pared del supuesto infinito.
En el Tiempo de Afuera es todo calmo. Claro que el color que el azar elija será quien defina los planos y sectores. Ah, pero qué desorden tan hermoso es el de el otro lado de la pared. Ya oigo las melodías encriptadas. Se descifrarán al llegar a mi oído. Vibraciones tan sutiles adentro. Yunque, martillo, e impulso eléctrico y la paz al llegar a mi cerebelo.
Ya es tarde, se están despertando de la siesta. Este es el momento. Tiro el dado.
Como había anticipado, los cristales hacen lo suyo. Este sonido es en cambio tan asqueroso. Me dan arcadas. La alarma empieza a correr. Todavía no se define el destino. Las cinco posibilidades están en duelo. 
Finalmente: bordó.
Los gigantes me intentan aferrar pero ya me desvanezco. Me voy, me voy. Hacia allá, del otro lado del infinito. En el Tiempo de Afuera.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Paisajes: la Vía Láctea

Adentro de la casa estaba cálido; acá afuera con la temperatura bajo cero, cae el hielo invisible en esta noche al sur del mundo. La calle de tierra está dura de frío y la respiración escapa en forma de voluta etérea. No hay luna y el camino no tiene iluminación. Tengo un trecho hasta mi destino y disfruto la caminata bajo un cielo conmovedor. Se despliegan mil estrellas, increíblemente nítidas y luminosas sobre mis ojos. El bosque y las nieves eternas tienen un tinte plateado que le da un toque surrealista al cuadro.
Tal es la perfección del cielo, que se ve la plateada estela de la mismísima vía láctea atravesando el océano de azul noche. Ubico las constelaciones conocidas; todas ellas se ven, no hay ni una sola nube: la Cruz del Sur, Los 7 Cabritos, Las 3 Marías, Orión y muchas más que no conozco, o que quizás nunca fueron nombradas. Pienso en los primeros pueblos, en los que emigraron kilómetros y kilómetros siguiendo direcciones celestes, guiados por la Vía Láctea, por ese asombroso manchón de claridad resplandeciente salpicada de soles diminutos.
Pienso en esto de vivir en ciudades que no dejan ver las estrellas. La visión es hipnótica, resulta imposible sustraerse. Las cuento, las recuento. Jamás termino, pero siempre empiezo. Las contemplo mudo de asombro, inundado de la tranquilidad que me transmite su belleza casi incomprensible. Las montañas contrastan con esas pinceladas estrelladas de plata. Más allá, el lago juega a ser cielo, y desafía a cualquiera a que distinga cuál es cuál. Las ramas, apenas movidas en su sueño por unas pocas gotas de viento, regalan un murmullo suave.
De pronto tengo la certeza de cruzar mi mirada húmeda de contemplación con algún otro observador perdido en la inmensidad del Universo. Le sonrío, por las dudas.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Y, y, y.

Y será, será que de tanto andar entre altos edificios, el horizonte se aburrió de que nadie lo mire y se fue borrando. Borrando, de a poco: su estela primero, su contorno después, su color a lo último. Y tal vez, tal vez de tanto difuminarse, fue que los edificios no pudieron llenar el vacío que llenó los cuerpos de los hombres y mujeres... el vacío del horizonte nunca contemplado y siempre ignorado. Y primero fue un loco, el que salió a la vereda. Y dos. Y tres. Y mil. Todos los locos. Y cada uno llevaba en las manos un pedacito de horizonte, de su recuerdo. Uno con engrudo pegó su recuerdo de las pampas cuando el sol se pone; una nena agregó un retazo de las montañas nevadas, enchastrándose toda con el pegamento; otro sumó una delgada línea de la selva tucumana; uno tenía una memoria del mar en invierno; y otra un suspiro del horizonte del desierto. Y todos, todos los miles que fueron, unieron los pedazos, a puro engrudo, eh. Y mientras el estrépito de los edificios en caída libre ocupaba todo el sonido, el horizonte, parche de acá, parche de allá, remiendo por ahí, collage de recuerdos muchos, se fue renaciendo a sí mismo, a través de todos los locos. 
Al final del día ahí quedaron ellos, los locos, alucinados de tanto horizonte incoherente, libres de tantos cementos y desnudos, de tanta libertad.

martes, 3 de septiembre de 2013

Lista de tareas

Sentir el tacto.
Mirar la vista.
Oler el olfato.
Saborear el gusto.
Escuchar al oído.
Pensar a los pensamientos e idear a las ideas.
Charlarle a las palabras.
Cantarle a las músicas.
Besar a los besos.
Cabalgar a los cabellos.
Amar al mismísimo amor, mirándolo a sus ojos, quemándolo en su fuego.
Ser sumiso solo al incendiario deseo de ser indómito.
Ser indómito ante el asfixiante mandato de ser sumiso.
Enloquecer al raciocinio.
Y teorizar la demencia.
Amarrar las amarras, navegar los navíos y morir la vida para vivir la muerte.