lunes, 9 de septiembre de 2013

El Tiempo de Afuera

Tengo un dado de cinco caras, de cinco colores. Violeta, azul oscuro, bordó, verde claro y amarillo girasol. Para tirarlo tengo adelante todo este campo de tierra. El problema es el eco. El problema son los cristales. Cuando el dado caiga, al tocarlos producirá el sonido, y no hay un centímetro de tierra que no los contenga. Y ya sabemos que producirá la reverberación estrepitosa: que se despierten los gigantes. Claro, dormidos son como montañas. Grises, silenciosas. Y sí, están a kilómetros de mí. Pero yo se que con un buen trote me alcanzan en cuestión de segundos. A los gigantes no les gusta que los moleste. Y el castigo lo sé también: colgarme del Árbol de los Brazos en Punta. Está a la vuelta del Enorme Zancudo.
El problema es que ya no me queda mucho tiempo. El aire me está apretando cada vez más, y ya se ciernen los eclipses sobre los horizontes. Debo elegir un color. Así podré regresar al Tiempo de Afuera. Así podré atravesar la pared del supuesto infinito.
En el Tiempo de Afuera es todo calmo. Claro que el color que el azar elija será quien defina los planos y sectores. Ah, pero qué desorden tan hermoso es el de el otro lado de la pared. Ya oigo las melodías encriptadas. Se descifrarán al llegar a mi oído. Vibraciones tan sutiles adentro. Yunque, martillo, e impulso eléctrico y la paz al llegar a mi cerebelo.
Ya es tarde, se están despertando de la siesta. Este es el momento. Tiro el dado.
Como había anticipado, los cristales hacen lo suyo. Este sonido es en cambio tan asqueroso. Me dan arcadas. La alarma empieza a correr. Todavía no se define el destino. Las cinco posibilidades están en duelo. 
Finalmente: bordó.
Los gigantes me intentan aferrar pero ya me desvanezco. Me voy, me voy. Hacia allá, del otro lado del infinito. En el Tiempo de Afuera.

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