lunes, 29 de octubre de 2012

Media muerte

Soy medio hombre, me dijo. Soy medio hombre, me repitió llorando, impasible. Soy medio hombre, rió entre sollozos y lágrimas, y agregó: y cada tanto viene a verme la mitad que me falta. La más hermosa, mi mitad mas bonita, ¿sabés?

Era viejo, pero joven. Al menos la mitad que volvía cada tanto, lo regaba de juventud; y con la conjunción de las mitades el viejo era joven y hermoso y rebalsaba alegría y paz.


Soy medio hombre, suspiró tristemente, resignado, mientras veía alejarse parsimoniosamente a su linda mitad. Y amasó desánimos y lágrimas hasta la consistencia perfecta, la que aglomera el Todo. Donde no existen mitades. Despacio, agregó sal de su llanto y dientes, como granos de maíz. Despacio, preparó el final dramático de la obra.


Soy medio hombre, constató. Y fue péndulo para siempre.

lunes, 22 de octubre de 2012

Sin título

Qué guacha es la vida a veces. No sabés si está bien, si está mal. Si es bueno o es malo (es parecido, pero no lo mismo). Quizás es, y solamente eso. Es y nada más. Tal vez esté bien que así sea. Al carajo.

domingo, 21 de octubre de 2012

Llevate mis miedos.


Llevate mis miedos antes de que me de cuenta, llevate mis miedos antes de que caiga de vuelta.
Llevate mis miedos, llevalos toditos, llevate mis miedos quiero volver a ser el mismo pibito.
Llevate mis miedos, llevalos rapidito, así puedo volver  a dormir tranquilito.
Llevate mis miedos no quiero dudar, llevatelos todos quiero volver a soñar.
Llevate mis miedos, llevalos por favor, llevatelos todos quiero volver a ver el sol.
Llevate mis miedos, robamelos de un tirón, antes que sea tarde y me convierta en un cagón.
Llevate mis miedos antes que me arrepienta, sacalos de mí, aunque sea de la forma más violenta.

viernes, 19 de octubre de 2012

El Anónimo


Entre zafarranchos y arengas desnutridas de humanidad, tiñó su cara de gris. Ahumado en olor a pólvora y dando alaridos, asaltó entre los miles de desesperados, a las líneas enemigas y bañó sus temores con su sangre, enloqueciendo en victoria. Tiró de carretas por las salvajes huellas de las selvas del noreste, cabalgó iracundo por las estepas patagónicas y disparó su fusil heroicamente en cada enfrentamiento.

Bailó alrededor del fuego, salvajemente feliz. Fue libre sin pensarlo y por la libertad se batió a muerte cientos de veces, arriesgando la esencia misma de la vida. Fue el motor, la carne de cañón, el empujón definitorio de toda revolución latinoamericana, desde Argentina hasta Colombia, desde Perú hasta Brasil, y México, y las islas de más allá.

Puso en su cuerpo toda esperanza y todo ideal, los amasó letalmente y los disparó contra conquistadores españoles, franceses e ingleses por igual. Dejó atrás costumbres y dialectos para sobrevivir. Fue hombre y mujer, niño, abuelo y joven. Fue todos juntos para luchar, a las órdenes de ideólogos tan nobles, tan leales y tan éticos, que después borraron todo mérito conseguido por él, y lanzaron la más feroz y sanguinaria persecución en nombre del progreso, asesinando partes de su cuerpo a miles, humillándolos, borrando su cultura y disgregando la discriminación a lo largo y ancho del país que surgía. Torturadores y ladrones, musita él, y escupe sobre el monumento del traidor asesino.

Tanta guerra le hicieron a su nombre y a su identidad, tanto fue el esfuerzo, que lo hicieron anónimo. Él, el anónimo, fue miles de cuerpos, que lucharon para este presente, y lo quisieron borrar. Su identidad, las individuales, digo. Pero sin querer, como efecto colateral, además de crear un anónimo individual, crearon un Todo inmortal. 

El indio es infinito, no muere, no nace. Es, ahora y todos los días de la vida. El indio es América.

martes, 16 de octubre de 2012

Playa Girón - Silvio Rodríguez

Una hermosa letra de Silvio Rodriguez, una de las que más me gusta en poesía. La dejo pa' que la lean y la disfruten.

PLAYA GIRÓN

Compañeros poetas,
tomando en cuenta los últimos sucesos
en la poesía, quisiera preguntar
-me urge-,
¿qué tipo de adjetivos se deben usar
para hacer el poema de un barco
sin que se haga sentimental, fuera de la vanguardia
o evidente panfleto?
Si debo usar palabras como
Flota Cubana de Pesca y
Playa Girón?

Compañeros de música,
tomando en cuenta esas politonales
y audaces canciones, quisiera preguntar
-me urge-,
¿qué tipo de armonía se debe usar
para hacer la canción de este barco
con hombres de poca niñez, hombres y solamente
hombres sobre cubierta,
hombres negros y rojos y azules,
los hombres que pueblan el Playa Girón?

Compañeros de historia,
tomando en cuenta lo implacable
que debe ser la verdad, quisiera preguntar
-me urge tanto-,
¿qué debiera decir, qué fronteras debo respetar?
Si alguien roba comida
y después da la vida, ¿qué hacer?
¿Hasta donde debemos practicar las verdades?
¿Hasta donde sabemos?
Que escriban, pues, la historia, su historia,
los hombres del Playa Girón.

martes, 9 de octubre de 2012

El motor de la historia


Qué azul es tu ser. Lo veo, sí que lo veo nena. Por tus ojos, por tu piel lo veo. Y sí, es azul.
Está irradiando luz auténtica, llena de amor, llena de la esencia del universo, el quinto elemento, el motor de la historia. Porque, ¿qué mueve al mundo, su historia, si no son los amores por las ideas, esas por los que uno acepta morir, o a veces matar, y perder un poco de su humanidad? 
Si nena, el amor, para bien o para mal, mueve nuestro centro.


lunes, 8 de octubre de 2012

Álter-ego

Morí en varias guerras. Respiré los olores de la muerte, el humo ritual y la transpiración de los cuerpos nerviosos. Luché en primera y última fila, escarbé el río de mi indignación escupiendo palabras de veneno puro y ácido; derretí todos los resquicios de tu putrefacta imaginación, esa imaginación tan tétrica y espeluznante que la repudio, la odio. Me arrastré entre espinas que hendieron mis carnes y me hicieron sangrar pensamientos de bronca, vomité lo más horrible de mi ser en los escombros de tu guerra y me acosté con los sentimientos más bajos de tus hijas, esas ideas putas que pariste desde tus entrañas plagadas de mierda. Te creé en metáforas de hilos y espejos, luces flagrantes y gárgaras hediondas. 
¿No te das cuenta que te seguí por cada alcantarilla de esta inmunda ciudad, por cada descampado solitario y cada tenebrosa selva que atravesaste en tu asquerosa existencia? Te seguí para darte muerte, y conocí la peor de mis caras, el peor Yo que pude haber incubado tomó tanta fuerza que ahora me domina y me hostiga a seguirte, sin otorgarte el don de la muerte, que es un don, una gracia. Porque estoy tan transformado, tan descarriado en la locura más tortuosa que puedas imaginar, que si te veo ahora, si te doy alcance y finalmente quedaras a mi merced, más te valdría convertirte en brisa y volar lejos de mis manos, que ya no son manos, son garras de odio visceral, porque si se diera el hipotético caso que yo te encontrara y vos no te convirtieras en la brisa que te digo, entonces yo no sé qué haría. La muerte sería tu gracia. Tu derecho como ser humano. ¿Qué digo ser humano? No merecés esa condición.  Corré, corré y escondete en cada rincón que encuentres, porque te voy a dar caza, sin cazarte jamás. Porque si algo te merecés es no morir. No. Eso sería sumamente piadoso. Merecés que te persiga, todos los días de tu vida, todas las horas, y que no puedas jamás sentirte seguro y calmado, protegido ni querido. Vas a tener que correr tanto, que no vas a conocer la calidez de un humano porque no te voy a dejar tiempo de amar, no te voy a dejar tiempo de conocer, no te voy a dejar tiempo de mirarte al espejo y que notes tu demacrada resistencia, poco a poco mermada. 

Y vas a morir huyendo de una sombra, que soy yo. Que somos. Porque cuando moriste, en el último segundo de tu torturada existencia, tan loco estuviste que en el último instante de lucidez, descubriste que el que te perseguía era yo. Y que yo era vos. 


jueves, 4 de octubre de 2012

Ciego.

Y de pronto nada!
De un momento a otro los dedos de la mano se me durmiendo. Instintivamente traté de quitarme, lo que creí, era un guante invisible, que me impedía sentir.
Dándome cuenta que era inútil comencé a caminar, a tanteo desenfrenado, tratando de conseguir alguna sensación en mis pobres dedos. Las cosas que tocaba me eran conocidas, por lo que sabía lo que producían, pero aún así no sentía nada.
Con la cabeza fuera de si tomé en encendedor que estaba sobre la mesa y llevé el fuego a mi ya inútil mano, ahora muerta de sentir. Y ahí lo entendí ¡Me había quedado ciego! Ciego de manos.



martes, 2 de octubre de 2012

Lluvia

Ahora llueve. Siempre llueve cada tanto. Es como decir, llueve siempre, pero no llueve nunca. Casi como no decir nada. ¿Y qué tiene, que importan todas las incoherencias del lenguaje? No tienen más sentido. Yo siento que llueve dentro y fuera, porque no todo es visible a nuestros ojos. Lo esencial no, y lo que se esconde, tampoco. ¿No me entendés a donde voy? Mirá, está lloviendo afuera y adentro, hay nubes en todos lados, pero solo veo la lluvia afuera. Y como siempre llueve (y nunca) entonces se confunden las aguas. Tengo mucha agua y me estoy ahogando tal vez. O quizás tenga más suerte y aprenda a flotar en tablitas que vaya tallando con las hojas de mis plantas.

Claro que flotan. Mejor que una balsa; o mejor dicho, son mi balsa, hojas de plantitas superpuestas, así una arriba de otra. Apiñados como granos de arena, así debemos estar, leí por ahí. Y así también tienen que estar las hojas de mi balsa, porque estoy lleno de agua, rebalso agua dentro y fuera, además llueve y no sé donde dejé el paraguas. Es más, creo que ni tengo paraguas. Es que a veces esa confusión, esa rara sensación de ser el monte Everest y al mismo tiempo querer dormir para siempre en las fosas oceánicas más profundas, a veces eso agota.

No, no me malentiendas, me gusta estar en agua, amo el agua, es dúctil, fluye fácil y refresca mucho. Pero es un agua diferente a la que está lloviendo. Ojo, las dos pueden ahogarme a mí o a vos, pero por lo menos una te da la posibilidad de morir ahogado pero contento. No sé, se me ocurre. Está lloviendo agua salada por todos lados. Siempre es salada. Siempre y nunca. ¿Que, te molesta que me altere? ¿Qué te importa si me altero, y estoy harto de la sal? No quiero más sal, quiero agua dulce, fresca, agua de montaña. Y si es necesario, me voy nadando y me hago amigo de los tiburones, porque si me van a comer, por lo menos que me desgarren la carne siendo amigos, que lo hagan por puro instinto, que liberen mi ser y todo lo perecedero, pero así, sin malas intenciones. Que sea todo una confusión, un mal rato. Y así, libre de toda esta corteza pesada y torpe, pueda yo flotar inmortal, libre y a gusto por los espacios de esta tormenta de lluvia, porque mientras leíste esto la lluvia fue arreciando y ahora es tormenta que golpea la puerta de tu casa y te llama con la humedad de su dulce voz.

Y tené cuidado, porque pasa, pasa mucho, que cuando abrís, y la tormenta no te reconoce, te moja con sus lenguas de gotas claras y transparentes, pasa que te humedece y enfría el cálido cuerpo y que cuando te descuidás, ya no sos persona, ya no sos materia así, sólida. Sos agua, agua que fluye.

lunes, 1 de octubre de 2012

No te conozco, pero te quiero por ser

Yo la crucé caminando, un día como cualquier otro. Llegando al conservatorio. Yo no la conocía, y poco importa el hecho de su femenina condición. Lo que sí importa es que fuimos dos personas que se cruzaron y no se saludaron. No me animé, no me animé a abrir paso a mi lengua y decir, hola, quién sos. Qué es de tu vida, no te conozco, pero somos parecidos.
¿Cómo es eso, que dos cuerpos, dos llamas de luz pura chispeen sin tocarse, sin siquiera mirarse? Así estamos, así morimos de a poco, embadurnados en nuestros suntuosos ropajes, estética infinita, locura en el diseño, muros de silencio, paredes de presagios, la alienación. Porque yo ayer caminando me crucé con un ser humano y no me animé a saludarlo.

Nos fuimos quedando tan solos que ya no nos vemos. Hacemos de cuenta que el otro no existe, no está ahí, no tiene sentido iniciar una conversación, si no lo veré más. He estado caminando por la oscuridad del mundo, cuando el sol hunde la tarde y no tuve el valor de decir, hola, que brillante tu luz; quiero tocar tu mano y escuchar tu historia, no me importa quién sos, qué hiciste. Quiero leer en tus ojos la sinfonía eterna del ocaso, las vívidas notas, corcheas  y negras y bemoles amontonados en los renglones, como hojas secas desarraigadas, arrastradas por una brisa de otoño. Todo eso pude ver en tus ojos, una poesía hecha imagen, un cuadro divino intangible, inalcanzable, pero no. Todo eso pude beber de tus lágrimas, pero no tuve el valor de decir, hola, quién sos, cómo es que te sentís. Qué será de nosotros en veinte años, dónde estaremos sentados. ¿Te volveré a ver? Ojalá te vaya bien, no tengas miedo de ser libre.

No tengas miedo de ser libre, me hubiera gustado decirle. Que sea libre, que no le tenga miedo a esa adictiva vorágine, esa adrenalina que inunda la escarlata pasión que nada por nuestras venas. Quise decirte todo eso, en veinte segundos de verte y jamás haberte hablado antes, ni visto, ni oído, ni nada.
Estamos solos, mirándonos en un laberinto de espejos, donde nada de lo que ves, existe en verdad. Tan solo el reflejo del reflejo del reflejo de la luz. Y todo porque somos unos cobardes que no se animan a bucear en la luz del otro, ni a estallar en cristales incandescentes para que el otro nos observe, nos mire y nos pregunte quiénes somos y cómo estamos, y que no tengamos miedo a ser libres. Pero ahora yo lo veo.

Y yo te prometo sobre el destrozo de mis más amados y profundos escritos, sobre el mismísimo  papel viejo manchado en tinta, te prometo, por cada nota de pentagrama que en tus lágrimas se refleje, por cada ocaso que tu sinfonía despliegue ardorosamente en mis oídos, y también por cada gota de mi pasión, que no voy a tener miedo a ser libre. Pero libre de verdad. Ni a conocerte cuando te vea.