lunes, 8 de octubre de 2012

Álter-ego

Morí en varias guerras. Respiré los olores de la muerte, el humo ritual y la transpiración de los cuerpos nerviosos. Luché en primera y última fila, escarbé el río de mi indignación escupiendo palabras de veneno puro y ácido; derretí todos los resquicios de tu putrefacta imaginación, esa imaginación tan tétrica y espeluznante que la repudio, la odio. Me arrastré entre espinas que hendieron mis carnes y me hicieron sangrar pensamientos de bronca, vomité lo más horrible de mi ser en los escombros de tu guerra y me acosté con los sentimientos más bajos de tus hijas, esas ideas putas que pariste desde tus entrañas plagadas de mierda. Te creé en metáforas de hilos y espejos, luces flagrantes y gárgaras hediondas. 
¿No te das cuenta que te seguí por cada alcantarilla de esta inmunda ciudad, por cada descampado solitario y cada tenebrosa selva que atravesaste en tu asquerosa existencia? Te seguí para darte muerte, y conocí la peor de mis caras, el peor Yo que pude haber incubado tomó tanta fuerza que ahora me domina y me hostiga a seguirte, sin otorgarte el don de la muerte, que es un don, una gracia. Porque estoy tan transformado, tan descarriado en la locura más tortuosa que puedas imaginar, que si te veo ahora, si te doy alcance y finalmente quedaras a mi merced, más te valdría convertirte en brisa y volar lejos de mis manos, que ya no son manos, son garras de odio visceral, porque si se diera el hipotético caso que yo te encontrara y vos no te convirtieras en la brisa que te digo, entonces yo no sé qué haría. La muerte sería tu gracia. Tu derecho como ser humano. ¿Qué digo ser humano? No merecés esa condición.  Corré, corré y escondete en cada rincón que encuentres, porque te voy a dar caza, sin cazarte jamás. Porque si algo te merecés es no morir. No. Eso sería sumamente piadoso. Merecés que te persiga, todos los días de tu vida, todas las horas, y que no puedas jamás sentirte seguro y calmado, protegido ni querido. Vas a tener que correr tanto, que no vas a conocer la calidez de un humano porque no te voy a dejar tiempo de amar, no te voy a dejar tiempo de conocer, no te voy a dejar tiempo de mirarte al espejo y que notes tu demacrada resistencia, poco a poco mermada. 

Y vas a morir huyendo de una sombra, que soy yo. Que somos. Porque cuando moriste, en el último segundo de tu torturada existencia, tan loco estuviste que en el último instante de lucidez, descubriste que el que te perseguía era yo. Y que yo era vos. 


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