lunes, 1 de octubre de 2012

No te conozco, pero te quiero por ser

Yo la crucé caminando, un día como cualquier otro. Llegando al conservatorio. Yo no la conocía, y poco importa el hecho de su femenina condición. Lo que sí importa es que fuimos dos personas que se cruzaron y no se saludaron. No me animé, no me animé a abrir paso a mi lengua y decir, hola, quién sos. Qué es de tu vida, no te conozco, pero somos parecidos.
¿Cómo es eso, que dos cuerpos, dos llamas de luz pura chispeen sin tocarse, sin siquiera mirarse? Así estamos, así morimos de a poco, embadurnados en nuestros suntuosos ropajes, estética infinita, locura en el diseño, muros de silencio, paredes de presagios, la alienación. Porque yo ayer caminando me crucé con un ser humano y no me animé a saludarlo.

Nos fuimos quedando tan solos que ya no nos vemos. Hacemos de cuenta que el otro no existe, no está ahí, no tiene sentido iniciar una conversación, si no lo veré más. He estado caminando por la oscuridad del mundo, cuando el sol hunde la tarde y no tuve el valor de decir, hola, que brillante tu luz; quiero tocar tu mano y escuchar tu historia, no me importa quién sos, qué hiciste. Quiero leer en tus ojos la sinfonía eterna del ocaso, las vívidas notas, corcheas  y negras y bemoles amontonados en los renglones, como hojas secas desarraigadas, arrastradas por una brisa de otoño. Todo eso pude ver en tus ojos, una poesía hecha imagen, un cuadro divino intangible, inalcanzable, pero no. Todo eso pude beber de tus lágrimas, pero no tuve el valor de decir, hola, quién sos, cómo es que te sentís. Qué será de nosotros en veinte años, dónde estaremos sentados. ¿Te volveré a ver? Ojalá te vaya bien, no tengas miedo de ser libre.

No tengas miedo de ser libre, me hubiera gustado decirle. Que sea libre, que no le tenga miedo a esa adictiva vorágine, esa adrenalina que inunda la escarlata pasión que nada por nuestras venas. Quise decirte todo eso, en veinte segundos de verte y jamás haberte hablado antes, ni visto, ni oído, ni nada.
Estamos solos, mirándonos en un laberinto de espejos, donde nada de lo que ves, existe en verdad. Tan solo el reflejo del reflejo del reflejo de la luz. Y todo porque somos unos cobardes que no se animan a bucear en la luz del otro, ni a estallar en cristales incandescentes para que el otro nos observe, nos mire y nos pregunte quiénes somos y cómo estamos, y que no tengamos miedo a ser libres. Pero ahora yo lo veo.

Y yo te prometo sobre el destrozo de mis más amados y profundos escritos, sobre el mismísimo  papel viejo manchado en tinta, te prometo, por cada nota de pentagrama que en tus lágrimas se refleje, por cada ocaso que tu sinfonía despliegue ardorosamente en mis oídos, y también por cada gota de mi pasión, que no voy a tener miedo a ser libre. Pero libre de verdad. Ni a conocerte cuando te vea.

1 comentario:

  1. TODO SE HACE LUZ Y CLARIDAD EN EL MOMENTO JUSTO, NI ANTES NI DESPUES, EN EL MOMENTO QUE UNO ES CAPAZ DE VER...TODO OCURRE COMO UNA SINFONÍA ESCRITA CON ANTERIORIDAD A NOSOTROS MISMOS.

    ResponderEliminar

Gracias por tu comentario