
Era viejo, pero joven. Al menos la mitad que volvía cada tanto, lo regaba de juventud; y con la conjunción de las mitades el viejo era joven y hermoso y rebalsaba alegría y paz.
Soy medio hombre, suspiró tristemente, resignado, mientras veía alejarse parsimoniosamente a su linda mitad. Y amasó desánimos y lágrimas hasta la consistencia perfecta, la que aglomera el Todo. Donde no existen mitades. Despacio, agregó sal de su llanto y dientes, como granos de maíz. Despacio, preparó el final dramático de la obra.
Soy medio hombre, constató. Y fue péndulo para siempre.
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