lunes, 31 de julio de 2017

Ataque de Absoluto

A veces me agarra lo que me gusta denominar “Ataques de Absoluto”. Sucede repentinamente, casi sin previo aviso. Mi pensamiento continuo se detiene y me dedico sólo a percibir. Observo. Es como si todo fuera una obra de teatro. O una película. O una hermosa poesía. Básicamente me paro sobre el absoluto. Como si acabara de nacer; todo me maravilla.
Ese chico pelado de enfrente tan prolijo con sus auriculares y su agenda. Debe estar anotando una rutina de oficina. Y de repente, ¡no! ¡Eran dibujos! Es increíble. Con un portaminas. ¿Y la mujer de al lado suyo? ¡Tan seria! ¿No se da cuenta que al lado suyo está sucediendo arte? Tal vez los dibujos no sean alucinantes, pero el muchacho está completamente absorto en eso. Escucha música con unos grandes auriculares blancos. En el momento en que la mina toca el papel, el arte se crea y dispara absoluto para todo el subte. La mujer sigue con su mirada perdida. ¡Qué desperdicio! Cada tanto da un golpe con su pie al piso del vagón. Me pregunto si será de nervios. O de una canción. La chica al lado suyo sonríe. Mira para arriba y en diagonal, probablemente recuerda algo entretenido. Ella golpea el suelo con los pies de manera acompasada. Me pregunto cuál será la música que oye en su cabeza.
¿Y el muchacho al lado mío? Viste desprolijo como yo, lleva barba y pelo negro. ¿Será músico? De repente, se pasa la mano por el hombro a unos centímetros. ¡Se está haciendo reiki! Mantiene esta postura unos minutos. Es una locura que el resto de las personas cercanas se pierda el evento. ¡Reiki en vivo! ¡Y nadie dice nada!
El viaje termina. Todos nos bajamos en Juan Manuel de Rosas. Pienso: “una lástima, la estaba pasando tan bien observando”. Y luego: “¿por qué desperdicié tantas estaciones sin mirar a la gente?”. Sigo caminando, reflexionando sobre esto. Un chico toca la flauta traversa hermosamente. Cuando estoy en la escalera mecánica una ligerísima llovizna baja del cielo y se posa amarilla sobre mi rostro, mientras un señor algo amargado pero con mirada pícara, reparte unos volantitos celestes que dicen “Sostenes Para Cortita, PATITA”. Ya está, estoy adentro de una película.
Me pongo a observar más personas. Adentro de la heladería una pareja comparte la mesa. La mujer mira su celular. El hombre una revista de viajes. En la otra mesa un señor hace unas anotaciones en un cuaderno y pidió unas tostadas. ¿Hubiera hecho yo lo mismo? ¿Esas anotaciones tendrán información de índole absoluta? ¿Serán un nuevo tipo de teatro? ¿Jeroglíficos? Pasa otra señora con gesto amargo. ¿Le esperará una aburrida experiencia en su casa? ¿Se sentará a doblar ropa, a mirar tele? ¿Comerá un cereal? Otro chico pasa, ¡habíamos compartido el vagón de subte! Es increíble.
Más gente, imagino otras vidas. Un hombre con un cigarrillo se refugia de la llovizna en una esquina y también, como yo, observa. Muchas vidas; ¡son demasiadas para seguirlas a todas!
En el 169 pienso en esto. La luz azul es realmente el soporte de una obra de teatro titulada: “Colectivo”. El colectivero dice: “arriba que nos vamos” ¡Es genial! Estamos en una nave que nos lleva a todos, cada uno con sus efímeras preocupaciones, gestos de aburrimiento, disculpas que duran menos de medio segundo, miradas a celulares que nos transforman en cómicos autómatas. Es un disparate de lo más maravilloso. El colectivero dice a otro que viaja adelante: “¿se pondrá lindo mañana? No puedo evitar sonreír ante la idea de que por más fuerte que piense la maravilla, nadie me va a descubrir mientras lo hago. Por las dudas igual esquivo la mirada para no incomodar a la gente que me tiene cautivo. Una chica sube con los ojos grandes. Le sonrío. ¿Estará parada en el absoluto?

Como siempre dura unos minutos. No más. Así como viene se va. Valió la pena.