domingo, 30 de junio de 2013

Machuca

Les dejo una película chilena, que me gustó mucho. Está situada entre el gobierno de Salvador Allende y el golpe y derrocamiento perpetrado por Pinochet y demás amiguitos, en 1973, y se basa en una medida que se llevó a cabo en el gobierno de Allende. Esta medida era becar a chicos de las villas y barrios humildes para que pudieran asistir a clases en los mejores colegios, los cuales eran privados. La película trata sobre el intercambio cultural que se produce entre dos chicos, uno de un barrio muy pobre y otro de una familia llena de guita, todo esto en el contexto histórico que ya expliqué, muy tenso, cargado de discriminación y de fachismo. Es un peliculón, aunque un poco fuerte y conmovedor. La calidad zafa bastante bien. Espero que les guste y que disfruten la peli, gente, les mando un abrazo.

Película:


sábado, 29 de junio de 2013

Mojado de luz

Amanecido estoy, el sol me moja con su luz.
Ay, recuerdo el temor, pero no tanto, no me llena todavía.
Así me voy armando: agarro colores, bordes y melodías.
Así voy recordando, lindos días soleados, bellos los de lluvia.
Y aún todavía no alcanza. Agarro ramas, silencios, senderos.
Allá a lo lejos me esperan, e iré caminando con la frente sincera, con las piernas serenas.

jueves, 27 de junio de 2013

Libro del Pie - Diego Seoane

Bueno, gente, les dejamo' un libro muy pero muy lindo, de un escritor que conocimos en El Bolsón. Un artesano de las letras y las ideas. Es un libro muy especial, fuera de lo común. No sé si encasillarlo en un género, sería imposible, trata sobre lo que uno quiera o pueda entender... Tiene mucha poesía en sus pequeños textos, muchas preguntas geniales que te dejan pensando o te hacen reír, en fin, un libro hermoso. A mi me hace bien leerlo siempre, porque me hace acordar a la persona que me lo regaló, una persona muy linda, como este libro...

Link del PDF


http://es.scribd.com/doc/146930878/Libro-Del-Pie-PDF

Le agradecemos a Diego Seoane, el escritor, por dejarnos compartir su libro y por hacer que el arte sea libre. 

lunes, 24 de junio de 2013

Cafeína

Intento estudiar. No puedo, no sale, no  entiendo nada. Giro en círculos. Me preparo un café y lo bebo de a poco; el calor entra despacio por mi cuerpo y sale en forma de vapor por las orejas. Casi instantáneamente empiezo a comprender con pasmosa claridad ese lío de letras y letritas, conceptos y términos extraños. En quince minutos ya cacé todo, ya le di tres vueltas a las teorías más complejas, ya me río de todos los quilombos académicos. Y sí, con café cualquiera es un genio, en serio eh.

Pestañeo y vuelvo a la realidad. No te hace genio, pero sí que estoy mas despabilado.

Crónica de un extremista

No sé ni cómo carajo llegué a esta situación. No sé cuándo fue que se descarriló todo. Pero lo evidente es que, con mi metro ochenta y uno y mis cincuenta kilos (con toda la furia), resulta increíble que pueda sostener el arma cuyo caño posa sobre mi sien.
Hago un repaso mental entre tembleques de miedo o frío, no sé. Jamás en mi vida me encontré tan acorralado entre dos ideas absolutamente contradictorias y por más que le dé vueltas al asunto, no consigo elaborar una respuesta convincente para mí mismo. Decido que lo mejor es hacer una revisión autobiográfica, para captar todo lo que encauzó mis decisiones hasta traerme a este punto decisivo.

Creo que el proceso empezó hace varios años. Estaba ojeando una revista de nutrición (no sé por qué estaba leyendo esa boludez), cuando encontré un artículo escrito por un vegetariano, explicando las ventajas de no comer carne, y también desarrollando toda una dimensión moral al respecto, sobre la vida del animal y bla bla bla. Aún ahora no puedo terminar de entender por qué tuvo el efecto que tuvo en mí, pero la verdad es que me impactó mucho y en ese mismo momento decidí dejar de comer carne. Busqué información, me contacté con conocidos vegetarianos y me puse a diseñar la dieta.
Con el paso del tiempo me fui obsesionando cada vez más y más con el tema. Me metí en grupos ecologistas, investigué sobre la explotación que sufren los animales criados para ser comidos, las condiciones por las que pasa un pollo antes de llegar a la mesa, o como les succionan hasta el último mililitro de leche a las vacas. Mientras más conocía sobre el asunto, más me asqueaba la industria alimenticia, y más importancia le daba a la dimensión ética de no comer carne. Decidí que no era suficiente con eso, y dejé de consumir productos derivados de animales: huevos, leche, incluso queso, cualquier otro derivado de animales fue borrado de mi dieta.
Pasaron varios meses, un par de años. En un viaje conocí un personaje increíble, un asceta que vivía en las sierras y que había llevado el respeto por los seres vivos varios escalones más arriba que yo. Su filosofía de vida entera se basaba en el cuidado alimenticio y en el respeto a cualquier forma de vida. Fue una de las personas que más influyó en mi pensamiento; reflexionando en retrospectiva, quizás sea uno de los que más influyó en que yo ahora mismo esté sosteniendo un revólver apuntando a mi cabeza, o quizás no y soy injusto al culparlo al pobre hombre de mi extremismo.
Él me enseñó que los tubérculos sufren cuando los sacamos de la tierra y los comemos. La planta, despojada de raíz, muere de tristeza, eso me enseñó.
El asceta comía solo alimentos que no perdieran la vida en el proceso de ser cosechados: frutas, hojas de plantas, zapallos, ajíes, etc. Después de pasar varios meses con él, había aprendido a preparar diferentes comidas con las nuevas limitaciones. Había bajado varios kilos, pero no me importaba: mi felicidad era absoluta al saber que contribuía a que menos seres vivos perdieran la vida por mi culpa.
Sin embargo, creo que no fue bueno. Me puse tan obsesivo con esto que mis amigos me hinchaban las bolas: “dejate de joder negro, comete esa ensalada de papas, está espectacular” o “dale Emanuel, comete unos huevos revueltos”, cosas por el estilo. Hasta que, un día, quizás harto de escucharme hablar contra la matanza de seres vivos y la natural tendencia del hombre a destruir todo lo que toca uno me dijo: “¿Y los pibitos que hacen trabajo infantil, para que vos tengas la pilcha o el celular, eh?, ¿Qué onda Ema, te preocupa más que la vaca no sea explotada, a que el pibe de 10 años esté trabajando en vez de ir a la escuela?”. Golpe bajo. Me cayó como baldazo de agua fría. El cuestionamiento era irrefutable. Le di la razón y me juré a mí mismo terminar con la poca hipocresía que aún anidaba en mí. En los primeros días después de esa revelación, decidí dejar mi ropa comprada y hacérmela yo mismo. Al principio, los resultados fueron espantosos, pero poco a poco logré la práctica necesaria para poder vestir mínimamente de forma digna. Al poco tiempo me fabricaba remeras, o túnicas, un poco amorfas, pero sin manchas de la sangre explotada de los trabajadores de medio oriente o China. Un peso se había ido para siempre de mi corazón.
Paralelamente a esto, vi un documental de periodismo de denuncia sobre las horribles condiciones en que trabajaban los empleados de la industria telefónica y del poder contaminante de algunos de los componentes más boludos de un celular. En un arrebato de indignación, arrojé mi celular contra el cemento de la vereda. Destrozado que daba lástima, quedó. Punto importante, al caer tuve tanta mala suerte, que aplastó una fila de hormigas que pasaban por las baldosas. Casi llorando me acerqué e imploré que todas estuvieran vivas, pero una o dos habían sucumbido a la furia salvaje de Samsung.
Esto me hizo dar cuenta del detalle central que me condujo acá: cada vez que me movía, mataba un montón de organismos unicelulares. En un primer momento, aparté la idea de mi cabeza, considerándola absurda, apelando, en un juicio imaginario que se desarrollaba en mi cabeza, al sentido común.
Sin embargo pasaron un par de noches en las que sufrí insomnio, o si lograba pegar un ojo, soñaba con un gigante que aplastaba a mi familia, y yo alcanzaba a avizorar el rostro del gigante asesino y era mi propia cara. Medité mucho sobre el tema y puse especial cuidado cada vez que me movía, apoyando solo la yema de los dedos, o la punta de los pies. Sin embargo, no había caso: dormido aplastaba miles de millones, más, miles de billones de billones de formas de vida unicelulares que vivían en mi cama.
Empecé a enloquecer. Los sueños me atormentaban; en ellos me veía a mí mismo como un asesino serial que no se preocupaba por nadie más que sí mismo y mataba sistemáticamente a cuanto ser se pusiera al alcance de su mano. Adelgacé, mi ya escasa dieta se volvió exigua. Me cansaba rápidamente si estaba parado, más aún porque intentaba andar en puntas de pie, o de sentarme en el borde de las sillas y ocupar menor superficie. No lograba descansar. Por fin, comprendí que sería inútil, todo lo que hiciera, dañaría a otros seres vivos.
Y acá volvemos al principio de la cuestión. Cuando comprendí esto, resolví que la única forma era acabar con mi vida y liberar a todos los seres vivos de mi destructiva existencia. Sin embargo, en el momento definitivo me detuve. No fue miedo, hace tiempo ya que sólo era un espectro de mí mismo, no tenía miedo. Fue constatar que de mi existencia dependían infinidad de organismos con los cuales yo desarrollaba una relación simbiótica, y que morirían a menos que yo no me volara la cabeza.

Y acá estoy, todavía. Pasó un tiempo considerable y no puedo decidir qué hacer. Después de varias horas, acepté que era inútil intentar sacar un balance: qué generaría más organismos muertos, si mi suicidio o mi vida. Lo pienso, lo repienso. No tiene sentido. A Dios se le tuvo que haber escapado este detalle. Es una ecuación sin solución, un absurdo. Lo giro, lo miro de todos los ángulos, pero no, no hay caso.
Y acá estoy. Acá estoy. Extenuado, temblando de cansancio, raquítico y demacrado; loco de culpa de matar al vivir, loco de culpa de matar al morir.

sábado, 22 de junio de 2013

Puravida

Acá dejamos un corto animado que hizo un artista compañero, Nahuel de Vedia, muy lindo. De paso cañazo, les dejamos también una página de face y una de flickr, donde pueden ver otros de sus dibujos e ilustraciones.



Los Dibujos de Tintavlek (face): http://www.facebook.com/Tintavlek
Tintavlek (flickr): http://www.flickr.com/photos/tintavlek/


Y el corto:

Les digo, nos decimos

Cada tanto me gusta apuñalar un poco las hojas del otoño pasado, que aún se deshojan, se deshacen, dentro mío; me brotan y yo las nazco, olvidándome de ser árbol. Quizás así pueda el invierno de este año congelar el resto de frutos rojos que persisten, que insistentes intentan reproducirse. Pero el árbol que soy no los deja (no me dejo, no nos dejo) y les dice (les digo, nos decimos): eso está muerto. Bien muerto: acostúmbrense, frutos rojos. Ustedes están muertos. Todos lo estamos. 
Y es entonces cuando las puñaladas ya no tienen sentido. Uno pensaría que si mata a la muerte, nace vida. Pero no. Solo mata a la muerte; ni más, ni menos que eso.

Lo que has hecho siempre: quererme

Hola a todos en este invierno! les dejo un cover de una banda rosarina que me encanta. Se llama Sig Ragga, y el tema, "lo que has hecho siempre: quererme".
La música una fuerza que atraviesa el alma y siembra un fruto adentro, que una vez que crece, nada puede detener.
Que lo disfruten!



martes, 18 de junio de 2013

Grito

Voy a gritar tan fuerte, que se le van a reventar los tímpanos al Universo. Espero, me disculpen.

Memoria

Por más que hayan pasado centurias enteras, hoy todavía puedo sentir el arroyo de montaña, absolutamente helado, bañarme las espaldas y entumecerme los dedos, cada vez que recuerdo ese pensamiento: la imagen al atardecer de un glorioso cielo turquesa entregándose seductor al abrazo del sol incendiario.
Recuerdo y constatación: no existe nada; sólo la sal húmeda de mi rostro.

domingo, 16 de junio de 2013

Me encontré con mi familia

Me encontré con mi familia. Corríamos en lanchas, botes; escapábamos. Eramos una pareja y los oficiales nos perseguían; la policía. Pero de pronto: mis padres, mis hermanos, encarnados en otras personas, otro tiempo. ¡Él es tu padre! No, no, ese no es. Es ése. ¡Pero si ese es un amigo!
Y de pronto la figura de mi madre, joven, de otra época. Me seduce, quiere estar conmigo, olvidarse que soy su hijo. ¡Pero no! Si sos mi madre, es imposible, nunca va a pasar. Y se averguenza, se disculpa.
Y ahora la casa de mis abuelos, otro contexto ¿Qué tiempo? Ya no sé. Recuerdos de personas, combinaciones, parejas perdidas.
De vuelta a la lancha: nos paran, estábamos excedidos de velocidad. Y nos llevan a un apartado, un barrio humilde, calles de agua y muelles, ropa colgando. Nos piden datos (somos la pareja), documentos. ¡No pueden saber quiénes somos! Uno muestra un mapa, indica el camino por el agua; costas cercanas, islas. Yo marco la ruta que vamos a seguir con mi chica y se marca con línea punteada en el mapa.
La otra pareja (que aparece de pronto) se enoja con nosotros; debemos seguir nuestro propio camino.
Ahora estamos encerrados en jaulas. Son casas en los árboles, lianas. Es un valle. Un imperio azteca. Veo la vista desde nuestra casa. Árboles y más árboles.
¿Trepo? Me escapo. Me sigo escapando. De aquí salta a las familias que se encuentran. El principio, pero no. 
Hay algo que se oculta. Que me da miedo. Esos rostros. Es un pelado gordo, grotesco. Veo sus ojos rojos. Su cara entre sombras. Apareció, pero ya no.
No logro encontrar a la familia completa. A mi familia. Cada uno está en su tiempo, en distintos cuerpos. Ya son otras personas.

Viaje

Te veo. Sos una voluta de suspiro deslizándose por las sienes transpiradas. Te toco y siento tus vetas, madera maciza, sensual. Olés a armónicos. Tenés los colores del otoño, hoy. Te respiro y, diluida, vas mezclando poco a poco los ingredientes de mis pulmones con los de tu iris. 
Por segundos, me detengo ensimismado y solo pendo de un hilo, del único hilo. La cuerda del suicida, la pestaña más fina del universo me sostiene de las uñas. Todo transcurre lento, pausado, espeso. El tiempo se derrama pegajoso, como miel y las horas pesan. El viento se abre paso para liberarnos del sopor y trae en su grupa un poco de aire fresco de los Andes. Nevisca.
Quiebro ramitas y troncos: armo la casa del fuego: donde arderán los restos de sí mismo. Suave, lento, calmo, voraz, ardiente, rojo, violento. El fuego quema y es incendio en tus ojos. La noche despliega mil constelaciones y solo existe el rumor del lago que lame las piedras de la orilla. No hay otra cosa que la noche y el fuego, las estrellas y el agua susurrante. 
Es arena que se sintetiza, se transforma en vidrio y el vidrio se quiebra y sus astillas cortan la piel y la carne y las venas, y después es vidrio manchado, manchado con mi sangre, y es lengua que lame herida y es agua que lava la piel. Son las pieles las que devora el incendio. De golpe no entiendo dónde estoy parado. Miro a la derecha, a la izquierda. Observo hacia arriba y hacia abajo. No sé dónde queda la huella que seguía. No recuerdo dónde dejé estacionado el coche. Tampoco recuerdo si tenía coche. ¡Mierda, si ni siquiera recuerdo qué es un coche!
Empiezo a caminar en un mar de barro. Los pies torpes se hunden en la tierra húmeda y me absorbe toda la energía esa caminata sin sentido. Busco un barco que navegue los barriales y me lleve más allá, a los puertos olvidados, los puertos donde es ocaso para siempre, y otoño, y a veces llovizna para que las hojas siempre sean vivas y marrones y verdes y azules. Las ilusiones se suceden una tras la otra y poco a poco empiezo a dudar de mis manos, las cuales me apuntan preocupantemente. Los ojos se tornan inútiles, pues la noche es día, y entre lo visto y lo hecho no existe correspondencia alguna. Son todas posibles verdades, posibles mentiras. Las manos se deshilachan y los brazos caen en jirones. Yo soy un jirón. Respiro una bocanada más de humo y me convierto en una brisa suave que se aleja de todo, excepto de mí mismo. A dormir.

La Noche

No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta.

-Eduardo Galeano-



jueves, 13 de junio de 2013

Rebelión en la granja

Hola, les dejo una peli para que vean si es que ya no lo hicieron. Está espectacular, basada en una novela de George Orwell. Me gusta mucho como está hecha, los dibujos, los personajes representados. En fin, que la disfruten, peliculón.



Casi estatua

Es esta inmortalidad de la que estoy dotado, la que me hizo pensar. Vivo en estatua desde hace mil años y todavía no me aburro. Cuando veo que se acercan por la plaza, contingente tras contingente, los turistas, yo los observo y me dispongo a ser fotografiado. Es divertido. Ellos piensan que no siento, que no vivo ni existo, que soy solo copia del verdadero. Pero no entienden que el héroe termina siendo él copia de sus estatuas.

martes, 11 de junio de 2013

Cuestiones existenciales

Paso mucho tiempo pensando. Pensando qué soy, quién soy. ¿Cómo es que existo, que puedo pensar qué soy? Es loco pero si digo: buen, soy 78% de agua... ¿qué, soy de gelatina?, ¿cómo estoy parado? ¿Cómo es que no me caigo y me derramo por entre grietas y juntas de baldosas?
Ah... es que sí me derramo. Por otros sitios. Mi ser líquido puro, una esencia diluida  se filtra entre los poros de las pieles. Me detengo en la terraza y observo a los barcos anclados en los puertos. Los maderos, las velas izadas y los capitanes vociferando órdenes. Se van a cazar serpientes marinas. Vamos, que eso bien podría ser catalogado de asesinato. Yo no sé si soy serpiente marina; tranquilamente podría serlo y no saberlo.
Después de todo, me sigo preguntando, segundo a segundo, qué soy.
¿Idea? ¿Pensamiento? ¿Número de las estadísticas? ¿Nombre y apellido y número de documento en un padrón electoral? ¿Hombre diminuto entre millones del planeta? O soy un piojo... ¿Y si somos piojos y la Tierra una cabeza?
¿O impulso eléctrico? ¿Y si soy impulso eléctrico en la transmisión de una idea de una neurona a otra?
¿Y si me estoy multiplicando, elevado a la raíz del infinito, eterno número de eternas cifras y eternos impulsos? ¿O soy solo un trazo, una línea en la genial obra de un artista?
Si pienso que soy una idea, bien, veamos. El que me piensa es algo así como un Dios. Un ser superior, ya que solo soy un pensamiento de una sola de sus millones de neuronas (suponiendo existan las neuronas, y suponiendo que en el caso de existir, los dioses tengan) Pero, ¿por qué no creo que él sea un Dios? Yo tampoco lo soy, y siento que es circular. O quizás todos somos dioses. Pero no. Yo soy idea, y al mismo tiempo, tengo ideas. He dado vida y nombre a personajes imaginarios, historias sin fin. Soy pensado y pensador; un circulo vicioso creador que se retroalimenta para siempre, eso somos tal vez.
Y soy 78% de agua, soy una gelatina. De kiwi.