lunes, 20 de noviembre de 2017

Vapor

Vapor me vino a la cara. Estaba en una habitación herrumbrada como con telarañas de mentira. Me pasaba la mano para limpiarme los cubículos visuales, esos que algunos llaman ojos. Y me daba cuenta que, o no podía discernir el habitáculo o no podía aferrar el cencerro frente a mí. Me dije: tienes que ir, dar la vuelta y volver a ver. Debes hacer de cuenta que en este espacio nunca hubo muertos engañosos pegados a cada pared. Cuadros que se vuelan a una dimensión oculta, me abren paso y paso y voy a un prado verde y centollas y avellanos. Salir de ese espacio muerto me costó la vida. Y ahora en la muerte hermosa estoy tan vivo. Ahora sí, veo un río de sirenas, peces con bigotes y gatos con escamas. Un arroyuelo en la brisa de mi mismo, dandome aliento desde un globo aerostático. Renacuajos con tres ojos y hojas con cara de rana me dicen una danza que no puedo dejar de imitar. Es la dulce canción de la vida límbica, el mundo panaceo. Unas notas escritas en la corteza de un antiguo cohiue inmenso me dan la impresión de que está canción ya fue tocada. Y el arpa cuelga de su rama; tentador, animoso. Cada nota que hiero en si mismo me grava profunda su verdad. Este vestíbulo de la gracia me amaina pero me daña. Aún así hago todo por acariciarlo. Un gigantesco perro lanudo vuelve a mi y me meto en su panza y me arropo entre sus coágulos. Otra vez en la vereda del puño caliente torturante. Agradable sangre caliente, mirándome en sus costillas extrañas. Debo salirme otra vez. Entro salgo, entro salgo. Pero afuera me dan mil voces aclamantes. Pero adentro no hay nadie y debo remarla solo. Pero adentro me bebo la sangre de su panza. Pero afuera me respiro un aire espinoso y unos pinos oreados.
Ni muy ni tan. Darle sentido a esta bataola me lleva la vida y llevo la vida en ello. Voy como creando los cardos que nunca se pudieron meter en mi. Gracias a la verja que me ha abierto tanto, tanto, tanto. Tanta libertad, que inútil fue la creación de mi muro. Tanta soledad, que mil compañías me resultaron débiles. Y débil estoy en compañía.
Pero hay algo que escapa a mi reflexión. Cuando nado en una balsa camino a la jungla del sol. Y es que en el color descrito, se mimetiza el sencillo acto de vida. Aunque encripto, pero virtuoso al fin. Y que en la virtuosidad, humana solitaria, dionisíaca amorfa; en ella misma está el credo del universo.
Y si escribo como un loco es necedad de viejo claro. Y si me enamoro como un soñador, es sueño de niño humano.
El vapor me da la verdad. No es nube, no es nublosidad. Es limpieza de mi retina que no para de buscar y buscar. Es querer tener un cretino sesgo de verdad. Aunque sea un amague. Es tener un poco los ojos llorosos para poder aferrar el bosque tan añorado. Y amarlo y amasarlo y hundirlo y revivirlo. Es andar en ese catamarán por en medio de la tormenta océanica, y darle todo a mi proa a mi babor, y decirle a mis látigos que no más tengo que ser un gato escamado. Meterme en ese océano, salir de esa tormenta y ver desde abajo todo un abanico de cangrejos dorados, águilas acuáticas, búfalos marinos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario