¿Está abierto el destino? ¿qué está escrito?
El destino es como esa daga que nos mete el cuello hasta las narices y nos obliga a dar y dar, a actuar sin responder. El destino está estático, pero “todo pasa por algo” también tiene reminiscencias de un escrito.
Detallado. Dicho. Pautado.
Escrito en el mismo limbo de la polaridad. Antes que eso también. Cada palabra, cada gesto; voy a decir esto, voy a actuar aquello. Me moveré mas para aquí o más para allá, pero cada pestañeo está del todo datado en un lugar intangible para la mente humana. Y digo intangible para la mente. Y eso lo hace inimaginable para el cuerpo.
El destino nos marca la cruz de los días, y que cada uno la cargue. No hay dudas en enfrentar el cambio de lo estático.
No hay día en que algo esté librado a una desición impersonal, transformadora, inadecuada. No se puede romper con lo estático. La libertad perece en la parsimoneidad de los efímeros sucesos. Toda pregunta tiene ya respuesta y la discusión se vuelve estoica para algunos que no quieren ver que no hay desición. Eso es el destino.
Críptico de mi memoria en que una idea tenía ya la misma idiosincracia. Volvía a ver el reflejo de sus ojos una y otra vez. Volvía a esquivarlo. Fue el destino quien quiso que esté aquí y por algo será. Toda la inmutabilidad se vuelve irrefutable, al punto de hacer cada día lo que dijo el anterior. Poesía para carroñeros es esta. Poema de la línea inalterable.
El mismo sentir se reparte en partes iguales. Primero me ducho. Después me lavo los dientes. Después me baño. Después me cepillo la boca.
El color de la canción se va divagando en un repetir y repetir y el solcito estuvo bien pero hoy ya no me data nada. Como si fueramos computadoras. Ese es el destino.
Qué importante, único, valedero, inequívocamente necesario romperlo.
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