martes, 23 de julio de 2013

El mapache de rama

El era un mapache hecho de rama. Se topaba con la chispa y temblaba; se topaba con los suyos y se avergonzaba. Era único. No tenía igual; no tenía par. Y por eso lloraba solo. Pero no muy fuerte, para no humedecerse.
De repente la tierra quería tragarlo. Otro día una liebre lo masticaba, y él se desprendía gritando: “¡No soy una rama!, solo soy distinto”. Solo era distinto. Pero a la noche le costaba raíces, y de día cortezas. Tenía fuertes sueños en que se lamía sus ligeros pelos marrón claro. Ahí todo era hermoso y se podía bañar en el agua transparente. Pero luego se volvía pesadilla y se quedaba clavado convertido en tronco en un desierto eternamente.
Paso que un día, mientras se rascaba una lombriz que anidaba en él, vislumbró una pequeña lenga que descansaba en una colina. Se acercó para olerla de cerca. Era frágil y fuerte al mismo tiempo, y la savia corría dulce en ella como una cascada en enero. Se enamoró. Entonces se lamentó de su condición de rama putrefacta en un cuerpo condenado a perecer. El sol se apuraba a hundirse a lo lejos, entre los últimos resquicios de unos sauces viejos.

De repente pasó una libélula y el correr del tiempo descansó por un momento. Entonces el mapache se dio cuenta que era cortezas y raíces, y no pelaje marrón. Se dio cuenta que era rama y no mapache. Pero se dijo a sí que podía pelear por ser la rama más vigorosa y clara del valle.

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