viernes, 5 de julio de 2013

Sentidos

Cada vez que vuelvo a mi pueblo es distinto. En cada oportunidad, mis sentidos tuvieron distinto contacto con el mundo que es mi pueblito, la comarca, la región.
Recuerdo la primera vez que volví después de estar varios meses afuera. Se me llenaron los ojos de belleza, de amor por los árboles y de pasión por el agua corriendo helada en los arroyos de deshielo. Recuerdo mirar hacia el atardecer rosado, las nubes pintando plumas de colores entre las pinceladas de nieve de las altas cumbres, todo colorido por el Sol que se acunaba en el anochecer. Me acuerdo de levantar los ojos al cielo nocturno y contar las estrellas mil veces, porque era lo que más extrañaba de la cordillera: la abundancia de estrellas con las que yo simplemente me pierdo, quedo absorto en su contemplación. Las pupilas recogían su luz, la acunaban y yo contaba y contaba estrellas, constelaciones y planetas. Siento ahora mismo, mientras escribo, la sensación de intentar atrapar para siempre el hermoso recuerdo del cielo estrellado en mi mente, para cuando volviera a la ciudad.
La segunda vez... en verano. Fue el tacto. Sentir con la yema de los dedos todas las cosas, intentar descubrir su esencia con tan solo acariciarlas, frotarlas entre mis dedos y pulirlas. Estaba en el lago y todo mi cuerpo se centraba en sentir por el tacto. No es algo que decidiera, simplemente ocurría así: primero la vista, ahora el tacto. Hundía mis manos en la arena y la dejaba deslizarse por entre los dedos, sintiendo la aspereza de cada grano. Mis pies absorbían el calor que se desprendía de las piedras, y cuando me sumergía en el agua fresca del río o de lago, jugaba a sentir en cada mínimo centímetro de mi piel, en cada cabello, las ondas húmedas recorriéndome, refrescándome. Tocaba las cortezas de los árboles e intentaba reconocer las vetas y las grietas; pulsaba mi guitarra para hacer música. Acariciando y recorriendo con los dedos, con la piel entera, reconocí el mundo.
La tercera vez, y la última por ahora, fue el olor. Apenas entré en mi casa me invadió un olor agradable, exquisito. La nariz rió fascinada, contenta de los perfumes. Después, mientras charlaba con mis viejos, también: de la ventana entraba una mezcla de aroma a leña, tierra húmeda y pasto cortado. Caminando las calles de mi tierra, dejaba arrastrarme por el sentido del olfato. Divisaba lugares y personas, sintiendo su perfume, su aroma. El olor a escuela, tan único; el olor a auto propio; el olor de mi almohada; el de mis amigos, cada uno con su propio aroma, único entre mil aromas. Los muebles de madera, perfumados de esencia viva, los que se desprendían de las hojas mojadas de los bosques cordilleranos. Mi olfato no descansa en esta visita de sentir los aromas de esta parte del mundo.
No sé que sentido tocará la próxima vez, solo espero que cuando termine con el gusto y el oído, descubra nuevos sentidos, para que cada retorno sea distinto en el sentir de mis pasiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario