miércoles, 17 de julio de 2013

De cómo el viento se fue al sur

¿No ves aquella estrella? - muchacha pregunta, descalza, y acaricia el vano de la puerta.
No, no la veo. La respiro - muchacho que es puerta, recibe la caricia y la deposita en un recuerdo. La madera cruje. 
Convidame su olor, hombre-niño - pide ella, anhelante.
El hombre-niño se inclina y agita el aire en las pupilas hermosas de la mujer. Luego las toca con la punta de la yema de sus dedos, siente el agua de los ojos y condensa toda la humedad de su ser en una sola gota. La gota no se ve por ningún lado.
¿Y, te gusta el olor? - pregunta, pensativo. Algo lo preocupa, o lo ocupa. Está un poco lejos, flotando.
Ajam, sí, me gusta. Se parece a vos, el olor de la estrella. No a tu olor, sino a vos. Se ve que respiraste un poquito de vos cuando me respiraste el olor de la estrella. Se te escapó una gota de tu esencia - sugiere la muchacha ojos de papel.
Ya sé... sí, te regalo esa gota de mi esencia. Bebela, o depositala en aquel arroyo. Tiene un poquitito de luz de estrella, también - explica el niño, el joven, el anciano. El ser sin tiempo. Estridencias se escapan de los brotes psicodélicos de las plantas que observan, las estrellas se dilatan y multiplican y son solo constelaciones infinitas que se ciernen sobre ellos: los inmortales dos.
Abrazame - piden juntos. Se ríen y se abrazan; tal vez también se besan. Los amaneceres se suceden, sin transcurrir.
Ahora me voy - se excusa él. La mirada de ella es de acusación. A él le duele, pero no deja de hacer lo que está haciendo. Cuelga unas sogas de su barca y la empuja aguas adentro, sobre aquel cielo líquido, reflejo de un cielo intangible, que no saben si existe o si lo están soñando. Los remos se sumergen con rumores profundos y las ondas de agua expiran antes de tocar la mano de la mujer, que ha envejecido de pronto. Sus dedos arrugados rozan la superficie del lago-cielo y cuentan estrellas. Odia las despedidas; de hecho no las comprende. El hombre, ahora anciano, lo sabe, pero no puede hacer nada. Solo remar entre esos hilos de plata suaves. La luna deja caer un halo de neblina sobre los amantes, para que sea más rápida la separación. La muchacha que recién era vieja, al instante siguiente es niña frágil y abandonada. Derrama lágrimas de bronca, de miedo, de amor o no sé de qué. Entre ellas, se escurre la gota que el hombre-niño le había regalado.
La gota apenas besa la superficie del lago-cielo y se congela, tanto es el hielo que emana de la tristeza de la barca: la barca-vida que se lleva al hombre-niño lejos de su amor-odio, que yace casi desvanecido en la playa-pasado.

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