sábado, 6 de julio de 2013

Sueño con artistas

Tuve el sueño más hermoso de cuantos tuve, o al menos, de cuantos recuerdo. Amanecía o atardecía en mi casa de las montañas. La luz entraba dorada por la ventana e iluminaba todo, dándole un aire de perfecta armonía a la habitación. Yo, detrás de un sillón, observaba a las personas que estaban sentadas en ronda, sobre otros sillones o sillas. 
Primero fijé la atención en el que estaba más próximo a mí: David Lebón tocaba su guitarra, improvisaba, jugaba con los sonidos y con su voz tan fascinante. Giro mi cabeza y miro al que se sienta a su lado. Spinetta, dorado, lleno de vida y de música. Luis Alberto, con una guitarra gastada, de color bronce con óxido, como herrumbrada, de un sonido único, divino. Sonreía feliz el Flaco y disfrutaba del arte. La luz lo envolvía y lo iluminaba de una manera distinta a los demás en la habitación. Más allá y con un piano eléctrico, Charly García, el de ahorita, pero sano, fresco: sonriente y ágil, como los viejos tiempos. Los dedos flacos danzando entre las teclas y soleando sobre una base de jazz que los compañeros le ofrecían. Daba cátedra de solos de piano, era pura música, puro arte indómito y todos reían felices de verlo bien al loco Charly. 
Yo iba rodeando el sillón de David y Luis, y veía a Rodolfo García, el batero de Almendra, tocando suavemente una base exquisita. A su lado, intercambiando miradas de complicidad, Pedro Aznar y su bajo, extensión de los brazos y dedos. También estaba León Gieco, con su armónica y su presencia inevitablemente llamativa. Todos emanaban felicidad, gozo, arte y música. Todos estaban sonrientes de verlo al Flaco vivito y coleando, tocando con ellos, y a Charly tan sano y tan virtuoso como en sus mejores años. Todos tocaban para ellos dos, y para mí, que había terminado de rodear el sillón y, sentado en el piso de frente a Lebón y Spinetta, me limitaba simplemente a mirarlos embobado, tratando de entender por qué me visitaba el Flaco Luis, y por qué estaban todos en mi casa, disfrutando plenamente del encuentro. 
La verdad es que muchos dirán que fue un sueño. Pero no, es vida… yo ahora ya sé qué se siente escucharlos a centímetros de distancia, al alcance de la mano. Sé que se siente contarles los dientes de la sonrisa, y sé cómo se ven los artistas cuando retornan de la muerte para la última canción. La melodía nunca acaba; la melodía sigue.

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