Ernesto: ¿Y? ¿Y
ahora qué hacemos?
Ramón: Tranquilo,
no hay nada qué hacer. Cálmate chico, espera.
Ernesto: Bueno,
pero no te entiendo. Che, alcanzame mi botiquín. Yo confío en vos, ¿no? Pero no
sé qué hacemos ahora. Estamos esperando, no hay nada que hacer, decís vos. No
sé. Por más que miro en profundo, no logro sacar toda la represalia dentro. La
tengo grabada en la piel, ¿entendés? Está ahí, aguijonándome los pulmones. No
la soporto más, quiero cagarla a tiros.
Ramón: Eh,
compadre, mira que tienes cosas pa' cagar a tiros. Yo no desperdiciaría municiones con una enfermedad, poco harán las
balas… escucha, hombre. Allí en la espesura, un rumor como de hojarasca
pisoteada. ¿Y tú que crees, será de los nuestros?
Ernesto: Qué se
yo. Vos sos el que sabe distinguir esas cosas. Yo soy un médico, nada más.
Igual si tuviera que arriesgar, no me esperanzaría. Qué bello el día, qué
hermosos los aires. Mucha transparencia se respira hoy. El rumor sigue… no me
gusta nada.

Ernesto: No puedo
creer tu buen humor. ¿Qué te pasa estás de joda, Ramón? Pásame mi fusil.
Estamos rodeados, lo confirmo aun siendo médico y sin saber nada de rebeliones.
Sin saber nada de tácticas y focos.
Ramón: y eso está
muy bien, Ernesto. Pero yo ya lo sabía hace un buen rato. Chico, mira. Es en
estos momentos que solo quiero tocar tu mano y fundirme en ti. Somos dos, pero
uno. Y no importa que tan fuerte suena la hojarasca pisoteada por este ejército.
Quiero fundirme contigo, Ernesto, y que recordemos todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario