jueves, 7 de noviembre de 2013

Devenir de propuestas

Camina, por un cerrito.
Por la cornisa, del cerrito.
Al borde, el precipicio;
al otro borde, más bordes.
El viento sí que está ahí.
Camina, despacito.
Y no desgarrado. Solo despacio.
Viento llano, de ahí, de ambos.
Lugares
que son
memorias
de todos nosotros, iracundos, salitre de ojos
de iris: desierto.
La arena es cal. La cornisa es materia y presente.
El vacío está lleno de aire. Aire pegajoso y enloquecedor.
Salitre.
Sal y agua. Y arena y desierto.
Y reflejo, oasis. No. Espejismo, eso sí.
Lo caído, cornisa, es lo caminado, lo precipitado, decantado, lloviznado, pluvial llanto, lágrima, gota, pedazo de agua sólida de sal, de cloruros escapados, de esencias químicas y choques físicos e imaginarios. La fosa está, no tanto alrededor, si no más bien adentro. ¿Cómo me explico? No estamos en la fosa; la fosa la llevamos nosotros, y ahí estamos, enterrados. Y la fosa se cierra, pero no nos encierra, porque está dentro nuestro. Se cierra, lo cual significa que se ensancha, mucho, mucho. Hasta que somos fosa.
¿Y la cornisa? ¿Ya te hizo? ¿Ya lo sos? Fosa y cornisa. Funeral fúnebre de buenos recuerdos. Resplandor y artificio, gran jugada, estratégicos movimientos. Admirable. Inútil.

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