miércoles, 12 de septiembre de 2012

El amanecer

Deshilachado, deambuló amargamente, un derrotero eterno entre puestos de antigua kermesse oxidados y arrumbados en los rincones de una feria de locuras.
Suaves y diminutas gotas de rocío impregnando el ambiente lo hacían estornudar de a momentos, adhiriéndose con su inmaculada humedad a sus pensamientos que, ya de por sí fríos, se helaban en contacto con el agua.
Sus lágrimas, en cambio, ardían con su piel, y contrastaban con sus ojos furiosos y sombríos. Se detuvo y ahí, en la soledad aplastante, parado en medio de la inmensidad del universo, contempló asombrado, la pura belleza de la naturaleza, que iluminaba todo. El amanecer hizo su magnánima entrada al mundo, coloreando todo lo que él había observado hasta entonces con el aburrimiento de quien mira a través de un prisma gris la vida.
Vibrantes tonos y matices se dispararon en todas direcciones, hiriéndole los ojos, aquellos ojos que ya estaban lastimados por lo que habían visto, por lo que se habían acostumbrado a vivir. Incapaz de soportar tanta belleza y grandiosidad, cayó de rodillas, con la boca abierta, el sentimiento de gratitud infinita brotándole del pecho en hondos suspiros, como manantiales de abstracción compacta fluyendo de su centro, la mirada haciendo titánicos esfuerzos por abarcarlo todo, por no perder ni un solo detalle de la impresionante visión, y los senderos de lágrimas cabalgándole  libres por todo su rostro.
Totalmente sobrepasado por las imágenes de las que era testigo, sollozó en silencio, con intenso deleite, disfrutando profundamente cada una de las nuevas lágrimas, lamiendo el rocío y bebiendo su llanto, consciente de que la vida le estaba mostrando otra cara, aunque solo fuera por unos pocos minutos más.
Y él, que nunca había visto tanto color, él que jamás había sentido el calor del Padre Sol bañándole la dignidad, que tampoco había sabido beber del llanto de otros, ni había ensuciado sus manos con otro barro que no fuera el de su vida, que jamás había podido amasar su propia vasija, él, que no había podido disfrutar de todas esas cosas, fue eternamente feliz.

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