Deshilachado, deambuló amargamente, un
derrotero eterno entre puestos de antigua kermesse oxidados y arrumbados en los
rincones de una feria de locuras.
Suaves y diminutas gotas de rocío impregnando
el ambiente lo hacían estornudar de a momentos, adhiriéndose con su inmaculada
humedad a sus pensamientos que, ya de por sí fríos, se helaban en contacto con
el agua.

Vibrantes tonos y matices se dispararon en
todas direcciones, hiriéndole los ojos, aquellos ojos que ya estaban lastimados
por lo que habían visto, por lo que se habían acostumbrado a vivir. Incapaz de
soportar tanta belleza y grandiosidad, cayó de rodillas, con la boca abierta,
el sentimiento de gratitud infinita brotándole del pecho en hondos suspiros,
como manantiales de abstracción compacta fluyendo de su centro, la mirada
haciendo titánicos esfuerzos por abarcarlo todo, por no perder ni un solo
detalle de la impresionante visión, y los senderos de lágrimas
cabalgándole libres por todo su rostro.
Totalmente sobrepasado por las imágenes de las
que era testigo, sollozó en silencio, con intenso deleite, disfrutando profundamente
cada una de las nuevas lágrimas, lamiendo el rocío y bebiendo su llanto,
consciente de que la vida le estaba mostrando otra cara, aunque solo fuera por
unos pocos minutos más.
Y él, que nunca había visto tanto color, él
que jamás había sentido el calor del Padre Sol bañándole la dignidad, que
tampoco había sabido beber del llanto de otros, ni había ensuciado sus manos
con otro barro que no fuera el de su vida, que jamás había podido amasar su
propia vasija, él, que no había podido disfrutar de todas esas cosas, fue
eternamente feliz.
Es una pintura llena de palabras
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