lunes, 24 de septiembre de 2012

Comunicación incomunicada

A veces le ataca un pánico, un reflejo del aislamiento que sufre. Ese estar conectados continuo, que es mentira, que es arenisca en el viento. Las pantallas, pinceladas brillantes entre las miles y miles de casas que se sobrevuelan en la ciudad nocturna. Lo mata el saber que es mentira, falacia insuficiente; parece ser cierto, parece seducir, el inmediato saludar, la casual risa del chiste leído. Pero no, en el fondo todos saben, él sabe que estamos solos en nuestros rediles, en nuestros alienados reductos, proyectando pulsiones eléctricas que viajan a través del improbable y de redes abstractas que no logramos entender, hasta la pincelada brillante de alguien más.

Pero lo demás, ¿dónde está? El dulce contacto, el conocimiento de la piel tibia y suave, o fresca y húmeda después de un baño en el verano dorado. El aliento cálido danzando volutas en la estrellada noche a la luz de las llamas, fogata cósmica entre vos y yo. Entre vos y yo, nena. Él necesita esa exploración juguetona, naif, de acariciar cuidadosamente toda la extensión de la belleza. Y así es como de verdad nos comunicamos. Un traspaso de sensaciones interminable, vibraciones musicales, las corcheas y negras y claves, sostenidos y bemoles, una armonía difusa y encantadora, que nos enloquece y nos bulle en la sangre, nos hace bailar frenéticos, inhalando el aroma de humos rituales, el gusto compartido de amargas infusiones. La letanía de llantos y risas compartidas, una poesía recitada en voz baja por cientos de gargantas hartas de la alienación de las pinceladas brillantes.

Ellas, las pantallas, la forma de comunicación más rápida, letalmente rápida. Rápida y superflua. Las pantallas, pinceladas brillantes de un mundo borracho en tecnología, decadente en el hartazgo, derrumbado entre la podredumbre de miles de brillantes metales y botones, ellas son las responsables. Y nosotros, por abrirles nuestro ser, invitarlas a volcarnos en ellas. Porque sí, las pantallas pueden ser buenas aliadas, pueden llegar a Siberia o a cualquier lugar remoto. Él sabe que puede hablar con su sureño lugar en el mundo, o con el norte, donde su amigo vive. Puede volar virtualmente por todo el mundo, y eso es fantástico.

Pero él es plenamente consciente que la comunicación verdadera y pura, es la del contacto, la de la vibración y la ductilidad táctil, la de los suspiros contenidos y las ansiedades satisfechas, la del caliente amargor del mate bebido y compartido, degustado y devuelto. Que la comunicación pasa por mirarse a los ojos y nadar en pupilas oscuras y seductoras, frescas y brillantes que invitan a perderse en la locura del ser humano que vive detrás. Sabe que esa es la comunicación, tomarse las manos y acariciar los cabellos, sonreír y no transcribir risas y sonidos que jamás serán leídos como fueron expresados. Mostrar los dientes y reír con los ojos. Eso. Él sabe, yo sé, que comunicarse es lograr Ser, en comunión con los demás.

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