¿Quién es el redactor de este mundo? ¿Quién vibra dentro de
las partículas de luz, arrastrando traumas de la más espesa cansinidad, como
torrentes de petróleo? Y por qué.
¿Por qué la música me vibra en los dedos del pie, en mis
cabellos? Se me instala entre las manos, arrugando mi pergamino de sucesos, la
historia divina de un pueblo ancestral y nómade ahogado en la derrota del
olvido, la seca estepa.
Me surge como risa azul entre el púrpura de mis ojos. Ese
redactor, esa musa incansable vibra y expele toda su pureza en las notas más
salvajes de un instrumento desconocido. Amamanta la Tierra con sus sonidos de guerra, violentos de
tangos furiosos, amor encendido en el retazo de un atardecer inextinguible. El
mismísimo fuego del sol quemando las velas de los barcos anclados, de ciudades
enteras perdidas en los cimientos de los océanos turquesas. Un paraíso húmedo.
La fibra de nuestra esencia, el exacto nudo de la vida.
¿Quién, quién puede hacer que exista, o que no? ¿Que muera,
que renazca, y una y mil veces se regenere, multiplique, sinfonía eterna de
años antiquísimos llorando las tristezas y amarguras de este mundo viejo?
Manos. Las manos.
Qué potencia tienen esas imágenes! Bellísimo.
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