En el medio
del tumulto, una niña de ojos verdes, pelo café y vestidito celeste, halló una
moneda. En su mano se encontraba enorme y pesada. Contempló lo que ya intuía
hace un rato: aquella feria largaba una alegría demasiado asoladora para una
niña tan frágil como ella. Guardó la moneda y se dirigió a la carpa de su
padre, el ilusionista.
Cuando
entró, el espectáculo ya había comenzado. Hoy tocaba “La caminata por la
jungla”. Se asomó por entre el público y al instante su padre la reconoció y le
guiñó un ojo. Los primeros helechos y rocas húmedas ya estaban construidos, y
comenzaban a saltar las ranitas rojizas. La niña de ojos verdes se divertía más
mirando las caras de la gente, que la ilusión creada, que conocía de memoria. Algunas
personas abrían tanto los ojos que parecían querer que las lianas les
atravesaran las pupilas. Otros, desconfiados, buscaban el aparato que
proyectara todas esas imágenes. Mientras tanto el ilusionista ponía toda su
atención en aquel tucán que se abría vuelo hacia un atardecer violeta. La
postal era hermosa. Había todo tipo de escarabajos, lagartos, monos saltarines
y hasta un jaguar. Todos desbordando casi el escenario y rozando a la gente.
Como era la
rutina, uno del público fue invitado a subir. La caminata por la jungla corría
sin riesgos para el joven desgarbado que, a pesar de caminar entre fieras
amenazantes, sabía que nada era real. Aún así cada tanto pegaba un salto cuando
unos colmillos de pantera lo asustaban, y la gente maravillada aplaudía.
El creador
de todo contemplaba satisfecho. Su selva ya estaba terminada. Mientras el
invitado intentaba en vano agarrar unos hongos naranjas, aprovechó para mirar a
su hija, que jugaba con una moneda. Y así como de pronto en ese mismo instante,
ocurrió algo inusual. El jaguar que había estado distraído clavó los ojos en la
moneda de la niña, desobedeciendo al ilusionista. Sus pelos se erizaron y
comenzó a avanzar hacia ella, como hipnotizado. El mago percatado frotó sus
manos intentando detenerlo, pero ya era tarde: se había vuelto real. La gente
se divertía tranquila con la variante del espectáculo y el invitado estaba ya
excitado, hasta que un rugido punzante mostró la realidad a todos, y cortó en
seco la calma. Entonces el caos llegó a la carpa en un revoltijo de gritos,
banquetas y abrigos. El jaguar seguía su trayecto hacia la moneda cada vez más
enfurecido. El ilusionista que ya había comprendido que su creación había
tomado rienda propia, corrió hacia su niña de pelo café, se la guardó bajo la
manga y salió afuera entre el pánico desenfrenado de su público.
Una vez que
el jaguar consiguió poner la moneda ante sus ojos, la carpa ya se había
vaciado. Abrió sus fauces, tragó la moneda de un saque y volvió a poner sus
pelos de punta. El padre y su hija estaban afuera a una distancia prudente para
poder observar. Las personas asustadas estaban ya lejos rebotando por ahí.
Entonces el jaguar lanzó un último rugido y se desintegró, volviendo al mundo
de la ilusión.
Y aunque un
poco asustada, la niña del vestidito celeste recuperó el colorado de sus
mejillas. La muestra de rutina no había sido tan aburrida después de todo.
El carnaval
alimentaba nuevos muñecos desesperados.
muy bueno brodda! me re gustó
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