Natalio Ruiz perdió su sombrero. Nadie lo encontró por mucho
tiempo y Natalio envejeció buscando inútilmente su digna cobertura craneal. El
piano lo creó, lo creó con un pasado
donde él tenía un sombrero gris, pero en su creación no lo tiene; no solo eso,
si no que como si fuera poco, él también se perdió, aparentemente con su
sombrerito. ¿Y qué me dicen de Elmo? Por generaciones, detestado o ignorado simplemente por el karma de su
apellido, Lesto, que conjuntamente con su nombre desencadenó los más injustos
prejuicios.
La historia de la música está llena de reveses o cabos
sueltos, pero son tan deliciosos que la hacen mística, completa. Esas puertas
abiertas, de madera añeja ya, crujientes y llenas de telaraña de viejas épocas
pasadas, personajes escapados de la gloria musical de genios compositores.
Fermín con sus manos que no paraban de girar, sus tristes sueños llenos de
aserrín, y su abandono en el hospicio, pudo bien haber sido un gran amigo de
Natalio. Esa alienación, ese no saber de
dónde vienen, que su vida dure unos tres o cuatro minutos y al mismo tiempo
para siempre, los convierte en seres tan reales como el que más y
simultáneamente, intangibles.
Las redes de la música, los seres creados, la belleza que se
desprende de cada historia musical, un flaco de rulos como Pepe Luí escapando
hacia su estación Eduardo VI, para encontrarse con la hermosa Prudence de Los
Beatles en quién sabe qué maravilloso lugar; las preguntas aguijonadas y
chocantes que se hizo por años Pink de The Wall, sin respuesta, dentro ese muro
alienante. O mejor, Alicia, en su mundo
ficticio, donde todo es lo que no parece y nada es lo que aparenta, donde Su
Señoría manda y los demás callan. Las canciones, los temas, crearon tanta
realidad como ficción, al mismo tiempo. Los músicos crearon vidas y estas no
mueren en ese instante que dura la canción. ¿Por qué no echarlas a andar, a
recorrer este mundo, que también tiene sus ficciones disfrazadas de realidad?
¿Por qué no asumir que están vivos y que nos miran, tal vez con pena, tal vez
con envidia o con amor?
Porque creo que un ser como Don Leopardo sentiría la ira de
la opresión y nos incitaría al despertar, a revolear todo al carajo. Pero un
ser como la ya mencionada Alicia, de tanto tomar su rico té de peperina, no
tiene más remedio que ser tranquila y calmada.
Y es que las historias se unen, se enhebran, se entrelazan y abrazan, se
besan y se separan, parten a otros nudos, bifurcaciones y nuevos horizontes.
Los personajes esos, como un montón de muertos pobres que danzan al compás de
la locura musical de sus creadores, nos llenan con su sabiduría, la sabiduría
colectiva, la del compositor. Y así para siempre, entre el aliento del triste y
enamorado Jude y la rabia del Sr. Cobranza, entre el loco kamikaze que en barro
se bañó, tal vez, o tal vez no; entre Laura y Ana, hermanas eternas, salidas de
los rulos del Flaco, los mismos que tal vez inspiraran a Pepe Luí a venir al
mundo, entre la incongruente alegría de Sgt. Pepper y su loca banda de los corazones
solitarios, entre toda esa mezcla de seres, alter-egos y locas creaciones del
destino, respiremos un poco de sabiduría. Tal vez así, en menos caos, Natalio Ruiz al
fin pueda encontrarse a sí mismo y a su lindo sombrerito gris.
Una beleza este texto, verdaderamente hermoso!
ResponderEliminarmuchas gracias!
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