jueves, 27 de septiembre de 2012

Dicen las canciones


Natalio Ruiz perdió su sombrero. Nadie lo encontró por mucho tiempo y Natalio envejeció buscando inútilmente su digna cobertura craneal. El piano lo creó, lo creó  con un pasado donde él tenía un sombrero gris, pero en su creación no lo tiene; no solo eso, si no que como si fuera poco, él también se perdió, aparentemente con su sombrerito. ¿Y qué me dicen de Elmo? Por generaciones, detestado  o ignorado simplemente por el karma de su apellido, Lesto, que conjuntamente con su nombre desencadenó los más injustos prejuicios.

La historia de la música está llena de reveses o cabos sueltos, pero son tan deliciosos que la hacen mística, completa. Esas puertas abiertas, de madera añeja ya, crujientes y llenas de telaraña de viejas épocas pasadas, personajes escapados de la gloria musical de genios compositores. Fermín con sus manos que no paraban de girar, sus tristes sueños llenos de aserrín, y su abandono en el hospicio, pudo bien haber sido un gran amigo de Natalio. Esa alienación, ese no saber de dónde vienen, que su vida dure unos tres o cuatro minutos y al mismo tiempo para siempre, los convierte en seres tan reales como el que más y simultáneamente, intangibles.

Las redes de la música, los seres creados, la belleza que se desprende de cada historia musical, un flaco de rulos como Pepe Luí escapando hacia su estación Eduardo VI, para encontrarse con la hermosa Prudence de Los Beatles en quién sabe qué maravilloso lugar; las preguntas aguijonadas y chocantes que se hizo por años Pink de The Wall, sin respuesta, dentro ese muro alienante.  O mejor, Alicia, en su mundo ficticio, donde todo es lo que no parece y nada es lo que aparenta, donde Su Señoría manda y los demás callan. Las canciones, los temas, crearon tanta realidad como ficción, al mismo tiempo. Los músicos crearon vidas y estas no mueren en ese instante que dura la canción. ¿Por qué no echarlas a andar, a recorrer este mundo, que también tiene sus ficciones disfrazadas de realidad? ¿Por qué no asumir que están vivos y que nos miran, tal vez con pena, tal vez con envidia o con amor?

Porque creo que un ser como Don Leopardo sentiría la ira de la opresión y nos incitaría al despertar, a revolear todo al carajo. Pero un ser como la ya mencionada Alicia, de tanto tomar su rico té de peperina, no tiene más remedio que ser tranquila y calmada.  Y es que las historias se unen, se enhebran, se entrelazan y abrazan, se besan y se separan, parten a otros nudos, bifurcaciones y nuevos horizontes. Los personajes esos, como un montón de muertos pobres que danzan al compás de la locura musical de sus creadores, nos llenan con su sabiduría, la sabiduría colectiva, la del compositor. Y así para siempre, entre el aliento del triste y enamorado Jude y la rabia del Sr. Cobranza, entre el loco kamikaze que en barro se bañó, tal vez, o tal vez no; entre Laura y Ana, hermanas eternas, salidas de los rulos del Flaco, los mismos que tal vez inspiraran a Pepe Luí a venir al mundo, entre la incongruente alegría de Sgt. Pepper y su loca banda de los corazones solitarios, entre toda esa mezcla de seres, alter-egos y locas creaciones del destino, respiremos un poco de sabiduría.  Tal vez así, en menos caos, Natalio Ruiz al fin pueda encontrarse a sí mismo y a su lindo sombrerito gris.

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