jueves, 27 de septiembre de 2012

Destino

Evaristo fue quien decidió que no iba a trabajar mas en la fábrica. No fue una de esas decisiones que se toman a la ligera... Lo estuvo meditando toda la semana; en el baño, en el mate de la mañana, en la parada de colectivo, en el tren mientras el traqueteo de la antigua maquina se fundía con las ajenas charlas que lo rodeaban.
Fue a la mañana cuando dejó el trabajo, presento su renuncia, y sin mas se fue, se fue, se fue. 
Se fue a donde nunca había ido, a navegar en lo mas profundo de su mente, a fundirse entre los brazos de la madre naturaleza. Tomo el primer colectivo que vio, casi en trance. Recorrió las mismas calles que había recorrido a lo largo de su vida de obrero, pero ahora era diferente... estas calles ya no conducían al encierro, al humo y a la opresión; conducían a la libertad, su libertad.
Después de un indeterminado plazo de tiempo, llegó a la estación de ómnibus, entro por la puerta corrediza como el resto, buscando lo mismo que todos los que entraban y salían de ese lugar: Destino.
Sur, norte, este, oeste... Posibilidades infinitas, mundos paralelos, destino y mas destino. Fue Villa la Angostura quien fue elegido por Evaristo para portar su futuro. Una tierra fresca, natural, con espíritu joven y sin fábricas.
 Esperó unos interminables 5 minutos, sentado junto al rebaño en los asientos en mal estado de la estación, observando los detalles de las personas. El tic del señor de la derecha, el pie chueco de la vieja de al lado, el mal aliento de la chica del frente. Dieron las 2:15 cuando la voz arenosa del altavoz convocó a Evaristo a la parada numero 5. Subió sumisamente con su mochila gris, sigiloso e imperceptible. Durante el viaje no hubo nada pertinente, solo paisajes vacíos y algunos pueblos de ruta, de esos en los que uno para a cargar nafta y a usar el baño.
Cuando llegó a Villa la Angostura, la "aldea de montaña" deslumbró sus sentidos. Arboledas que escalaban las montañas buscando la inalcanzable cumbre, aire fresco y puro, cielos azules delineados por algunas nubes esponjosas, el sonido de la fauna en los oídos de la gente, calles de tierra, y lo mas sorprendente para  el porteño Evaristo; interminables lagos.
Cuando finalmente bajó del colectivo y tuvo el primer contacto con esta nueva tierra, ese especie de trance en el que se encontraba desde ayer a la mañana, desapareció. Sus pasos que antes se deslizaban por el suelo, ahora ya tenían su peso regular. Cierto fue, que la estación lo desanimó un poco, pero las montañas lo reconfortaron. 
Busco un hostel en el cual hospedarse. No necesitaba mas que una cama, un baño y algún lugar donde complacer al estómago. Encontró un lugar a buen precio, donde la mayoría de los clientes eran veinteañeros en busca de risas y felicidad. Fue a su nueva habitación, se duchó y meditó un par de minutos sobre que iba a hacer ahora que finalmente era libre. El resto del día solo dio lugar a una larga siesta y a una sopa instantánea.
A la mañana, junto a su fiel mate, recorrió de arriba a abajo la cocina compartida. 
De repente, le cayó la ficha. Su nueva verdad lo asustó.
Estaba solo. Sin darse cuenta, su prisión no había sido ni la fábrica ni la ciudad, sino su soledad. Fue su soledad quien lo aisló y lo puso en su contra, oxidó su mente y acortó su vuelo.
La soledad lo había seguido cientos de kilómetros, y lo seguiría mil de ser necesario.
 Evaristo se dio cuenta que su libertad no era nada, si no tenía con quien compartirla.

Motivación

Motivación

Estoy tranquilo sentado en mi escritorio, cuando pienso que un hilo es lo más suave que puede existir aquí, luego mi memoria se aclara y nada parece oscurecer. El deseo se acerca y lo único que quiero es volver a recordarte, víctima de un remordimiento tan doloroso que fue una sola creación de una miserable ilusión.
Es verdad que a veces soy inestable con respecto a mis sentimientos creo que todos los somos, ya que básicamente el problema es encontrar un equilibrio entre el interior y el exterior de la persona. Nada parece costar cuando solo se trata de expresar, el problema es cuando uno mismo se pone a pensar, general mente la gente que esta perdida por decirlo de un cierto modo, es decir sin ningún tipo de motivación o sin nada que hacer es la gente que más se pone a pensar y a reflexionar las cosas que tienen mal. Esto pasa por que tienen mucho tiempo libre, por eso a mi entender y mi opinión personal es que hay que tener motivaciones gustos e intereses por cualquier cosa.
Yo práctica mente no tengo muchas motivaciones y tengo mucho tiempo libre, sin embargo me gusta pensar muchas cosas, pienso tanto las cosas buenas como las malas, a veces lo uso como un momento para descargarme o simplemente algo entretenido para hacer, es por esto que les recomiendo siempre hacer algo y no quedarse en la nada misma. Recuerden que el que siempre el que siempre algo quiere hacer, quiere crecer.

Dicen las canciones


Natalio Ruiz perdió su sombrero. Nadie lo encontró por mucho tiempo y Natalio envejeció buscando inútilmente su digna cobertura craneal. El piano lo creó, lo creó  con un pasado donde él tenía un sombrero gris, pero en su creación no lo tiene; no solo eso, si no que como si fuera poco, él también se perdió, aparentemente con su sombrerito. ¿Y qué me dicen de Elmo? Por generaciones, detestado  o ignorado simplemente por el karma de su apellido, Lesto, que conjuntamente con su nombre desencadenó los más injustos prejuicios.

La historia de la música está llena de reveses o cabos sueltos, pero son tan deliciosos que la hacen mística, completa. Esas puertas abiertas, de madera añeja ya, crujientes y llenas de telaraña de viejas épocas pasadas, personajes escapados de la gloria musical de genios compositores. Fermín con sus manos que no paraban de girar, sus tristes sueños llenos de aserrín, y su abandono en el hospicio, pudo bien haber sido un gran amigo de Natalio. Esa alienación, ese no saber de dónde vienen, que su vida dure unos tres o cuatro minutos y al mismo tiempo para siempre, los convierte en seres tan reales como el que más y simultáneamente, intangibles.

Las redes de la música, los seres creados, la belleza que se desprende de cada historia musical, un flaco de rulos como Pepe Luí escapando hacia su estación Eduardo VI, para encontrarse con la hermosa Prudence de Los Beatles en quién sabe qué maravilloso lugar; las preguntas aguijonadas y chocantes que se hizo por años Pink de The Wall, sin respuesta, dentro ese muro alienante.  O mejor, Alicia, en su mundo ficticio, donde todo es lo que no parece y nada es lo que aparenta, donde Su Señoría manda y los demás callan. Las canciones, los temas, crearon tanta realidad como ficción, al mismo tiempo. Los músicos crearon vidas y estas no mueren en ese instante que dura la canción. ¿Por qué no echarlas a andar, a recorrer este mundo, que también tiene sus ficciones disfrazadas de realidad? ¿Por qué no asumir que están vivos y que nos miran, tal vez con pena, tal vez con envidia o con amor?

Porque creo que un ser como Don Leopardo sentiría la ira de la opresión y nos incitaría al despertar, a revolear todo al carajo. Pero un ser como la ya mencionada Alicia, de tanto tomar su rico té de peperina, no tiene más remedio que ser tranquila y calmada.  Y es que las historias se unen, se enhebran, se entrelazan y abrazan, se besan y se separan, parten a otros nudos, bifurcaciones y nuevos horizontes. Los personajes esos, como un montón de muertos pobres que danzan al compás de la locura musical de sus creadores, nos llenan con su sabiduría, la sabiduría colectiva, la del compositor. Y así para siempre, entre el aliento del triste y enamorado Jude y la rabia del Sr. Cobranza, entre el loco kamikaze que en barro se bañó, tal vez, o tal vez no; entre Laura y Ana, hermanas eternas, salidas de los rulos del Flaco, los mismos que tal vez inspiraran a Pepe Luí a venir al mundo, entre la incongruente alegría de Sgt. Pepper y su loca banda de los corazones solitarios, entre toda esa mezcla de seres, alter-egos y locas creaciones del destino, respiremos un poco de sabiduría.  Tal vez así, en menos caos, Natalio Ruiz al fin pueda encontrarse a sí mismo y a su lindo sombrerito gris.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Días

Quiero sonreír al sol. Quiero  que la luz choque contra las doradas pieles de la gente, mientras todos rebozan de felicidad plena armonía.
Desafortunadamente la vida no es así todos días, y la sonrisa no sale naturalmente, y el sol no choca contra las doradas pieles. Están esos días mierdas, lisa y llanamente mierdas, en esos en los que nada sale bien y parece que las personas, el clima y hasta los muebles conspiran en contra tuyo. En esos en los que te gustaría poner pausa y detener por un segundo el tren de la vida. Da la casualidad que en esos días todo puede cambiar de rosa a negro en un segundo; una  pequeña broma puede convertirse en el peor de los insultos,  y cualquier canción común y corriente puede hacer que te sientas súper identificado.
Pero días dorados, si los hay. Los mejores días son los espontáneos, donde no tenias puestas ningún tipo de expectativas y al final, todo fluye. Las cosas salen solas, sin ser buscadas, sin ser inventadas, porque, al final de cuentas la vida solo sucede, quieras o no.  Por eso mismo, no pierdas tiempo en pensar que tan bueno va a estar el verano… piensa en el ahora, piensa hoy.
Después de todo, ¿quien dijo que hoy no fue un día dorado?

lunes, 24 de septiembre de 2012

Comunicación incomunicada

A veces le ataca un pánico, un reflejo del aislamiento que sufre. Ese estar conectados continuo, que es mentira, que es arenisca en el viento. Las pantallas, pinceladas brillantes entre las miles y miles de casas que se sobrevuelan en la ciudad nocturna. Lo mata el saber que es mentira, falacia insuficiente; parece ser cierto, parece seducir, el inmediato saludar, la casual risa del chiste leído. Pero no, en el fondo todos saben, él sabe que estamos solos en nuestros rediles, en nuestros alienados reductos, proyectando pulsiones eléctricas que viajan a través del improbable y de redes abstractas que no logramos entender, hasta la pincelada brillante de alguien más.

Pero lo demás, ¿dónde está? El dulce contacto, el conocimiento de la piel tibia y suave, o fresca y húmeda después de un baño en el verano dorado. El aliento cálido danzando volutas en la estrellada noche a la luz de las llamas, fogata cósmica entre vos y yo. Entre vos y yo, nena. Él necesita esa exploración juguetona, naif, de acariciar cuidadosamente toda la extensión de la belleza. Y así es como de verdad nos comunicamos. Un traspaso de sensaciones interminable, vibraciones musicales, las corcheas y negras y claves, sostenidos y bemoles, una armonía difusa y encantadora, que nos enloquece y nos bulle en la sangre, nos hace bailar frenéticos, inhalando el aroma de humos rituales, el gusto compartido de amargas infusiones. La letanía de llantos y risas compartidas, una poesía recitada en voz baja por cientos de gargantas hartas de la alienación de las pinceladas brillantes.

Ellas, las pantallas, la forma de comunicación más rápida, letalmente rápida. Rápida y superflua. Las pantallas, pinceladas brillantes de un mundo borracho en tecnología, decadente en el hartazgo, derrumbado entre la podredumbre de miles de brillantes metales y botones, ellas son las responsables. Y nosotros, por abrirles nuestro ser, invitarlas a volcarnos en ellas. Porque sí, las pantallas pueden ser buenas aliadas, pueden llegar a Siberia o a cualquier lugar remoto. Él sabe que puede hablar con su sureño lugar en el mundo, o con el norte, donde su amigo vive. Puede volar virtualmente por todo el mundo, y eso es fantástico.

Pero él es plenamente consciente que la comunicación verdadera y pura, es la del contacto, la de la vibración y la ductilidad táctil, la de los suspiros contenidos y las ansiedades satisfechas, la del caliente amargor del mate bebido y compartido, degustado y devuelto. Que la comunicación pasa por mirarse a los ojos y nadar en pupilas oscuras y seductoras, frescas y brillantes que invitan a perderse en la locura del ser humano que vive detrás. Sabe que esa es la comunicación, tomarse las manos y acariciar los cabellos, sonreír y no transcribir risas y sonidos que jamás serán leídos como fueron expresados. Mostrar los dientes y reír con los ojos. Eso. Él sabe, yo sé, que comunicarse es lograr Ser, en comunión con los demás.

jueves, 20 de septiembre de 2012

La Pintora


Un temblor la recorrió, suave desde la sien al pecho. Sonrió con ganas, como asumiendo que quedaban pocas risas. Dibujó un arco y unas líneas sobre la pared gris de su vida. Le puso el color del ámbar, de la amatista, de la aguamarina. Tiznó con carbones sus ojeras marchitas, sombreando bordes y trazos con arte desgarrador, tremendamente expresivo, ahondando en sus emociones azuladas.

Mientras el arte fluía, casi histérico de sus manos tristes, delgadas, casi solo una sutileza, algo etéreo, su pensamiento cabalgaba salvajemente por las mareas de sus ganas de correr libre. Su avidez de libertad era tan fuerte que le dolía en los huesos jóvenes. De golpe, la locura, la manía de la perfección, naturalmente inalcanzable la atacó. Loca, tachó todo el arte que había vertido en su pared, arruinando la obra, llorando rabiosa, histérica. Otra ola de sentimientos encontrados, otra marejada de confusión emocional. O soy feliz, o todo se me escurre de las manos como gotas de arroyo. Siento que, o bien respiro la luz y ella me ilumina, o bien alguien desliza un paño sobre mis ojos, opacando mi futuro, mi proyección.
No te preocupes, ya no le des más vueltas, le habían dicho. Está todo bien, es un momento, le susurraron entre sollozos compulsivos. No llores, ya no sé que decirte, Helena. Basta Helena, ¿no te das cuenta que estás pintando hermoso? No ves que el sol está ahí, sobre esa lomita. Que hay pastito, que hay árboles y una fresca luz sobre el agua. Estúpida, si, ya sé, soy una estúpida. Basta Helena de decir así.
No.

No me detengo. La pintura emana de mi mano, pero mi pensamiento emana de mi pena. Soy un penar, un lamento boliviano vagando por la estepa montañosa de mis desiertos interiores. Soy el resto de una gloriosa marea que trajo peces pero que nunca más regresó. Pinto porque sé pintar, no porque sienta que pinto. No me fluye más el ser en la pintura, no estoy vertiendo mi Yo ahí. Quiero poder beber mis lágrimas, sería como beber mi espíritu diluido, los vestigios que dejó esta guerra emocional que me desbarató, igual que se desbarata un plan maligno, o un castillo de cartas. Cómo me gustaba hacer castillos de cartas. Naipes le decía el abuelo… si será gallego. ¡Basta Helena! ¿Basta qué? ¿Qué mierda es basta? ¿Es que en tu hartazgo no ves que me estoy desgarrando, que me lleno de la basura tuya, de la de él, de mi propia basura? ¿No ves que estoy tratando de construir una pared con mi espíritu pero lo bebí en mis lágrimas, y era tan puro, tan hermoso que lo vomité, hasta la última gota? ¿Qué ahora mi cuerpo, vacío, pura cáscara, hojas de otoño, ya no soporta ni siquiera la sombrita, ni siquiera la sombrita más chiquita, de lo que yo quise ser? Soy el epílogo de una novela de terror, escrita por el más inepto de los escritores. Helena, basta, lo suplico.
No me pidas que pare. Paré cada día de mi holgada vida, tan llena de vacío que me echo a temblar si la pienso. Tan llena de seguridades y de cosas hechas, de plástico, tan llena de plástico que quiero llorar agarrando mi panza si la pienso. Porque es tan pero tan puta la vida que tuve, que ahora estoy pintando, semidesnuda, cosas que jamás las sentí realmente nadando en las frambuesas de mi sangre, en mi torrente más ígneo.
Necesito la libertad negada, la inseguridad total, absoluta, el miedo que da valor, ese que te enfrenta a tu montaña; quiero pintar y saber que lo que hago es una línea que expresa seguir, no un límite triste que expresa parar.
Quiero beber mis lágrimas hasta saciar toda la sed que tengo de mí misma, porque solo así me voy a entender un poco más.

lunes, 17 de septiembre de 2012

La luz al final del túnel

Para el amor y la guerra no hay reglas, y tampoco para la vida. Solo moral; y yo no tenía de ella ni una pizca.
No me importaba, simplemente no me importaba. Muchos se escudan en no saber como, en no entender cuándo, en no captar un porqué. Yo simplemente sabía que podía, pero no me interesaba cuidar nada en este mundo.
Hice daño, y aunque nunca mentí, porque siempre fui yo mismo, sin esconder mi ignorancia, mi falta de alma (porque de eso se trataba), herir sabiendo es quizás uno de los errores más grandes de la humanidad.
Fui una persona casi sin corazón, aunque supongo que algo tenía porque ahora saco a relucir un poco. Sí, tenía el minimo para saber que lo que hacía estaba mal pero no suficiente como para que me importara que lo estuviese. Entendí, luego de mucho tiempo que parte me lo habían robado cuando era chico y parte lo había dejado tirado a un costado del camino, por no aguantar el dolor, porque el corazón cuando no calla, grita.
Nunca extrañé esas partes de mí que abandoné, hasta que apareció ella, y no interesa quien sea ni de donde venga ni a donde vaya, lo que importa es que me cambió la vida con tan solo amar como ella lo hacía: a cada parte del día,a cada ser y a cada momento. Se metió en mi cabeza y me hizo apreciar por primera vez en mucho tiempo hasta a la más infima roca, suave brisa y leve rayo de sol, amaba cada hoja de cada libro y cada ficha de ajedrez. Sostenía que su vida no era suya, su vida era libre; capaz entiende mejor que nadie que cada persona que se cruza por nuestro camino nos cambia, nos suma. Y yo nunca lo entendí. Hasta ahora, ¿no? me gusta creer que quizás soy capaz de entenderlo, que estoy un pequeño paso más cerca de ser como ella, si pudiera llegar a serlo alguna vez.
Yo luché toda mi vida contra mi mismo, y no me importa lo que me digan, las historias siempre terminan bien. Nunca es demasiado pronto, ni demasiado tarde, la vida está hecha para que todo calce, vaya con nuestro plan o no. Yo creí ser un desalmado, tan solo para luego darme cuenta de que todos tenemos un alma, y que es lo único que trasciende, con lo cual mejor tenerla clara, y llena de luz, porque es lo que brillará en un túnel para alguien más. Su luz brilló en la oscuridad para mí.
Su luz era esperanza pura, era fe completa: nunca había sentido, tan solo importaba el hecho de saber que esos sentimientos existían, que valía la pena la eterna espera. El amor es tan fuerte que se nos pega en la piel aún sin poseerlo alguna vez, sin llegar a sentirlo o sin ser correspondido. Y yo me transformé, quizás con la metamorfosis más profunda y doliente, la más feliz también, que es aquella en la que la luz te inunda y no queda nada:. solo plenitud y entrega, sin sombras que disfracen ni males que desgarren.
 -Vivirás de nuevo, una y mil veces, porque las marcas de los cambios, de las crisis, de las transformaciones son el palpable recuerdo de lo que te hizo sentir vivo- me dijo cuando vió mi temor por lo perdido, por el tiempo subestimado. Miré en sus ojos profundos, marcados por las cicatrices ajenas, por el dolor no propio, por lo inalcanzable y aún así, tan claros, como un mar, tormentoso y lleno de furia pero con calma eterna, con naturaleza propia ¿Cómo no perdonarse  al ver cuánto ella desea lo que tuvimos y ama lo que nunca va a poder tener? Qué irónico que la muerte amara más a la vida que la vida misma.

Flor

El tiempo no se elige, el tiempo no se decide.




Quizás son mis memorias, los únicos testigos que me recuerdan que tan rápido pasó el tiempo. Acaso no fue ayer, cuando jugaba en la vereda? Acaso no fue ayer, cuando un helado era la felicidad misma? Quiero saber a donde van esos recuerdos felices del ayer, cuando todo era fácil. Cuando todo era luz.
Los cambios fueron repentinos, no me dejaron acostumbrarme a las nuevas sombras y luces. A veces, solo a veces, me gustaría olvidarme de todos los recuerdos nostálgicos para poder avanzar sin mirar atrás, sin detenerme a observar como se fueron los años.
Ahora que me encuentro en el ocaso de mi vida, me gustaría caminar una vez mas por sus senderos, que solo van en un sentido. Me gustaría haber dado ese beso, quedarme esa noche, haber disfrutado ese verano. A esta edad, lo mas doloroso son los arrepentimientos, los proyectos inconclusos, las ilusiones de la infancia.
A pesar de todo, agradezco. Agradezco a la naturaleza por hacerme su hijo, agradezco al mundo por haberme dejado vivir en él, agradezco al sol por salir cada mañana.
Agradezco a la vida.
En un punto en el que todo tiene y no tiene sentido a la vez y donde ya es tarde para la mayoría de las cosas, puedo decir con mucha seguridad que, a pesar de todas las sombras, todo valió la pena, absolutamente todo.

De esencias y reflejos

El reflejo, que cosa rara, eh. Parece ser algo, de hecho es igual a nosotros, o a lo que sea que se refleje. Pero... no tiene esencia el reflejo. Es una apariencia, y si los reflejos son apariencias, ¿por qué es que la gente se fija tanto en sus reflejos?

Porque nada ES si no tiene esencia, porque la esencia de LA ESENCIA es el SER. Lo que nos permite ser es nuestra esencia, y hay que cultivarla, no abandonarla. ¿Por qué? Porque nos convertimos en reflejos y entonce parecemos, no somos. 
Pero y claro, ¿no te das cuenta, che? El punto perfecto no existe, el balance, ¿para qué? Todo debe ser volcado a la esencia, eso creo yo.
Las apariencias casi nunca dicen la verdad, porque la verdad es hermosa y universal, tiene esencia. No parece nada, o mejor, parece lo que cada uno elije. Pero el trasfondo de la apariencia, lo que encierra y contiene, sí es igual para todos.

El reflejo es mentira, rompamos nuestros espejos.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Dibujos de Pablo Bernasconi


 

 Les quería compartir estos dibujos, que me gustan mucho de este dibujante, un grande, Pablo Bernasconi. Tienen la re onda los dibujos, texturas re copadas y el estilo en general es muy original y atractivo. Chusmeen un poco.


Alcanzando el abismo

Desde siempre camino al borde del abismo. Pero me atrevo a regocijarme con él ya que lo voy alcanzando con cada inhalación de aire puro. Lo rozo hacia su virtud inefable; blanco como un ocaso eterno. Lo vivo y lo muero. Me desintegro: soy él; ya no soy yo. Ya no tengo nada de mí más que una rosa etérea.
Camino alcanzando el abismo.

Desunión

Desunión


El mundo que no veía era el que la había atrapado. Era tan fugaz, que ni siquiera sospechaba de su peso, o su textura. Eran unas rejas letales, que anidaban dentro de su ojo, pero se expandían cubriendo toda su persona. Ella, débil y sumisa en su fragilidad, tenía todos los tintes del otoño.  Su pelo anaranjado, como hojas secas de ñire; sus ojos transparentes como un río helado; su piel dócil y porosa como la arcilla en la laguna; y su sien firme pero dúctil como el aire corriendo por los riscos.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Dedos

Fue súbito, inesperado, pero letal. Un día comencé a pensar con los dedos. Tanto usarlos para escribir, para pulsar las cuerdas de mi guitarra y para escarbar entre las estrías montañosas de los recuerdos que empecé a pensar a través de ellos.
O mejor dicho, ellos comenzaron a pensar por mí. Cobraron una fuerza propia, un poder de decisión, de razonamiento inverosímiles. Me cercaron entre todos, se dieron vuelta y me señalaron, me rasguñaron la cara, me clavaron sus odiosas uñas en el rostro y me arrancaron los párpados. Quedé ciego mientras mis dedos me atacaban y me pensaban. Porque ahora ellos eran los que tenían completo domino sobre mí y mi mente era un torbellino descarriado que solo percibía sensaciones táctiles, porque eran ahora ellos, Los Dedos, los que veían por mí, y lo que veían era mortal, era sanguinolento y feroz. Y me atacaron salvajemente, poseídos por una ira, un odio impropios de mi mismo cuerpo. Ellos me veían, me sentían, y no eran yo. Las cuerdas de mi guitarra saltaron, hechas jirones de nylon y metal y la madera se astilló, mientras Los Dedos, sistemáticamente destrozaban todo lo que yo amaba: mis discos, mis plantas, mis instrumentos, mis escritos, hoja por hoja, memoria que fluye hacia el ocaso del olvido. Y cuando ya no quedaba nada por deshacer, porque todo era obra de ellos, cuando ya todo era un vano recuerdo espeluznante de la rebelión de mis dedos, ahí en ese instante de tensión, de expectación, mis dedos me arrinconaron contra una esquina de mi habitación y se cerraron en un último segundo definitivo, sobre mi garganta, que no cesaba de aullarles a las injusticias de los cuerpos desnudos.

Fragmentos

Observá la altura, ¿qué tan lejos ves? Mirás y odiás, sin preguntarte jamás: ¿qué tan lejos ves? Y cuando en el segundo definitivo, cuelgues ausente de mi espejo, y las preguntas resbalen muertas, entonces y solo entonces es cuando yo, en la más tormentosa y angustiosa de las soledades, voy a correr, perdiendo jirones de mí, hasta la altura, y ahí voy a gritarte para siempre, ¿qué tan lejos ves... ahora?


Me gustaría que, si tal vez yo pudiese tomar el sol con mis manos, la energía que se desprendería pasara a través de mi cuerpo hasta hacerme flotar por entre los árboles de tu abundancia. Y viajar por los océanos de este mundo hasta encontrar una isla donde morirme mirando un ocaso eterno.


Sol Padre, Tierra Madre, gente hijos. Si gente hijos, gente hermanos; si gente hermanos, no guerra, no discriminación, no odio: gente Paz. Si gente paz, gente feliz.


Yo corté una hoja. Hoja, pedazo de mi mismo. Hoja, esencia de algo que no sé qué es. ¿Y cómo es que te amo tanto, hoja, aunque ni siquiera te conozco? ¿Sabés por qué, hoja? Porque cuando escribo en tu superficie me forjo a mí mismo. Hago mi esencia.






jueves, 13 de septiembre de 2012

Melodía nómade


¿Quién es el redactor de este mundo? ¿Quién vibra dentro de las partículas de luz, arrastrando traumas de la más espesa cansinidad, como torrentes de petróleo? Y por qué.
¿Por qué la música me vibra en los dedos del pie, en mis cabellos? Se me instala entre las manos, arrugando mi pergamino de sucesos, la historia divina de un pueblo ancestral y nómade ahogado en la derrota del olvido, la seca estepa.

Me surge como risa azul entre el púrpura de mis ojos. Ese redactor, esa musa incansable vibra y expele toda su pureza en las notas más salvajes de un instrumento desconocido. Amamanta la Tierra con sus sonidos de guerra, violentos de tangos furiosos, amor encendido en el retazo de un atardecer inextinguible. El mismísimo fuego del sol quemando las velas de los barcos anclados, de ciudades enteras perdidas en los cimientos de los océanos turquesas. Un paraíso húmedo. La fibra de nuestra esencia, el exacto nudo de la vida.

¿Quién, quién puede hacer que exista, o que no? ¿Que muera, que renazca, y una y mil veces se regenere, multiplique, sinfonía eterna de años antiquísimos llorando las tristezas y amarguras de este mundo viejo?

Manos. Las manos.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El amanecer

Deshilachado, deambuló amargamente, un derrotero eterno entre puestos de antigua kermesse oxidados y arrumbados en los rincones de una feria de locuras.
Suaves y diminutas gotas de rocío impregnando el ambiente lo hacían estornudar de a momentos, adhiriéndose con su inmaculada humedad a sus pensamientos que, ya de por sí fríos, se helaban en contacto con el agua.
Sus lágrimas, en cambio, ardían con su piel, y contrastaban con sus ojos furiosos y sombríos. Se detuvo y ahí, en la soledad aplastante, parado en medio de la inmensidad del universo, contempló asombrado, la pura belleza de la naturaleza, que iluminaba todo. El amanecer hizo su magnánima entrada al mundo, coloreando todo lo que él había observado hasta entonces con el aburrimiento de quien mira a través de un prisma gris la vida.
Vibrantes tonos y matices se dispararon en todas direcciones, hiriéndole los ojos, aquellos ojos que ya estaban lastimados por lo que habían visto, por lo que se habían acostumbrado a vivir. Incapaz de soportar tanta belleza y grandiosidad, cayó de rodillas, con la boca abierta, el sentimiento de gratitud infinita brotándole del pecho en hondos suspiros, como manantiales de abstracción compacta fluyendo de su centro, la mirada haciendo titánicos esfuerzos por abarcarlo todo, por no perder ni un solo detalle de la impresionante visión, y los senderos de lágrimas cabalgándole  libres por todo su rostro.
Totalmente sobrepasado por las imágenes de las que era testigo, sollozó en silencio, con intenso deleite, disfrutando profundamente cada una de las nuevas lágrimas, lamiendo el rocío y bebiendo su llanto, consciente de que la vida le estaba mostrando otra cara, aunque solo fuera por unos pocos minutos más.
Y él, que nunca había visto tanto color, él que jamás había sentido el calor del Padre Sol bañándole la dignidad, que tampoco había sabido beber del llanto de otros, ni había ensuciado sus manos con otro barro que no fuera el de su vida, que jamás había podido amasar su propia vasija, él, que no había podido disfrutar de todas esas cosas, fue eternamente feliz.

Sweet bongo

Hola personas! les dejo este lindo tema compuesto en esta linda mañana para cantar lindas armonías. Disfruten! Sweet bongo

martes, 11 de septiembre de 2012

Desolado


El cielo, la bruma, el gris, el vacío, el viento y la eternidad.
El manto que cubre los dados que marcan las huellas de inmensidad.
Los días, los años, los meses, los tiempos deshechos en que acaricio
los surcos de tu persona, tus claros nombres como ficticios.
Y es todo que dice algo, que tiene poco, que quiere nada.
Y es bueno que pasajeros como dos ojos hagan mirada
las notas que inventamos para vivirnos, ensangrentadas.
Que el velo se hace de mármol y no del hierro de las palabras.

Los buenos, los malos, los otros, nosotros diciendo caducas cosas.
Las veces que descontadas eran las manos de olor a rosa.
Me pienso, me nutro, me digo, me visto de piel, brazos, voz y pelo.
Ansío que la respuesta se haga de nieve o de sol primero.
Todos los nuevos cristales mostrando el cruce que ya no veo
de los misterios de nuevo, de tu silencio, vivo e inmerso.
Hay veces que en cada vuelta encuentro distintas las mismas voces
 Y luego si se repiten veo que tenían variados roces.

Que un viento detenga todo, que sea desbocado y sediento.
Que el grito desgarre al verso y desgarre el cuerpo, es lo que quiero.
Que los colmillos me claven y me hagan lúcido en el infierno.
Que tenga dedos para rasgar las hermosas líneas que invento.
A veces tengo tanta frustración que me pregunto quién era
Aquella persona que reía y sostenía nociones bellas.
Si a todo lo que hube amado aún le faltara un halo de muerte
Tendría que volver a atar los delirios, que este es hoy mi presente.

El jaguar y la moneda

Hambriento, el carnaval arrasó con todo. Las guirnaldas y piñatas taparon la incertidumbre de la gente. Señoras glotonas y señoritos nerviosos tropezaban con los tablones que los separaban de payasos y adivinos de feria.
En el medio del tumulto, una niña de ojos verdes, pelo café y vestidito celeste, halló una moneda. En su mano se encontraba enorme y pesada. Contempló lo que ya intuía hace un rato: aquella feria largaba una alegría demasiado asoladora para una niña tan frágil como ella. Guardó la moneda y se dirigió a la carpa de su padre, el ilusionista.
Cuando entró, el espectáculo ya había comenzado. Hoy tocaba “La caminata por la jungla”. Se asomó por entre el público y al instante su padre la reconoció y le guiñó un ojo. Los primeros helechos y rocas húmedas ya estaban construidos, y comenzaban a saltar las ranitas rojizas. La niña de ojos verdes se divertía más mirando las caras de la gente, que la ilusión creada, que conocía de memoria. Algunas personas abrían tanto los ojos que parecían querer que las lianas les atravesaran las pupilas. Otros, desconfiados, buscaban el aparato que proyectara todas esas imágenes. Mientras tanto el ilusionista ponía toda su atención en aquel tucán que se abría vuelo hacia un atardecer violeta. La postal era hermosa. Había todo tipo de escarabajos, lagartos, monos saltarines y hasta un jaguar. Todos desbordando casi el escenario y rozando a la gente.
Como era la rutina, uno del público fue invitado a subir. La caminata por la jungla corría sin riesgos para el joven desgarbado que, a pesar de caminar entre fieras amenazantes, sabía que nada era real. Aún así cada tanto pegaba un salto cuando unos colmillos de pantera lo asustaban, y la gente maravillada aplaudía.
El creador de todo contemplaba satisfecho. Su selva ya estaba terminada. Mientras el invitado intentaba en vano agarrar unos hongos naranjas, aprovechó para mirar a su hija, que jugaba con una moneda. Y así como de pronto en ese mismo instante, ocurrió algo inusual. El jaguar que había estado distraído clavó los ojos en la moneda de la niña, desobedeciendo al ilusionista. Sus pelos se erizaron y comenzó a avanzar hacia ella, como hipnotizado. El mago percatado frotó sus manos intentando detenerlo, pero ya era tarde: se había vuelto real. La gente se divertía tranquila con la variante del espectáculo y el invitado estaba ya excitado, hasta que un rugido punzante mostró la realidad a todos, y cortó en seco la calma. Entonces el caos llegó a la carpa en un revoltijo de gritos, banquetas y abrigos. El jaguar seguía su trayecto hacia la moneda cada vez más enfurecido. El ilusionista que ya había comprendido que su creación había tomado rienda propia, corrió hacia su niña de pelo café, se la guardó bajo la manga y salió afuera entre el pánico desenfrenado de su público.
Una vez que el jaguar consiguió poner la moneda ante sus ojos, la carpa ya se había vaciado. Abrió sus fauces, tragó la moneda de un saque y volvió a poner sus pelos de punta. El padre y su hija estaban afuera a una distancia prudente para poder observar. Las personas asustadas estaban ya lejos rebotando por ahí. Entonces el jaguar lanzó un último rugido y se desintegró, volviendo al mundo de la ilusión.
Y aunque un poco asustada, la niña del vestidito celeste recuperó el colorado de sus mejillas. La muestra de rutina no había sido tan aburrida después de todo.
El carnaval alimentaba nuevos muñecos desesperados.

Lindas fotos

 Unas lindas fotos que encontré por ahí del sur, de la tranquila Patagonia argentina. Los lugares eran perfectos para observar, ver y respirar la poesía que hay en la naturaleza, el balance perfecto de las cosas. Las nubes cómo transcurrían suaves por el cielo que se reflejaba en los espejos de agua clara y transparente. Un lugar perfecto para dejar fluir el espíritu por la birome hacia las hojas. Salían cosas como ésta:

   A la vida hay que gastarla. Embarrarla, patearla, caminarla; respirar cada partícula de ella.
   Vivir al extremo, sin medias sombras; equivocarse y bañarse de nuevo una y otra vez en el río de sensaciones que es la vida.
   Transpirarla mientras corremos hasta quedar sin aliento, hasta ese segundo definitivo en que todo quede atrás. 
   Para morir satisfechos de beber vida. Hagamos barriletes con las nuestras, y volemos sin miedo a enredarnos en los árboles. 


   Hasta cortar con el hilo y nunca más volver.