Está colgando de un péndulo, sensaciones trenzadas que se
balancean y él cuelga de ellas boca abajo. Descontrolado, ferozmente libre y al
mismo tiempo tan encadenado a ellas. No pensó que podía amar la trenza de
sentimientos que lo ata. Pero lo hace, de hecho le sucede. Es un sinfín de
bienestar, que se mezcla con impaciencia, con gozo, con desazón, con amor puro,
con tristeza o ansiedad; ni distingue ya.
El péndulo gira holgadamente y el artístico ser corta la trenza
con los dientes y cae. Cae tan libre, y tan esclavo de la gravedad al mismo
tiempo. Tan opuesto a lo terrenal, pero tan condenado irremediablemente a
terminar en la tierra. Es increíble, todo es nada, lo que parece en realidad no
es y viceversa. Un laberinto atractivo, emocionante y adrenalínico, pero que lo
agobia si se pierde. Duda y conoce la respuesta. La esquiva y la asume.
Tiene que aprender a volar y mirarlo desde arriba. No sé, me dice mientras hace una pausa en su relato.
Ajado y al
mismo tiempo intensamente vivo me mira, y repite: no sé, siento que así voy a resolverlo y encontrarme. ¿La salida?
¿Encontrar la salida? No. No. La salida se encuentra fácil. Lo
complicado es encontrarme yo.
Yo y mi trenza desgarrada de sensaciones
pendulares
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