Brotan de mí como un torrente de llamaradas, lenguas de
fogosa materia que exudan ácido. Se cosechan por mi profundo granjero
solitario, que camina y camina por entre los mil y un enredos de mis dedos,
donde crecen con sol y con agua como briznas inevitables.
Siembra y cosecha, dijo el campesino.
Como briznas de inequívocos, dije yo.
Buena cosecha, nos auguramos juntos.
Ellas florecen en sus pinos entreverados, nacen en mi
vientre y allí se acunan entre sí. Las amanso, porque son salvajes, las
acaricio y aprendo a amar.
Enroscadas es como las encuentra el granjero. Así las reúne
y clasifica. Después es como si las regurgitara. Y después, el final.
En espasmos de agonía se debaten por salir. Atropellándose y
mordiéndose los talones ellas luchan por ser la palabra hablada, oída. Por ser
escrito y cuento, relato fugaz.
Solo algunas ganan. Son ellas, mis ensoñaciones.
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