miércoles, 3 de abril de 2013

El arte del buen cebar


-¿Vas a querer mate?


Lo miré y asentí con una sonrisa sorprendida. Extendí un brazo mientras pensaba:"a ver como son tus mates, que me dijiste que eso de no lavar la yerba es todo un arte, che".


El mate llegó, humeando, sin mucha espuma, con algún que otro palito flotando. Lo miré con sorna, convencido de que la infusión no estaba en sus mejores condiciones. Sin embargo, chupé un buen sorbo y saboreé.  Mientras el amargo sabor bajaba por mi interior calentándome el alma, se deslizó de mis pensamientos un "¡hijo de puta, qué buen mate!". Es que a pesar de la apariencia, que no era fea, pero tampoco despampanante, este mate tenía un no-se-qué, delicioso, perfectamente equilibrado y con mucho carácter, una verdadera obra de arte, con todo el espíritu del cebador vertido ahí, en esos pocos espacios, con inmensa dedicación y cuidado.


Me volví para devolvérselo, al
tiempo que disfrutaba de los últimos restos de la infusión que bajaban por mí. Él, maestro silencioso del arte, me miró y, absolutamente conocedor de la respuesta, me preguntó con una sonrisa, mezcla satisfacción con picardía:
-¿Y, cómo estaba?

Perfecto estaba.

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