domingo, 28 de abril de 2013

Revolución de los sentidos


No me digas nada. El otro día descubrí que podía hacer cuanto yo quisiera. Y no me digas nada, que no se puede, ni nada de nada. Solamente callate, sentate ahí en la cama y mirá. 
Abro la mano, y de pronto estoy saltando por las cumbres de las montañas de alguna cordillera, no importa si son los Andes, el Himalaya o cualquier otra. 
Cerrás los ojos, quebrás las hojas y ya no estoy más corriendo por las nieves eternas. No. Estoy nadando en el océano y puedo atravesarlo diestramente, sin equivocar el rumbo, sin dejarme arrastrar por corrientes y vientos. Lo puedo recorrer cuantas veces yo quiera. 
Y sí, otro chasquido de párpados que se cierran lánguidamente y me observás con asombro, corriendo por entre los troncos poderosos de la jungla africana, saltando matas, colgando de lianas, luchando con felinos más grandes que el gato que acariciás mientras te reís fascinada por cómo corro entre el follaje verde.
Otra secuencia: estoy construyendo el muro más alto del mundo, piedra sobre piedra, argamasa de idéntico gris matiz.  El muro se alza impávido y no se asemeja a nada que hayas visto antes. Está ahí, entre vos y yo y apenas alcanzas a ver mis manos laboriosas mientras cierran más y más la pared que nos va a despedir. 
Otro chasquido, pero no cambia nada. Lo hacés otra vez, y de nuevo. Nada. Estás ciega y no ves más que lo que es evidente. Ves las lapiceras, ves los pinceles y la cama. Pero no ves el arte ni el perfume a amor que exhalan las sábanas. Y aunque tratás y tratás, ya el truco se acabó, porque la pared es alta y es fuerte. Gris y perfectamente lisa, impenetrable. No te asustes, me escuchás decir, un murmullo apenas que se quiebra y serpentea por entre las juntas de las rocas. No te asustes, es solo una ilusión, te explico yo.
Estallido y paciencia, un Buda sentado entre los escombros y la luz que baña el centro opaco de tus ojos. Ojos amarillos, porque la pena del deshoje está en el aire y es otoño. Ojos y hojas, ya sabés vos cómo es. La pared desnuda me atraviesa de lado a lado, puro colgajo de sangre y carne y materia descompuesta. No os preocupéis, trato de calmaros en un inexplicable arrebato de castellano antiguo.
Me repongo. Reconstruyo el entramado de mis tejidos y fibras, el cuerpo se rearma, como una inesperada secuencia fílmica con aires chaplinescos que retrocede. Espantoso y genial al mismo tiempo, el brazo, mis costillas, todo retorna a su sitio. No entendés, no creés, y me río de tu cara de recelo, o temor, o no sé qué. Me río bien, francamente divertido y trato de explicarte. Puedo hacer eso, puedo recomponer todo mi cuerpo, puedo destruir cualquier pared y sus aristas no me importan. Mi Todo se hace añicos pero ya sé dónde va cada pedacito, cada minúsculo pedacito. Seguís con tu mirada desconfiada. Es así, desde que lo aprendí, puedo recomponer mi Todo siempre que lo necesite. Te miro fijo a los ojos y te hago reír, me mirás y te devuelvo una melodía que atraviesa tus pupilas oscuras. Toco la guitarra que saqué de mis dientes y tus oídos solo atinan a escuchar colores y líneas, dibujos enloquecidos y la luz de la ceguera final. 
Destripo mis carnes una vez más para que veas cómo se hinchan mis pulmones, cómo bombea mi corazón. Todo lo rojo y caliente que pueda estar mi interior, te lo comparto, y lo tocás con los dedos, entre asqueada y maravillada de toda la vida que emana de mí. Te hierven las manos pero no te importa y te abrís de arriba abajo con las uñas y explotás en la luz que te contagié. En un segundo te recompusiste, asustada de tu propia genialidad; te tranquilizo y de nuevo, te abrís imitando mis pasos. Abrís la boca y salen pájaros del más allá volando entre cometas y extensiones impactantes de galaxias lejanas. Emanan barcos y flotas enteras de buques veleros y también estrellas entre tus dientes. Soplás fuerte con tu nariz y nos bañás a los dos del licor de sol, más puro y tibio que haya experimentado jamás. Te devuelvo el juego, regándote con lluvia plateada de la luna y las constelaciones de centauros y cazadores. Seguimos indefinidamente haciendo el imposible, cada vez más al límite, cada vez rompiendo más y más con nuestras percepciones de lo concebible. Me abro las carnes y fluyen ríos y cataratas de vino. Cierro los ojos y aguanto la respiración, haciendo fuerza con la mente. Me brotan más ojos en todas partes y de todos los colores. Me mirás desafiante y tomás el eje del planeta. Lo hacés girar indefinidamente en tu dedo, como una pelota y empezamos a envejecer increíblemente rápido. Las estaciones se pasan como minutos, invierno y ahora primavera, verano, otoño y de nuevo invierno y primavera, cincuenta, sesenta veces. Parás el giro y nos llevas al pasado, haciendo a la inversa. Nos vemos jóvenes y bebés, nos vemos solo una idea, nos vemos girando en los vientres de nuestras madres y lloramos de pura incredulidad de la imagen. Somos volutas de humo naranja, espeso, brillante, viajando acompasadamente por los cuerpos de negrura hermosa. 
Aburridos, volvemos. Escupo llamaradas por las orejas y me quemo el pelo. No me preocupo: me muerdo la lengua y aúllo, y al instante me brotan rulos rojos llenos de fuego. Ardo en revolución y corro por todo el mundo sin darme cuenta del cansancio. Me seguís y nos miramos divertidos. Saltamos y quedamos colgando de un brazo de la luna, y mientras pensamos qué pasó, el sol nos grita su más pura energía en las caras, ahumándonos con tanta hermosura. De golpe saltaste hasta Saturno y estás entre toboganes de aerolitos y anillos espaciales, brincando de uno en uno, recorriendo todo el sistema solar. Nada es imposible, solo aquello que no seamos capaces de imaginar, descubro yo en un rapto de lucidez. Aunque ya lo sabía, ahora lo siento como una verdad. Entonces vuelvo a la Tierra y escarbo entre las piedras y las arenas movedizas, y una civilización entera se abre a mis pies, descubriendo su sabiduría y belleza arquitectónica. Tomo los renglones de viejos jeroglíficos y los trenzo, confeccionando unas cuerdas de palabras capaces de sostener a un planeta entero. Absorto en mi tarea, trenzo y entretejo cuerdas y cuerdas, un entramado fino y bello, con formas redondeadas y escrupulosamente perfectas. Tomo los extremos del mundo y los ato con mis dedos desnudos, a veces sangrando, otras veces simplemente raspándome. Después vuelo entre nubes de algodón y brisas marinas hasta el sol, donde ato una de las cuerdas, y luego lo mismo en la punta de una medialuna de alpaca que brilla sobre un mar nocturno.  Gritás de emoción, como entendiendo mi idea, y corriendo sobre la Tierra misma empezás a girar y girar sin distinción entre el aquí y el allá, el ahora y el después, saltando entre la historia y la memoria, el genocidio y la revolución, entre islas de los mares del sur y ríos de los continentes antes acallados, ahora rebeldes. Los caimanes tratan de deleitarse con tus frágiles y hermosos pies, pero ellos son más veloces y alados, y los esquivan como un Hermes que sobrevuela las tierras de Grecia lejana e irreal. Como una bola de concentración pura, los colores de todo el universo se aglutinan en tus ojos y explotan, ola arcoíris que llega cabalgando hasta el mismísimo infinito. Morimos y renacemos una y mil veces, extasiados de la magia que descubrimos, y reímos a carcajadas entre la espuma de las olas y el rumor de las hojarascas movidas por los vientos calmos.
En plena revolución de los sentidos, entendemos y comprendemos en su totalidad el Infinito y la Imaginación, la gran batalla de realidad frente a la de irrealidad, la guerra a muerte de los grises contra los coloridos, y justo en medio de ese campo de lucha sembramos el árbol más grande del cosmos y sus semillas son más fuertes que cualquier otra que antes hayas visto o sentido. Las hojas cubren campos enteros y cada rama es como un sendero a otro mundo. Las hormigas hacen sus colonias y nosotros las cabalgamos como un imposible de hermandad animal. Aprendemos a fabricar miel y a volar en abeja, a dormir en telas de arañas bondadosas y a escribir con resina en la rugosa corteza del árbol de la Vida. Entre tanta sorpresa, tanta bella imagen, vamos dorándonos más y más a la luz del sol, somos marrones y dorados, y de mil colores, porque ahora que entendiste cómo funciona todo, ya no sos Vos, sino que te redescubriste y tenés la duda, la posibilidad entra en tu mente y germina, si sos yo, o quizás solo somos el ser del que es, el único cosmos, el Caos de la verdadera naturaleza del hombre, la pura conmoción de tener todo a tu  alcance y no saber cómo empezar, y justo cuando parece que las abejas se rebelarán y las hormigas volarán lejos, y que el otoño se acerca sin pausa; justo cuando todo parece que se va a caer en un halo de olvido o de ensueño, en ese preciso e inequívoco instante, entre convulsiones y espasmos, entre contracción y contracción, entre llanto y gritos de aliento o de dolor, justo ahí, venís a parar a esta, tu vida.

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