jueves, 9 de mayo de 2013

El oído nunca muerto


Entré al aula de música entre resignado y aburrido. Después de quince años de laburo, no es fácil disfrutar de las mismas piezas musicales una y otra vez. Sin embargo ese día mis estudiantes, según el programa, tenían que analizar una obra que jamás me canso de escuchar. Ese pensamiento me cambió un poco el humor y saludé con una sonrisa tranquila a los chicos. Después de unos minutos de charla, puse a funcionar el equipo. 
Las gloriosas notas del 1° Movimiento de la 5° Sinfonía de Beethoven escapaban de los parlantes. Mis alumnos escuchaban atentamente, siguiendo los tiempos con invisibles batutas, anotando instrumentos, formas musicales y otros aspectos relativos a la clase de apreciación musical. Yo movía disimuladamente los pies al compás de la Sinfonía, sintiendo a mi cuerpo entrar en trance con los motivos musicales y ser sometido por ese arte de siglos pasados.
Finalmente terminó de sonar el Movimiento y el silencio delató un sonido impensado. La clase entera apuntó su mirada hacia un compañero que calladamente, como escondiéndose y con los ojos muy apretados, dejaba escapar un hilo convulso de aire y algunas lágrimas, conmovido por la expresividad de Beethoven. Cuando se dio cuenta que todos lo observaban, se volvió hacia mí con sus ojos oscuros muy húmedos y enrojecidos, y aun llorando decretó:
- Menos mal. Menos mal que era sordo.

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