lunes, 24 de agosto de 2015

El cangrejo de mar

El cangrejo era un señor muy asustadizo. Levantábase todas las mañanas con la firme sospecha de que algo no andaba bien. Él era capaz de correr una por una las piedras para ver si algo salía de ellas, pero no, nunca nada salía. Dábase cuenta también de lo inexpugnablemente increíble e inusitada que era la situación: todo se reducía al propio señor cangrejo y sus propias pinzas de mantequilla.
Un día un buen pulpo amigo le sonrió con agrado. La situación no estaba para caras largas. Fuéronse al bosque de algas, adentráronse entre los corales y coláronse por los recovecos del oscuro mar. Una a una fueron cayendo las estrellas. Las de mar (lógicamente), pero no menos las de cielo.
El cielo rebotaba para ellos mismos como un espejo certero de su propia vida. Eran ellos, piso, cielo y mar.
En fin, la cuestión es que este pulpo amigo le dijo al señor cangrejo: “tuyas son la luna y el horizonte, tuyo es el fondo de los fondos todos, tuyo es el color, el ardor y las luces de alba. Sólo debes agarrarlos”. ¿Así de fácil?- dijo don cangrejo. Sep. Así de facilongo.
Al día siguiente, la mantarraya que miraba desde lo oscuro, lo escupió con su eléctrico veneno. (Es de saber que no todos poseen las mismas cualidades de veneno, diferenciándose por sobre todas las cosas, el tamaño, el tipo, el color, el sabor y la profundidad). A esto el señor cangrejo se desataba de sus propios enredos. Esta pinza es pa´sostener la piedrota, esta e´pa los leones, y esta para mi perla, perla, perla hermosa y brillante (ah, sí, el señor cangrejo guardaba esta perla y la protegía de todo mal).
Así fue como de una corriente nació un bosque de algas, de una mantarraya eléctrica nació una perla hermosa y brillante (aunque usted no lo crea), y de un cangrejo y su ser mismo nació el camino.


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