
No puedo mirarme a mi mismo. La imagen me resulta tan grotesca, insoportable. Quiero clavar una estaca en mi iris. Pero no llego. Sin embargo imagino que lo hago.
Qué fácil que es imaginar. Pero es tan asqueroso. Repudio el aire que me rodea. Es denso, como olor a muerto. Como un cadáver en mi mismo. Soy un cadáver. Una calavera. ¡Ah, pero tengo todas las respuestas! Desde aquí, sí. En la cima de la montaña.
Por suerte ya se disiparon los huesos. Ahora la nieve. Y me hundo. ¿Abajo del cerro esta el lago? ¿o acaso estoy nadando en mi propio líquido amniótico? Soy la creación. Soy el universo. Soy esa leyenda que nunca se contó. Soy barro. Pero barro con sangre. Soy pus. Soy piel quemada. Ardiendo. Soy el infierno. Soy un dios asesino. Me desgarro mi propia piel. Escarbo en mí. Nado en mi vientre, soy mi propio bebé. Soy mi hijo. Me veo desde mi mente, pero tan puro ¡ay!, tan hermoso, que me rozo apenas y me transformo en toda la luz del infinito. Esa como amarilla clara. Eterna. Nunca para.
Y me trago mis palabras. Una a una. Liebre, libertad, librería, libra. Continúo con la H. Me rasco un poco la pera y noto un lunar. Lo abro. Adentro está mi guitarra. ¡Qué buen momento para acariciarla! Pero ya no es ella: es lodo. Mi guitarra está hecha de lodo. Salen gotas disparadas en el rasguido. Notas disipadas en el rugido. Y todo calla. Calma. Calma al fin. Todo para. Soy mi propio brujo.