miércoles, 25 de febrero de 2015

Crisantemo

Mordiste un crisantemo
y escupiste el trozo, el trazo
mientras bajos los ojos se
dibujaron, tus morenas pestañas
jugaron a ser represa,
inundándose.

Sentiste lo justo y lo injusto,
en tan sólo ese segundito que
duró el sabor a crisantemo
en tu boca
(una mancha de color sobre
el pálido tembloroso de tu
piel,
pálida ¿pálida de ser consciente de
lo justo y lo injusto?
¿lo terrible y lo hermoso,
lo fértil y lo desperdigado,
la vida y las masacres?
¿lo que es singular y lo que es plural
lo santo y lo profano?)

Todo por culpa de un
crisantemo dialéctico:
la contradicción como principio elemental
también fue constatación, consciencia y realidad
en un solo acto violento
por su propio vértigo.

Tus dientes apenas estaban imaginandosé
la textura sedosa de ese exquisito
crisantemo, a unos pocos centímetros de él,
cuando ya tus ojos podían ver
(como a través de un velo acuoso)
lo exquisito y lo espantoso, o bien,
lo sutil y lo grotesco;
lo que trasciende y lo que se encierra,
o por qué no,
lo irreductible y lo negociable;
lo colectivo y lo individual
(que es decir: lo salado y lo dulce,
pero especialmente lo amargo)

Tu boca y el crisantemo,
tus dientes y el crisantemo,
tus papilas gustativas y ése crisantemo,
tu lengua y ése crisantemo,
tus ojos lluviosos y el crisantemo,
tus pestañas que juegan a ser represa
y nuestro crisantemo...

¡Ay, nena, apenas una pizca de vida dorada
te bastó para conocer todo lo Todo que es el Todo!

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