Primero es una alegría eufórica,
desatinada.
Como lluvia de mayo cae en mis ojos y me sonríe bien los dientes, y yo me como, me bebo el agua de gozo. Pero al instante, el miedo que me atenaza, que no deja en paz mi mente, me enloquece y con sus manitas afiladas me abre fosos profundos. Actúo guiado por él y me pierdo en mi laberíntica desesperación. Temo a los ojos que me exigen y al futuro inminente y lejano; temo al abrazo desprejuiciado, desnudo, al torrente ígneo de sincericidio, a la comunión de lo gigantesco y lo minúsculo, a la humedad tibia que lo rodea y lo asemeja a Venus; temo a los cabellos y los vellos, y los rubores, las pieles y los dedos persistentes, inquisidores. Temo a la mirada que me explora y me despanzurra como un abrelatas, y me pregunta cara a cara lo mejor y lo peor de mí. Le temo (y la idolatro) a esa desnudez que tanto perfora y tanto refresca. Le temo a esa hermosa y salvaje serenidad de saberte contemplado y comprendido y estudiado y explorado. Esa furiosa y magnífica vulnerabilidad es la más poderosa visión de la piel reluciente de caos. El arte que escupe miradas y el frío que las devuelve. Tormenta y ocaso, plenitud y planicie, el espíritu tripartito: el padre, el hijo y el espíritu santo, o corrompido, o bien emputecido, por suerte o por milagro, por azar, por destino, o por decreto.
Como lluvia de mayo cae en mis ojos y me sonríe bien los dientes, y yo me como, me bebo el agua de gozo. Pero al instante, el miedo que me atenaza, que no deja en paz mi mente, me enloquece y con sus manitas afiladas me abre fosos profundos. Actúo guiado por él y me pierdo en mi laberíntica desesperación. Temo a los ojos que me exigen y al futuro inminente y lejano; temo al abrazo desprejuiciado, desnudo, al torrente ígneo de sincericidio, a la comunión de lo gigantesco y lo minúsculo, a la humedad tibia que lo rodea y lo asemeja a Venus; temo a los cabellos y los vellos, y los rubores, las pieles y los dedos persistentes, inquisidores. Temo a la mirada que me explora y me despanzurra como un abrelatas, y me pregunta cara a cara lo mejor y lo peor de mí. Le temo (y la idolatro) a esa desnudez que tanto perfora y tanto refresca. Le temo a esa hermosa y salvaje serenidad de saberte contemplado y comprendido y estudiado y explorado. Esa furiosa y magnífica vulnerabilidad es la más poderosa visión de la piel reluciente de caos. El arte que escupe miradas y el frío que las devuelve. Tormenta y ocaso, plenitud y planicie, el espíritu tripartito: el padre, el hijo y el espíritu santo, o corrompido, o bien emputecido, por suerte o por milagro, por azar, por destino, o por decreto.

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