martes, 10 de noviembre de 2015

Holocausto

Hoy acometí un holocausto. Eran tantas, estaban colmando todo alrededor. La mesada, la cocina, el piso, los azulejos. Las hormigas son unos seres tan pequeños, pero tan poderosos. El día de hoy sobrepasaron a nuestra especie, a mi familia, en este pequeño recoveco que es nuestro departamento. Mis padres dormían, mi hermana igual. Ellas a las 9.30 am ya habían organizado un equipo de sondeo, búsqueda de alimento, control de calidad, reconocimiento del terreno. Primero me parecieron tres o cuatro desparramadas, pero cuando empecé a seguirlas ví que se formaban en perfecta hilera, atravesándo el living comedor, pasando debajo de las sillas, de la mesa y agrupándose alrededor del nido, de la guarida, del fortín. Allí ya eran unas 30, y a unos centímetros, que para ellas serán varias cuadras, otro fortín aún más grande, servía de base de provisiones. Los gigantes alrededor ni se percataban de todo el avance que estas pequeñas hormigas habían hecho en su espacio. Claro, para nosotros fue de un día para el otro. Pero para las hormigas transcurrieron tal vez meses. Quizás un año. En ese tiempo pudieron desplegar todo su ingenio y esforzarse por sobrevivir. Crecer. Expandirse. Colonizar. Mientras todos dormían ellas se las ingeniaron para alcanzar un tercer piso de un departamento, atravesar todo obstáculo posible y crear una pequeña colonia de avanzada. Probablemente su ciudad central, su capital federal, se encontraba a unos cuantos metros de mi departamento. Quizás en suelo firme, en algún centro de pura naturaleza, o de media humanidad, no tan agresiva como resulta un frío departamento.
Entonces yo, en mi simpleza de gigante, en mi ignorancia de ser humano, en mi frialdad de especie superior, acometí el holocausto. Tomé el Raid, y desparramé el polvo asesino primero en el campo de sondeo que era mi mesada. Luego a través de las trincheras que se formaban entre mi cocina y la pared. Después continué por la hilera que atravesaba el living comedor. En seguida el gas empezó a torturar una a una a las hormigas, probablemente llevándolas a un límite de tortura que rozaba la locura, y luego a la inevitable muerte.
No me quedé ahí, continué vertiendo el gas a cada uno de los diminutos seres que veía que se pavoneaban tranquilamente por mi guarida. Mi departamento. Ellas en cuestión de segundos se desparramaron, se desorganizaron y se individualizaron en el dolor irrebatible. La masacre duró quizás para ellas unas largas horas. Mi polvo de la muerte se acrecó por fin al nido y a la central de comando, buscando triunfador arrebatar toda posibilidad de dominación de esta especie.
La tarea estaba terminada. Por un buen tiempo estos diminutos seres no se atreverían a pasar los muros de cemento que protegen a mi familia y a mí del exterior. Por un buen tiempo no osarían desafiar mi especie. Que bueno, al fin y al cabo la mía es la especie más inteligente.

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