martes, 5 de agosto de 2014

¿Y no es, acaso, este hielo, además de hielo del cielo, el hielo de la gente?

Luego de mucha ausencia de palabra, me es difícil retomar las letras; hundirme en ese líquido tibio que es el Ser y extraer materialidad de él. Volcarla, amasarla a la materialidad, mecerla y acunarla, empapelar mis paredes con ella. Me es difícil, porque luego de mucho no hacerlo, la conexión se fosiliza. Se torna pétrea, compacta. 
¿Podré accederme? ¿Serme? ¿Deletrearme? ¿Es que no sabemos por dónde caminamos, estamos ciegos o sordos? ¿Insensibles? ¿No nos dolemos de realidad roja, clara y roja sangre realidad? ¿No nos dolemos de nuestra ceguera y nuestra sordera que se fosilizan en nuestros dedos, inmovilizándolos, inmovilizándonos? ¿A nosotros? ¿Eh, mi amor? ¿No? ¿No nos dolemos? ¿Ni siquiera de ausencias, bella? ¿Ni siquiera de invisibilidades? ¿O insinuaciones? ¿Sos mi insinuación? ¿Sos una pétrea fosilización de mi inacción, figuración o literalidad, o trazo o qué, mi amor, bella? ¿No nos dolemos de realidad clara roja sangre, de frío helado, citadino de nieves desamparadas que tiritan en las esquinas y se comen los vapores de sus últimos calores abandonándolos? ¿No?
¿No te dolés, no nos dolemos de esos dedos petrificados del hielo de la ciudad? ¿Y no es, acaso, este hielo, además de hielo del cielo, el hielo de la gente? ¿Acaso? Las caras, ¿no son todo hielo? ¿No está terriblemente helado este invierno, estas gentes, vos, yo? ¿No estamos tan terriblemente helados que ni siquiera nos dolemos de este: nuestro hielo? ¿Acaso no nos dolemos de nuestra ausencia insólita, decepcionante ausencia, del dolor de dolernos y no sufrir el hielo de las gentes y los dedos fosilizados? ¿No?

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