sábado, 16 de agosto de 2014

Entramado


¿Odiamos? ¿Amamos? ¿Nos nombramos sordamente y seguimos camino,
allende las orillas, los horizontes?
¿Caminamos el día hasta arribar a ese horizonte que es la noche?
¿Tan rítmica?
¿Tiene ritmo, o se lo imprimimos
nosotros?
Así como no podemos no pensar, ¿podemos no trazar un ritmo a cada instante?
¿Qué es el instante?
¿Se come? ¿Se respira? ¿Sirve para proyectar felicidad?
¿Existe la felicidad propia si existe la infelicidad ajena? ¿La gente que uno asume que es infeliz, lo es realmente? ¿Importa ello, si jamás nos detendremos a averiguarlo, y por lo tanto en la visión de realidad que nos fabricamos, es y seguirá siendo así?
¿Así cómo?
¿Podemos observar la realidad sin que nos tiemblen el pulso, los respiros y los párpados azulados de cielo, de entrecejo fruncido? ¿Podemos, acaso, no fruncir el entrecejo frente a las realidades? ¿Podemos dormir tranquilos?
¿Cuándo, hasta qué punto uno es responsable? ¡Responsable! ¿Hasta qué punto no se lo es?
¿Cómplice?
¿Asesino silencioso,
paternalista cínico, violencia simbólica?
¿Qué?
Puede uno deshilachar las notas de las melodías de los sonidos citadinos y tejer mantos con ellos para el friolento? ¿Tejer mantas que cubran de los curiosos, de los envidiosos, a los amantes?
¿Con notas de melodías, y sólo con notas y nada más que eso: notas?
¿Podremos cruzarnos cara a cara con la Idea de Música, mirarla a los ojos y decirle: te amo, nos amo juntos porque yo te hago y vos me hacés?
¿Puede uno acariciar los cimientos de su cárcel y susurrarle silenciosa, divinamente dulce: ya te desmantelaré? ¿Puede uno? ¿Puede uno ser el mismísimo susurro que invita a la desnudez, la pálida y anochecida, hermosa, hermosa desnudez? ¿Ser susurro transparente que teje mantas de músicas para los friolentos y enamorados, y ser susurro transparente y divino que desnuda a la hermosa, hermosa desnudez misma? ¿Puede uno, susurrar tejiendo calor y amoríos? ¿O laborar la poética y hacerla lanza, lanza que se clava en el ojo de quien crea fríos y espías de amantes?
¿Clavar la lanza?
¿En ese ojo aniquilador, deshumanizado?
¿Y arrancarlo, así, violentamente?
¿Desgarradoramente, casi a tirones de rabia contenida? ¿Eh? ¿Con la poesía hecha lanza que aguijonea a titiriteros del frío y el desamor? ¿Puede uno ser todo eso, hacer todo aquello?
¿Puede la gloria de todo el mundo caber en un grano de arena, diminuto grano de perfecta arena rasposa y tibia como el derrame de calor estival que se desprende del sol atardecido?
¿Puede, se puede decir, escribir todo, todo absolutamente todo lo que uno piensa-siente-duda-cuestiona-pregunta? ¿Puede uno terminar de preguntarse por las preguntas?
¿No es bellamente inquietante que unos simples signos con forma de ganchitos abran las puertas de tanto universo y tanta incertidumbre, y nos modifiquen gradual o abruptamente, éstas, nuestras vidas? 
¿Puede uno ignorar una pregunta, una vez que ésta ya se ha asentado, decantando suave, en las pupilas y el esófago, los pulmones y las plantas de los pies? ¿Eh? ¿Puede uno? ¿Podés vos?

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