jueves, 27 de noviembre de 2014

Rezo por vos (y él)

Menos mal. Menos mal que Beethoven era sordo, porque si no, mamma mía. Porque si era sordo e hizo lo que hizo, dale, no jodamos. Qué lo parió. Menos mal que Beethoven era sordo, y que Charly y el Flaco nunca terminaron su disco juntos. Digo menos mal, pero es un decir. Un alivio que no lo hayan hecho, porque si lo hubieran hecho, hubiera prendido fuego toda la ciudad, todo el campo y los mares y lagos. Se hubiera ido todo al cielo, porque ese disco hubiera sido la mismísima música de las estrellas. Porque sí, porque estoy seguro. Menos mal, porque con sólo hacer un tema, lo erigieron inmortal, el rezo como mantra. Inmortal, la indómita luz. De ambos, de los dos. La carne que se ilumina en medio de la tormenta y las revistas que revolotean histéricas por los vientos lluviosos. Menos mal, que quedó en ese tema inmortal, porque un disco entero con esa potencia, esa energía, esa poesía y esa divinidad de belleza musical habría demolido la moral de todos los músicos por venir.
Porque sí, porque es simplemente imposible hacer nada después que se combinaran esos dos. Como si juntaras a Maradona con Bochini. Menos mal que no jugaron un mundial juntos esos dos. En serio, digo menos mal, como un decir (¿qué no hubiera dado por ver a Charly con Luis Alberto, al Bocha con el Diego?). Digo menos mal, porque estoy seguro que el nivel de energía que se generaría por esos encuentros entre dioses, entre gigantes titánicos de sus ámbitos y artes, es demasiada. Explota todo, estoy seguro, seguro. Imaginen por un segundo a todos los fanáticos del Charly y después a todos los fanáticos del Flaco. Todos, no sé, ¿qué serán, un 70% del país?, todos gritando los temas de un disco imaginario, invisible, como un Capitán Beto pero en vez de atravesando el cosmos de las líneas de transporte, atravesando la historia del rock como una navaja afilada que divide las aguas para nunca volver a juntarlas, porque eso es lo que hubiera sido un disco entero de esos dos: un antes y un después, un para siempre y un nunca jamás. Un hito que me hubiera tatuado de buena gana en medio de la frente. Total, qué me va a importar, si ese disco hubiese sido la mejor miel que pudo haber sonado sobre esta tierra. Mejor que todo y desafío a cualquiera, mejor que los más mejores de todos. Esos dos, juntos, hubieran demostrado que Dios no existe como lo imaginamos, sino que es música que sale de sus dedos. De los de ellos dos, y nadie más. Que Dios es la comunión de lo perfecto con lo inalcanzable, de la mixtura entre la violencia rebelde de Charly y la poesía equilibrada de Spinetta, entre el rock de uno y otro. Dios hubiera muerto de envidia (y le hubiera dado la razón a Nietzsche en ese segundo), hubiera muerto de envidia de ver tocar a esos dos. Y digo más: por eso no lo hicieron. Para no desafiar a lo inasible, a Dios. Para no desafiarlo, no se juntaron. Ni siquiera te digo que no tocaron porque Dios así lo quiso, que por otro lado no me quedan dudas, Él no quiso, porque se hubiera querido morir de envidia de esa conexión que el jamás podrá sentir al ser único e irrepetible; pero esos dos, son dos dioses, son pares y siempre lo que hacen dos es mejor que lo que hace uno. Pero no, no digo que fue por decisión de Dios. Fue decisión de ellos no desafiar a esa fuerza creadora. No quisieron fundar un culto nuevo, una nueva religión. Se dieron cuenta que era demasiado para esta tierra. Demasiado fuego bajo el pecho y quemando los instrumentos.Demasiado ego, demasiada la sed verdadera de los dos de asir lo más intangible de la música; por eso mejor, basta de pensar. Basta de pensar el disco ese inexistente que nunca saldrá. Porque, menos mal.

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