domingo, 24 de enero de 2016

Mármol

No quiero ser un mármol. ¿Vos querés ser un mármol?
¿Te diste cuenta que los momentos pasan como si fuésemos roca y nadie hace nada por sujetarlos? ¿Agarrarlos, asirlos? Sí. Los momentos son tantos, todos, tan infinitos, que no podemos sujetarlos. Tal vez la mayoría lo intenta. Probablemente yo esté equivocado. Creo que ahí está el error: en querer gravar cada segundo en nuestra piedra virgen.
Día 19, sensación 34, año XII, época L. Me asustó una luciérnaga. Era un niño. Pero el momento únicamente fue eso. Ya está. Ya pasó. ¿Por qué no pude meterme en el ala izquierda de aquella libélula, sacudirme hasta el sauce húmedo de rocío, pararme en su corteza junto con la libélula y sentir cómo su pata me rascaba el lomo, como me trasformaba en cada átomo chispeante que irradiaba su luz, e iba a parar a los ojos del niño incauto, de ese niño; yo? ¿Por qué no pude ser foton y atravesar la comisura nocturna en un vaivén sinfónico hasta meterme en la amígdala del pequeño ingenuo? ¿Por qué me tocó ser simplemente niño y gravar en piedra, una vez adulto, aquella experiencia número 34, del día 19 en el año XII, de la época L? ¿Cómo es que no me tocó el rol de montaña omnipresente que reía con su voz gruesa de siglos porque en un pestañeo suyo el niño (que era yo) ya estaba lejos de toda aquella naturaleza? ¿Cómo es que no pude ser aunque sea una lenga en un bosque perdido de alguna roca gigantezca olvidada? ¿Por qué tuve que ser tan humano y, dotado de palabra y de descripción, narrar vanamente los sucesos, como un trozo de madera firme tallando la roca eterna?
El momento no se me escapó: ya lo tatué en mí. Nunca más nadie va a dudar de aquel día, lo cual es lo más terrible de todo: lo escribí, lo inmortalicé, pero lo asesiné. Sí. Lo maté. Y yo sólo quería ser ese instante, mucho más pequeño, mucho más simple, mucho más perfecto.
Nada en mí como un río; y me río para atarlo en la dulce niebla que es la mente humana. En la perfecta sincronía que es la vida desde nuestra conciencia; dotada de toda la poesía de las palabras; ausente de todos los momentos de esa misma poesía: la vida.

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